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Deportes

Memorias del horror

Oscar Martinez

Por Oscar Martinez

La historia cuenta que hubo un partido de fútbol aquella tarde del 23 de junio de 1968. Pero casi nadie lo recuerda. Porque el juego fue tan pálido como el 0 a 0 final. Y porque el drama ganó el centro de la escena. Un rato antes de las tres menos cuarto se supo cual era la travesura que Angel Clemente Rojas, el ídolo de Boca, había preparado: robarle la gorra al ya legendario Amadeo Carrizo. Pero el arquero se negó a comenzar el clásico hasta que le devolvieron la cábala, y más tarde se vengó del delantero. Cuando faltaban diez minutos para el final del partido, Carrizo se sentó sobre el césped burlándose de la escasez ofensiva de Boca. Amadeo y Rojitas, que le pusieron unas gotas de alegría a un partido que terminó sin goles ni atractivos, jamás imaginaron mientras caminaban hacia el vestuario, que aquel clásico se estaba metiendo en la historia de le peor manera. Porque esa tarde, hace ya 55 años, 71 hinchas encontraron la muerte en una avalancha trágica en la Puerta 12 del estadio Monumental. Fue la más grande catástrofe del fútbol argentino. Pero para la justicia no hubo responsables.

Los hinchas visitantes ocuparon la tribuna que da a Figueroa Alcorta. Estaba atestada como todo el Monumental. La popular valía 300 pesos moneda nacional (1 dólar se cotizaba a 350). Por el frío -la temperatura máxima fue de 12,7 grados- y por el aburrimiento, las 90 mil personas que habían visto el partido querían irse lo antes posible. En el sector visitante comenzaron las avalanchas. Se venía la tragedia.

El último tramo de las escaleras que bajan a la Puerta 12 -actual sector L de la tribuna alta Centenario, siempre ocupado por los hinchas visitantes- tiene 80 escalones entre el descanso al aire libre del primer piso y la calle. En cada una caben 15 personas como máximo. Un túnel oscuro y peligroso. Una trampa terrible si los simpatizantes que están abajo no pueden salir y los que están arriba empujan sin saber que sucede.

Todo comenzó con una avalancha normal, pero después se acrecentó. “Iba por el aire, sin tocar el piso. Algo empezó a salir mal. Cada vez estaba más apretado. Había gritos de pánico, de mucho miedo. La gente que estaba abajo quería subir. Quedamos unos encima de otros casi sin poder respirar soportando una terrible presión. Me caí y después me desmayé. Me salvé porque la avalancha se detuvo cuando estaba en un recodo de la escalera. Apenas tenía 14 años. Nunca más fui a ver a Boca”. (Miguel Durrieu, 65 años, sobreviviente).

Fue demasiado tarde cuando los gritos y los gestos desesperados pudieron detener la marea descendente. Setenta y un muertos por golpes y por asfixia. Más de sesenta heridos. ¿Por qué? Cincuenta y cinco años después se sigue sin tener una certeza de la causa. Desde el primer momento, los testigos sobrevivientes daban versiones diferentes. La mayoría vio los portones metálicos cerrados o entornados. Y muchos aseguran que los molinetes no habían sido retirados. Pero otros afirman convencidos que la tragedia fue causada por una brutal represión policial. Según esa hipótesis, que también fue reiterada por los testigos, la Montada detuvo al público a puro bastonazo y provocó que muchos de los hinchas, que intentaban salir, comenzaran a retroceder. La policía era temible -gobernaba por la fuerza el dictador Juan Carlos Onganía- en las canchas, calles y universidades.

En algo coincidieron todos: la iluminación de la escalera era inexistente, el piso estaba resbaladizo y no había pasamanos ni barandas. La mayoría de los hinchas que salían por otras puertas, incluso a pocos metros del desastre, sabían poco y nada de lo que estaba ocurriendo en la Puerta 12. Pero tarde o temprano se enteraron.

La angustia de los familiares de los hinchas que habían concurrido a la cancha se hizo intolerable. “Papá está en casa”, gritó desbordado por los nervios un muchacho en la comisaría 33º, cuando le avisaron sus familiares que su padre había sobrevivido. Pero los que no tuvieron esa suerte comenzaron a peregrinar por hospitales y comisarías para intentar descifrar los cadáveres numerados y aún sin identificación. “Pensaban que yo había muerto y me escribieron el número 19 en el pecho. Recién en el hospital Pirovano se dieron cuenta de que estaba vivo. Tenía los ojos del color de las morcillas y la piel como el carbón. Me estalló un oído y casi pierdo la vista. Pero sobreviví”, (Juan Carlos Alomo, quién tiene hoy 76 años).

La mayoría de los muertos eran jóvenes y adolescentes. El promedio de edad: 19 años. Por eso la causa quedó en manos de un juez de menores, Oscar Hermelo.

Los hechos de la Puerta 12 trascendieron las fronteras del país en tiempos de comunicaciones precarias. Unidos por el espanto, el Barcelona de España, la Universidad de Chile y la Liga Paraguaya, entre otros, ofrecieron sus equipos para jugar partidos en Buenos Aires a beneficio de los familiares de las víctimas. En el país se decretó duelo nacional. El martes fueron enterrados la mayoría de las víctimas, pero todavía quedaban dos cadáveres sin identificar. El viernes falleció en el hospital Fernández Julián Fieldman, de 16 años, la víctima número 71 de la tragedia.

Dos meses después, el juez ordenó la prisión preventiva de Américo Di Vietro y Marcelino Cabrera, intendente y capataz de River, y dispuso un embargo de 200 millones contra ambos y contra el club. Pero a fines de noviembre, y mientras en el teatro Agón se representaba la obra "La Puerta 12", de Martha Pensel y Gerald Huillier, la sala VI de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, integrada por Raúl Munilla Lacasa, Jorge Quiroga y Ventura Esteves, sobreseyó definitivamente a ambos imputados y les levantó el embargo. Los tres camaristas consideraron que las pruebas demostraban que, antes de haber terminado el partido, todos los obstáculos habían sido removidos.

La queja presentada ante la Corte Suprema por los damnificados quedó "dormida" largamente. En agosto de 1969, cansados, los familiares desistieron del recurso. A fines del año anterior, los clubes y la AFA reunieron 32 millones de pesos (menos de 100 mil dólares) para ofrecérselos a los familiares como resarcimiento. En enero del 69 dispusieron darles 30 días de plazo a los damnificados para que se anotaran para cobrar, pero en la misma nota el interventor Armando Ramos Ruiz intimaba a quienes querían cobrar para “renunciar expresamente a cualquier acción legal contra River”. Dos años después, la AFA y River fueron condenados a pagarles 140 mil pesos ley (14 millones moneda nacional) a Nélida Oneto de Gianolli y Diógenes Zúgaro, familiares de víctimas de la tragedia. Pero el resto jamás reclamó ni cobró un solo peso.

Abdul nació y creció cerca del Monumental y entonces oía muchos de los relatos sobre la puerta 12. Él no creía en los fantasmas hasta que algo le ocurrió. Con uno de sus compañeros de inferiores millonarias, ponían velas blancas en la puerta 12, cada día en que se conmemoraba la tragedia. Cuando se sentaban en las escaleras, una brisa de aire frío los rodeaba. Cuenta Abdul que uno de esos 23 de junio un pibe, Silvio, empezó a decir cosas raras, como si estuviese soñando. Abdul apenas pudo entender que alguien preguntaba por su hijo a través de la boca de Silvio. Solo atinó a gritarle que estaba muerto. Entonces de la boca del pibe surgió un gemido. Y las velas se apagaron. Son muchos los mitos sobre los fantasmas de la puerta 12. Es que a pesar del tiempo y del olvido, la falta de justicia mantiene viva la herida. La mayor herida de la historia del futbol argentino.

La otra mirada: A 55 años de la tragedia de River deportes

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