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El día que apuñalaron a una estrella

El 30 de abril de 1993, en el Abierto de Hamburgo, el alemán Günter Parche, obsesionado con Steffi Graf, clavó un cuchillo en la espalda de Mónica Seles, que a los 19 años era la número uno. Ese día cambió la seguridad en el tenis. Y se condicionó para siempre la historia por venir del circuito femenino.
Oscar Martinez

Por Oscar Martinez

“Era un viernes soleado pero se sentía un cierto escalofrío en el aire. El marcador iba a mi favor 6-4 y 4-3, estábamos en mitad de un descanso. Recuerdo estar allí sentada, con la toalla, pensando: ‘Solo dos juegos más’. Entonces me incliné para beber un poco de agua, tenía la boca seca. Es curioso cómo una cosa tan pequeña puede tener un impacto tan grande en tu vida, aunque esto no lo pensé hasta muchos días después. Los doctores me dijeron que si no me inclinaba en ese preciso instante, hubiera habido altas posibilidades de haberme quedado paralizada. De repente, justo en el momento en el que mis labios tocaron el agua, sentí un terrible dolor en la espalda”, autobiografía “Mónica, From Fear to Victory” (Del miedo a la victoria) publicada en 1996 por Mónica Seles.

Seles, que nació en Novi Sad en diciembre de 1973, cuando todavía pertenecía a Yugoslavia, se había convertido a los 19 años en una enorme campeona. Número 1 del mundo desde los 17, acumulaba 32 títulos del circuito, llevaba nada menos que 178 semanas al frente del ranking, y había ganado ya ocho títulos de Grand Slam. Todo cambió esa tarde de 1993, en Hamburgo, y a pocas semanas de Roland Garros, cuando vencía a la búlgara Magdalena Maleeva. A las 18.50, apenas recibió la puñalada en su espalda, se puso de pie pero empezó a desvanecerse, soltó el vaso que sostenía con la mano izquierda y se desplomó sobre el polvo de ladrillo. A pocos metros, los agentes de seguridad reducían al agresor. Günter Parche, un tornero desempleado de la ex Alemania comunista, había corrido hacia la baranda para agredirla con un cuchillo de cocina. No quería matarla, declaró luego, sino quitarla de la competencia para que su admirada Steffi Graf volviera a dominar el circuito.

“Me había hundido el cuchillo unos 4cm en mi espalda, en la parte superior izquierda, a unos milímetros de la columna vertebral…estaba en shock, me preguntaba ‘¿por qué?’. Había sido apuñalada. En una pista de tenis. Delante de 10.000 personas. Lo que más me suelen preguntar es: ¿Te dolió? La respuesta es sí, mucho. Fue peor que cualquier dolor que puedan imaginar. Una vez que entendí lo que había pasado, entré en estado de shock. Era demasiado complejo procesar de golpe aquel dolor físico y aquella confusión mental. Durante el camino en ambulancia, con mi hermano a mi lado agarrándome la mano, aquel dolor me protegió de ver cómo mi mundo se desmoronaba por completo. Eso ya vendría luego”, sigue Mónica en su libro.

Parche era fanático de Graf al punto del paroxismo. No se perdía un partido; incluso no podía dormir antes de algunos, como así también llorar durante diez minutos si ganaba la tenista y sufrir depresión o ira si perdía. Con su limitado salario llegó a adquirir un magnetoscopio por 10.000 marcos para ver a “la atleta más bella de todos los tiempos”, según citó L’Equipe. El episodio cambió el tratamiento de la seguridad en los certámenes. Los tenistas pasaron a estar más lejos de las tribunas, se multiplicaron los custodios. En 1992, Roland Garros había tenido 430 agentes de seguridad. Hoy se maneja con 1000.

“Mónica ha tenido suerte. Ni el pulmón ni el omóplato han sido dañados. Sólo ha resultado herido un músculo. Ella todavía está en shock y permanecerá en observación”, decía el parte del Hospital Universitario Eppendorf, de Hamburgo. Los médicos diagnosticaron que estaría inactiva durante tres meses. Pero la jugadora nacionalizada estadounidense reapareció en las canchas recién en agosto de 1995. Ganó 21 títulos más, incluido el Abierto de Australia 1996, pero ya nunca volvió a disfrutar. Le dolió mucho que sus rivales votaran en contra de congelarle su ranking luego de la agresión. La única que se abstuvo de hacerlo fue Gabriela Sabatini, algo que Seles le agradeció. Mónica tuvo ataques de ansiedad y depresión. Padeció sobrepeso y sus gritos ya no fueron feroces como antes del ataque. “La comida era mi única terapia”, confesó. Una lesión en un pie la apartó del circuito en 2003, a los 29 años, pero tardó cinco años más en anunciar oficialmente su retiro.

Después del atentado, Parche soportó dos juicios en los que se comprobó que era psicológicamente anormal. Entonces fue sentenciado a dos años de libertad condicional y a estar bajo tratamiento psicológico. Estuvo en prisión solo seis meses, entre la agresión y la condena. Después de eso, quedó libre. “Parche reconoció haberme acuchillado y volverá a su vida normal mientras yo aún me recupero de una agresión que pudo haberme matado”, reaccionó Seles. Esta semana, el diario alemán Bild confirmó la noticia de la muerte del hombre, aclarando que ocurrió en agosto del año pasado, a los 68 años. El atacante de Seles había vivido en un asilo psiquiátrico en Nordhausen, una ciudad alemana de 45.000 habitantes del estado de Turingia, durante los últimos 14 años de su vida.

El 14 de febrero de 2008, con 34 años, justo en San Valentín, Seles anunció formalmente su retiro. Había ganado un total de 53 torneos del circuito profesional femenino, 9 de ellos de Grand Slam, y se mantuvo 178 semanas como número uno del mundo. En enero de 2009 fue seleccionada para ingresar en el Hall of Fame. Hoy está radicada en Tampa, Florida, EE.UU, está casada con el empresario Tom Golisano y no tiene hijos. Jugó unas pocas exhibiciones de tenis, brinda charlas para concientizar sobre la adicción a la comida, participó de un programa de baile y disfruta de sus perros. Ella, y quienes la conocen, aseguran que ya nunca fue igual desde aquella tarde en Hamburgo. La tarde que apuñalaron a una estrella.

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