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Cultura

Las "Sartine": las modistas de Torino

Hubo un tiempo, entre el 1800 y el 1900, en que Turín era considerada por todos la "Pequeña París" y dictaba la ley en materia de moda en toda Italia. Las mejores modistas de alta costura tenían su sede en Turín y servían a las damas ricas y aristocráticas de Milán, Florencia, Roma, Nápoles, etc.
En aquellos años tener ropa a medida era la única forma de comprar ropa nueva, al menos hasta la proliferación de los grandes almacenes. Así que todos los que podían hacían confeccionar su guardarropa por los sastres y modistas y los que no podían permitírselo cosían su propia ropa en casa o contaban con la ayuda de una modista, ya que muchas de ellas trabajaban en casa, donde las personas llevaban la tela y elegían en los "figurines" los modelos de vestidos, que primero fueron sencillos y luego se volvieron más sofisticados, puesto que cosían vestidos de novia y de fiesta.
Las "Caterinette" constituyen el grupo de las modistas y costureras que tienen como patrona a Santa Catalina de Alejandría, mártir fallecida en el año 312. Esta Santa era una bella joven, dotada de una gran inteligencia y perteneciente a una ilustre familia. Cuenta la historia que fue condenada a muerte por consagrar su vida a Cristo, por el emperador Maximiano por haber convertido a los 50 filósofos convocados para interrogarla durante el juicio.
El testimonio más antiguo de su culto es una pintura encontrada en Roma en el siglo VIII. El culto, que se difundió especialmente después del siglo X, se estableció en toda Europa. Caterina también es llamada "la Santa de la rueda" por el detalle más conocido de su leyenda: la rueda guarnecida con cuchillas afiladas de la tortura parece haberse roto al contacto con su cuerpo y Catalina salió ilesa.
Proclamada patrona en la Universidad de París, es la protectora de los estudiantes de esa ciudad. Ahora surge una pregunta: ¿Por qué las modistas y costureras de Turín eligieron a la niña más ilustrada como su mecenas, imitando a los estudiantes? ¡Como amuleto para la buena suerte! Cuenta la leyenda que Catalina, cuyo verdadero nombre era Ecaterina, recibió milagrosamente, un momento antes de morir, un anillo de bodas: se la consideraba así, la protectora de las muchachas casaderas.
Las modistas y las costureras turineses eligieron a la Santa como su patrona, celebrándola de una manera particular durante el Carnaval, con la esperanza de que en esta ocasión festiva Catalina les hiciera conocer a su alma gemela.
En muchas ciudades, el 24 de noviembre, día dedicado a la santa, se celebraba un baile que se convertía en ocasión de una especie de concurso de moda en el que se elegía a la más elegante de las modistas.
A lo largo del 1700, la sastrería estuvo monopolizada por los hombres. El Gremio de los Sastres sostenía que su dominio incluía tanto la venta como la confección de todo tipo de ropa y se empeñaba en defender este monopolio, cada vez más disputado por los gremios de mujeres.
En la segunda mitad del 700, las modistas comenzaron a reunirse en pequeñas corporaciones.
En el 1800, -con la única excepción del coupeur (el cortador)-, irrumpió la mano de obra femenina, peor pagada, poco instruida, con pocas posibilidades de armar conflictos sindicales, para una clientela cada vez más grande, rica y exigente.
En la atmósfera de ese Turín un poco fanático y un poco transgresor, adormilado y vivaz a la vez, de austera moralidad y secreto, las modistas son figuras emblemáticas de un deseo de liberación y emancipación social, un deseo de libertad e independencia de un rígido esquema moral y social.
El trabajo femenino era considerado contrario al bienestar de la familia. El trabajo doméstico femenino se valora cada vez más en detrimento del trabajo extra doméstico, considerado peligroso para la moralidad sexual de las niñas.
"No es la insuficiencia del salario lo que es la perdición de la trabajadora, es el gusto por el vestido, la lectura de novelas, la promiscuidad del taller, la fragilidad y el abandono de la familia. La obrera se corrompe por el aire que la rodea".
La historia y la imagen del Turín del 900 están marcadas por la gran industria, simbolizada por la Fiat y sus extensas actividades económicas. A la sombra del Lingotto y de Mirafiori, también se desarrollaron diferentes formas de organización de la producción. La más importante de estas experiencias fue la de la industria del vestido, definida ya en 1922 por los dirigentes sindicales como una "fábrica seccionada".
La sastrería turinesa fue importante por más de una razón. Económicamente, los grandes ateliers en el centro de la ciudad hicieron de Turín una verdadera capital de la moda, sólo superada por París y permanentemente conectada con ella, también debido a una larga integración productiva con Francia, que se remonta a la industria textil del 1600-1700.
Desde un punto de vista social, este sector productivo empleaba a decenas de miles de mujeres trabajadoras.
Finalmente, no se debe olvidar la importancia cultural de esta actividad, que producía los símbolos del prestigio y de la pequeña distinción, los signos que concretaban y visibilizaban las clasificaciones y jerarquías sociales, importantes en las fases de movilidad social y en una ciudad donde el peso de la nobleza siguió siendo notable durante los veinte años de fascismo.
Las costureras no sólo representan la mano de obra del sector de la sastrería: también fueron la expresión de un cambio social que se estaba produciendo desde la unificación peninsular. Un cambio afectado de cerca por períodos de huelgas (reivindicación de los derechos de los trabajadores), protestas feministas, conflictos mundiales y recuperación económica. Basta pensar en la importante huelga de 1883 producida por las trabajadoras por iniciativa de Maria Ferraris Musso, perteneciente a la sociedad La Fratellanza Operaia de Turín.
La modista tiene un fuerte espíritu emprendedor y con sus habilidades -incluida una gran creatividad- puede entrar a formar parte de los círculos más exclusivos.
La modista, procedente de clases sociales humildes, que intenta emanciparse a través de una dura y larga práctica para aprender una profesión, es todo menos inexperta, ya que el oficio de costurera equivalía a una dote y una inversión para las familias.
A principios de 1900, uno de los métodos más comunes para aprender el oficio de costurera era ingresar al atelier y aprender en el campo.
El ciclo vital de la profesión pasaba por una compleja formación. La vida en el taller estaba extremadamente estructurada.

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