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Luna es 10

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El jugador de Atlético de Rafaela, Alex Luna. Crédito: D. Camusso

Gran entrenador se quejaba porque uno de sus jugadores no corría y otro gran entrenador le contestó: «Estará pensando». Aquella conversación hoy no tendría lugar. Al campo se llega pensado porque correr es el primer imperativo. Quien no sea capaz de hacer muchos esfuerzos largos a alta velocidad, tendrá problemas para vivir del fútbol. Hace más de 30 años que los equipos de Marcelo Bielsa presionan en todos los sectores del campo, sin pausa y con independencia del resultado; un constante ir y venir que yo consideraba equivocado, por excesivo. Pero el tiempo eligió ganador y no soy yo. El fútbol va hacia Bielsa. Solo aquellos que tienen un talento superlativo pueden desequilibrar desde el amague, la pausa y las decisiones justas en el momento justo. Yo miro fútbol para ver a ese tipo de jugadores, pero a ellos les cuesta cada día más imponerse y a mí encontrarlos».

¿A quién imagina ver usted, hincha del fútbol, cuando yo le digo 10? Maradona. O Messi. Seguro. Y si la pregunta la traslado a Brasil me responderán: Pele. ¿O si, en cambio, los consulto a los hinchas de Independiente, de River o de Boca? Entonces aparecerán en cascada los nombres de Bochini, Alonso, Riquelme...Cada uno emparentado con la época que le tocó vivir. Pero siempre, cuando hablemos del 10, nos estaremos refiriendo a un talentoso, a un distinto. Es que, en la espalda de un futbolista, el 10 es el número de los predestinados, de acuerdo a la afirmación del mismo Beto Alonso. Aún en tiempos como estos, en donde se aplaude más al que se tira al piso que al que tiene la valentía de ponerla bajo la suela y pensar como ganar el partido en el momento más complicado de su equipo.

Recuerda el periodista Leonardo Peluzzo, que el uruguayo Lorenzo Villizzio estaba sentado en una de las oficinas de la FIFA en medio de los preparativos para Mundial de Suecia. Entre los trámites burocráticos, la planilla de una de las selecciones sudamericanas participantes lo puso en aprietos. Brasil había olvidado asignar los números de las camisetas para sus jugadores. La numeración en la espalda se había implementado en el Mundial de 1950 y desde el de 1954 se había establecido que cada futbolista vistiera el mismo dorsal durante toda la competencia. Villizzio tuvo que decidir qué hacer a su criterio, porque no había tiempo ni comunicaciones rápidas para que los brasileros remienden el asunto. Dicen que lo hizo al azar y el 10 fue un pleno: le tocó a Pelé, un pibito de 17 años que sería la figura de la sexta edición mundialista.

Pero si tenemos en cuenta que en el Tarot el 10 es la rueda de la fortuna, que en la numerología es la perfección y la destreza, que en las matemáticas es el origen de todo porque el hombre cuenta desde hace siglos con los diez dedos de las manos y que los mandamientos católicos también son diez, habrá que pensar que no se trató de casualidad. Por eso lo de Villizzio no fue de pura suerte por más que no se haya dado cuenta. La decisión debe haber tenido el influjo de todo el universo para que el 10 sea la marca registrada que necesitaba el fútbol. Usando una metáfora de juego y atravesando todos estos años, digamos que Pelé armó la jugada, que Maradona la definió y que Messi se está llevando todas las regalías.

El mundillo del fútbol, se sabe, tiene una larga tradición de acuñar frases hechas. Algunas de las cuales hicieron historia como aquella escrita en un cartel por punteros desplazados por la revolución de Bilardo, y que apareció en las páginas de la revista El Gráfico: «Bilardo, los wines también existimos y queremos jugar». O la eterna: «Los equipos se arman de atrás para adelante». Entonces, muchos entrenadores se aferran a esta, analizan las presiones que deben soportar desde todos los sectores para que «ganen como sea», se olvidan del juego que disfrutaron desde chicos, y arman sus equipos prescindiendo de los defensores de la gambeta. Porque son estos, sistemática y tristemente, los que reciben los mayores reclamos.

Lo cierto es que los wines se transformaron en carrileros o extremos, pero buscarle un lugar hoy al clásico número 10, en cualquier equipo, parece complicado. Es cierto que muchos no lo tienen. Pero los que cuentan con uno de ellos suelen darle otras obligaciones y simplemente los usan como alternativas. Atlético tiene un pibe con esas características. No hago comparaciones, porque estas suelen condicionar o jugar en contra de los jóvenes. Como Alex Luna. Una joya que se paseó por demasiados lugares de la cancha en los últimos partidos, pero queda claro que su sitio es con la pelota y libertad para crear. Este domingo fue clave. Genero las dos faltas que terminaron en la expulsión de un futbolista de Atlanta. Y consiguió el gol de la victoria. Necesita que el equipo lo acompañe más. Mientras, los dirigentes que manejan números, sonríen pensando en el redito económico que dejará su venta. Y el hincha se pregunta cuanto durará con esta camiseta. Lunita es diez, sin importar en qué lugar de la cancha juegue. Y mientras esté en Atlético, lo disfrutaremos.

En medio de tanta locura exitista que envuelve al fútbol profesional, deberían mostrarse algunas películas con gambetas, tacos y rabonas que guardamos celosamente en la memoria los mendigos del buen fútbol. Para que aquellos que solo exigen que los jugadores transpiren la camiseta, se sensibilicen con el talento. Para que entiendan que los verdaderamente valientes son los que se juegan defendiendo su fútbol en la adversidad. Y para que, con diez como Lunita, recuperemos una buena cuota de belleza.

La Otra Mirada deportes fútbol

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