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Deportes

El cazador de utopías

La historia deportiva del entrenador de Ecuador tiene sólo un renglón referente a su accionar dentro de las canchas. Pero fuera de ellas escribe a cada paso páginas con letras doradas. Apasionado, culto y extremadamente obsesivo, el hombre que se formó en Atlético ya está en la historia del fútbol mundial.

Por Oscar Martínez - "La medida justa del hombre está en la duración de sus obras", José Ingenieros (1877-1925), médico, psiquiatra, psicólogo, criminólogo, farmacéutico, sociólogo, filósofo, masón, teósofo, escritor y docente ítaloargentino.
En medio del óvalo formado por futbolistas de la selección ecuatoriana y periodistas, ubicado en el círculo central de un estadio Monumental –justo ese nombre- de Guayaquil desbordado de hinchas que gozaban por el empate ante Argentina y por la clasificación al próximo Mundial, el hombre olvidó por un rato la normalidad de sus tonos. Y los convirtió en un racimo de rugidos emocionales. "Ellos, los jugadores, son los responsables de ésto. Son cazadores de utopías imposibles. Hoy Ecuador está de pie, y dice presente en el mundo", enfatiza con la voz distorsionada, pero manteniendo su figura impecable. Traje azul, camisa blanca, corbata de finas rayas cruzadas, el cabello apenas cano que nunca dejará de estar en su lugar, la mirada atenta y la sonrisa cálida. Sus futbolistas, los mismos que lo reverenciaron, asienten.
Ese reconocimiento integral conseguido en Ecuador no es sólo por el triunfo, sino también por el camino. Un reconocimiento similar al que recibe en muchos otros sitios donde dejó la huella de su trabajo. Y en Rafaela, donde están sus raíces. "Por supuesto que siento eso siempre que regreso. Esta profesión expone muchísimo y entonces, para mantener el equilibrio y no verme arrastrado ni por los elogios ni por las críticas, suelo tomar distancia. Y esto es una forma de aislación, quita el afecto cotidiano, algo que siento mucho porque los de aquí nos alimentamos de eso. Entonces, antes de ir al Mundial tenía que pasar por Rafaela, por mis rincones, por mis veredas, por mi barrio, por el cementerio, por mis afectos. Necesito cargarme de esa energía. Me saludan en cada esquina y se alegran de reencontrarse con "Lechuga" y me transmiten la felicidad que tienen por ver donde llegó este entrenador. Todo lo que aparece arriba se fortalece en las raíces, y mis raíces están aquí", le dijo en su visita reciente a Marcelo Muriel.
Su recorrido es conocido. Centrocampista de Atlético que logró el ascenso a la Primera B Nacional cuando solo le faltaban 12 materias para recibirse de ingeniero químico, carrera que quedó olvidada por su obsesión por la pelota. Y por su perfeccionismo y su forma de buscar el mismo basándose en el trabajo y en el poder de convencimiento de su palabra. Virtudes que, según cuentan los que lo conocen desde el inicio, siempre lo acompañaron. Virtudes que potenció con el correr del tiempo. Se preparó en lo futbolístico tanto como cultivó su intelecto. Gustavo cita permanentemente frases de los grandes pensadores pero una y otra vez vuelve a repasar las páginas de "El hombre mediocre", el libro de José Ingenieros que lo acompaña desde la primera vez que lo leyó. Y fueron muchas. Sus discursos de vestuarios son piezas de colección, al igual que el de la noche de su discurso "presidencial" en Guayaquil. Como decía Confucio "pensar correctamente es usar la mente y el corazón, la disciplina y la emoción. Cuando se desea algo, la vida nos llevará hacia allá, pero por caminos que no esperamos. Por eso hay que ser inteligente y no dejarse confundir ni tentar por atajos". Los futbolistas que han sido dirigidos por Gustavo saben de ésto.
"Cuando me di cuenta que estaba en la ceremonia del sorteo del Mundial siendo partícipe del mismo, de pronto regresé treinta años en el tiempo y llegué al día que le dije a mi viejo que dejaba de estudiar ingeniería química porque mi pasión por el fútbol me llevaba a intentar hacer mi camino dentro de él. Mi sueño de entonces era dirigir en Primera, pero por supuesto que no imaginaba llegar hasta donde lo hice. Imagino mi vida dentro de este mundo desde que era un pibe que jugaba a la pelota en el campito. Nunca dejé de hacerlo, como tampoco nunca dejé de luchar por esos sueños. Los fui cambiando a medida que se iban haciendo realidad y cada vez eran más grandes", le asegura a Muriel.
Esos sueños hechos realidad lo llevaron a sentarse a la mesa de los grandes del mundo. "Participé de una reunión con todos los entrenadores, a mi lado estaban Gareth Southgate, el técnico de la selección de Inglaterra, Didier Deschamps, de la francesa, Tite, de Brasil, todos. Se estaba decidiendo cómo será el fútbol que se va a jugar en adelante, lo que se verá en el Mundial y luego, y yo era uno de quienes lo hacían. En un momento comencé a mirar a mi alrededor y tomé conciencia de dónde estaba. Fue conmocionante".
Para Gustavo, convencer es un arte. Y disimular las emociones, un buen atajo para preservar su intimidad. Algo que intentó cuando dirigió a uno de los gigantes del futbol argentino. "Si uno no es capaz de tomar distancia de las presiones, el mundo Boca avasalla. Cuando uno es futbolista profesional, lo es las 24 horas, y cada cosa que le pasa en su vida personal afecta la profesional. Lo mismo nos ocurre a los entrenadores. En todos los niveles es así, pero en aquellos lugares donde la demanda es extrema hay que saber cómo manejarse para que esto no afecte tu vida. En Argentina, después de la palabra del Presidente de la Nación, está la de los técnicos de Boca y River. Cada cosa que se hace y dice rebota en todos lados. El periodismo deportivo tiene hoy una gran importancia y se ejerce de muchas maneras distintas. Lamentablemente demasiadas veces importa más el contrapunto que la idea, de ese modo se desvirtúa el mensaje que uno intenta dar. Cuando se toma solo una parte de una declaración, de una idea, puede ocurrir ésto. Entonces la mayoría de las veces tenemos que pensar lo que decimos y no decir lo que pensamos. Y los momentos plenos son exclusivamente cuando trabajamos en el campo de juego con los futbolistas. La contención afectiva es determinante para cualquiera que esté en este lugar, en el que la gran mayoría queremos estar".
Gustavo Alfaro, el mismo pibe de Barrio Alberdi que se hizo hombre en el mundo particular de la pelota, no buscó en el fútbol un empleo sino un trabajo que lo dignifique. Porque al cabo, para conocer a un hombre, lo mejor es observar cómo actúa, descubrir lo que busca, examinar lo que lo hace feliz "Uno tiene que estar preparado para que cuando se dé la oportunidad se pueda aprovechar. La vida sorprende a cada paso y entonces depende de cada uno. El pueblo ecuatoriano es muy creyente, mis jugadores lo son y también yo. Con los años aprendí a aceptar las cosas que no dependen de mí, pero peleo con todas mis fuerzas por las que sí puedo aprovechar o cambiar. Deseo poder llegar siempre a mi casa y mirar a los que están a mi lado a los ojos con la tranquilidad de haber hecho todo lo necesario. Mi familia ha sido fundamental en mi carrera. Y también mi grupo de trabajo, con Sergio Chiarelli a la cabeza. Creo que respetar los valores esenciales hace al ser humano, el valor de la palabra, el compromiso para con el trabajo, el respeto hacia el otro, ser tolerante, saber escuchar. Lo que le pido a la virgen antes de cada partido es que me dé la lucidez para tomar decisiones. Eso también lo hago en mi vida diaria".
"El mediocre aspira a confundirse en los que le rodean; el original tiende a diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que suele rodear a los caracteres originales: nada parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar… ", escribió José Ingenieros en El hombre mediocre. El libro que Gustavo Alfaro tomó como eje de su pensamiento. Tanto que hasta parece que don José hablaba de él.

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