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Deportes

Adiós al eterno campeón

El 3 de marzo de 1963, en Olavarría, se apagó la vida del máximo exponente del Turismo Carretera, un notable estratega que ganó nueve títulos y 56 carreras preparando personalmente sus autos. A los 47 años de edad, el hombre de Ford se convirtió esa tarde en una leyenda.
Oscar Martinez

Por Oscar Martinez

"Si alguna vez hay que morir, quiero morir siendo lo que soy", Juan Gálvez, nueve veces Campeón Argentino de Turismo Carretera, declaraciones que reprodujo el diario El Popular, el 4 de marzo de 1963, el día siguiente del accidente que le costó la vida.

La cupecita Ford número 5 con la eterna publicidad de ATMA en sus guardabarros y el techo, casi volando a 180 kilómetros por hora, se aprestó a negociar la primera de las curvas de la "S" del Camino de los Chilenos, que no era particularmente difícil. Juan le venía ganando por tiempo a los "Gringos" Emiliozzi, quienes iban punteros en la ruta con la "Galera" blanca y negra. Era la décima vuelta de TC Premio "Alfredo Fortabat" de 1963.

La memoria es imprescindible para reconocer nuestra historia, y en esta el deporte juega un papel fundamental. El automovilismo ha sido desde siempre un generador de hechos relevantes y de personajes apasionantes. Sobremanera en una época donde el TC competía en lugares donde la nada misma era protagonista y se adelantaba a Vialidad Nacional, que por entonces se proponía comunicar a un país con caminos que, en algunos casos, las carreras habían delineado. Desde comienzos de los años 50, Juan Gálvez fue convirtiéndose en una gloria del automovilismo argentino. Compartió su pasión por las carreras con su hermano Oscar. Hijos de una familia porteña, del barrio de Caballito, en que el padre era mecánico, aprendieron a hacer sus propios autos, a fabricar piezas y hasta probar nuevas soluciones. En sus primeras competencias fue acompañante de Oscar. Debutó en el Turismo de Carretera el 14 de diciembre de 1941, en las Mil Millas de Avellaneda Automóvil Club. Ganó la segunda etapa y resultó segundo detrás de Juan Manuel Fangio. Su primera victoria fue en la Vuelta de Santa Fe, el 22 de febrero de 1949. Silencioso y de muy bajo perfil, "Juancito" era mecánico, preparador y piloto.

Con los Emiliozzi a tiro, Juan le preguntó a Cottet, su acompañante, "Che, Raúl, ¿me juego a pasarlos? Los tenemos ahí nomás". La respuesta fue prudente: "¿Y para qué, Juan? Ya somos primeros por tiempo, no corramos riesgos". En efecto, la ventaja a su favor era de un minuto y 15 segundos. Pero siguió acelerando. Estaban entre los campos "La Natalia" y "El Olvido", a unos treinta km. de Olavarría. El camino de tierra estaba resbaladizo por la lluvia de los días previos. La cupecita tomo una curva completa y amplia, a gran velocidad. Pero el barro lo hizo ir a la banquina, allí dio contra un mojón. Y se descontroló.

Juan nació el 14 de febrero de 1916 en Buenos Aires. Era todo lo contrario a Oscar, el de las grandes anécdotas, el de los gestos ampulosos, el de la sonrisa eterna. Eran épocas en que las rivalidades deportivas se canalizaban por el River vs. Boca, Ford vs. Chevrolet, los Gálvez vs. Fangio. Los hermanos Gálvez fueron tapa de la revista El Gráfico en 30 ocasiones. Uno de los libros que mejor relata la historia de la marca Ford, "The Dust and the Glory. A Racing History" (El polvo y la gloria. Una historia de competición), escrito por Leo Levine, le dedicó un capítulo entero a los hermanos. El auto Ford azul que en muchas ocasiones llevó el número 1, y volante a la derecha, indicaba que era Juan quien piloteaba. Obtuvo nueve Campeonatos anuales en Turismo de Carretera, en 1949, 1950, 1951, 1952, 1955, 1956, 1957, 1958 y 1960. En 1962, logró su último triunfo en Laboulaye. Su carrera como conductor (sin contar su tiempo como acompañante) fue de 13 años y 4 meses. Consiguió el récord no igualado del 38,8% de efectividad. En dos temporadas logró ganar 8 carreras en cada una de ellas. Totalizó 59 victorias en 153 competencias. Era cuidadoso como el mejor de los relojeros suizos. Frío, meticuloso, no maltrataba jamás el auto que él mismo, hasta la última tuerca, había armado. De manejo delicado, pulido, exacto, no lo castigaba con espectaculares derrapes. Cuentan que, cuando Juan llegaba a la curva desbordada de gente y doblaba con el coche casi parado, surgía el murmullo desaprobador: "Bah, ¿y éste sería el campeón?". Pero el cronómetro, al final, daba su inapelable veredicto: primero Juan Gálvez. Hablaba bajito, tenía modales calmos y sosegados, lucía su cabello siempre pulcramente peinado a la gomina, raras veces desaparecía de su rostro una sonrisa apacible y acogedora. Nunca dijo una palabra detonante contra un colega. Pese a sus maneras plácidas, tan opuestas a la verborragia de Oscar, igualmente saltó a la categoría de ídolo. Y nunca dejó de ser Juancito.

"Juan quiso poner la segunda pero no entró, insistió dos veces y nada, entonces optó por volver a la tercera, pero el auto quedó muerto, sin tracción ni agarre, había una zanja y se clavó de punta del lado izquierdo, empezaron los tumbos, que no terminaban nunca", relató Cotet. El drama y el horror de ver a un colega morirse entre las llamas atrapado por el cinturón, impactó a Juan Gálvez. Desde ese momento nunca más los usó. Ni él ni su acompañante los tenían colocados cuando el auto comenzó a dar tumbos. Fueron cinco en total. En el primero se abrió la puerta del volante y Juan fue despedido. Cayó sin conocimiento. Su cuerpo agonizante estaba junto al auto, sobre el pastizal del campo de la familia Aramburu. La primera en llegar hasta él fue Marta Morales, que estaba cerca viendo la carrera junto a su familia.

Todo empezó cuando pocos días antes se presentó en la concesionaria Ford que Oscar tenía en la Avenida Beiró 3300 de la Capital Federal, según documenta la revista "El Gráfico" del 25 de abril de 1967. Juan le dijo a su hermano que correría el domingo en Olavarría. "No vayas, hacéme caso, en todo el país me aplauden, ahí me tiraron piedras", le respondió Oscar. Es que la rivalidad que existía entre los Gálvez y los hermanos Dante y Torcuato Emiliozzi era muy grande. Fue igual. Sus rivales eran los dominadores del momento y habían ganado las tres últimas ediciones de la prueba. Por eso se alegró cuando el sábado empezó a llover torrencialmente. El diluvio siguió de madrugada, al punto de amenazar con la suspensión. Juan sabía que en el barro, con manejo y guapeza, podía ganar. Pero el 3 de marzo, pasada la tormenta, el día amaneció despejado y con fuerte sol. Recorrió el circuito en un auto particular y se dio cuenta que su gran aliado, el terreno blando y barroso, sólo podría ayudarlo en las dos primeras de las cuatro vueltas programadas.

Marta sostuvo a Gálvez en sus últimos segundos, lo sintió morir en sus brazos. Los aviones que colaboraban en la transmisión de las emisoras porteñas, bajaron sobre el campo para auxiliarlo. Cottet no quiso abandonar el coche. Solo tenía algunas contusiones. El cuerpo examine del campeón fue llevado en avión hasta el aeródromo, donde lo aguardaba una ambulancia. Pero ya era tarde. Juan había dejado de existir por la fractura de la base del cráneo. El reloj indicaba las 12:38 hs. En el Hospital, el Dr. Valentín Fal anunció su muerte. Frente al edificio, una multitud se había agolpado. Había muerto rodeado, como en las rutas que lo vieron ganar.

Antes de la largada se lo veía preocupado. Controló su reloj con el del cronometrista oficial de la CDA, y después se abrazó con don Alfredo Fortabat y Bernardo Mirezki, dueño y superintendente de Loma Negra. Mirezki lo notó frío y transpirado. Le preguntó si se sentía bien y le ofreció sus guantes para correr. El fotógrafo Melchor Vilanova le pidió que posara junto a la cupé azul y roja, con el número 5. Es la foto que lo muestra con la mano izquierda en el bolsillo y la derecha sobre el capot. Se lo ve serio, una rareza en él. Fue hacia un grupo de hinchas, saltando una acequia, y les firmó autógrafos. Se oyó por un parlante que faltaban 10 minutos para la largada. Dejó a sus fanas e hizo el camino contrario, saltando de nuevo sobre el curso de agua. Las cupecitas empezaron a partir. La tragedia acechaba.

La muerte del ídolo inundó de tristeza a todo el país fierrero, su humildad y hombría de bien fueron base de esa idolatría por parte de sus seguidores. Una multitud acompañó su sepelio en el cementerio de la Chacarita. Sus restos descansan junto a los de Troilo, Sandrini y Pedernera.

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