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Cultura

La speranza è morta

"Crónicas a Contraluz" es una propuesta de Juan Carlos Ceja que nos ofrece ficciones literarias con líneas de sentida autorreferencia. "Pinta tu aldea y pintarás el mundo", es la frase que parece guiar al autor.

Nací en 1950, cuando en la India la Madre Teresa fundaba su famosa orden y en Buenos Aires moría Baldomero Fernández Moreno, que nos legó aquello de "Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor". Desde aquel tiempo siempre fui Hermes, a secas. Soy pelirrojo, algo cultivado y visto con decoro. Admito que el pantalón sea un poco payasesco, pero lo demás no. ¿Y si lo fuera qué cambiaría?.

Vivo todo en el rectángulo de esta pieza. El pedestal de madera es lo más destacado, no creo que el sofá cama, la mesa verde chica, las dos sillas, el espejo de marco rosado y otras chucherías sean relevantes.

A través del ventiluz veo el baño, está después del camino de granza, al lado del viejo roble que en realidad es otro árbol, pero como me llegó tanto la película de Ken Loach le robé el nombre.

¡Epa! ¡Epa! ¿Es un mareo o está temblando la pieza? Mejor me siento un rato. Hay desparramo en el piso, a lo mejor algo pueda servir, pero seguro no debe tener ninguna importancia para mí. Nunca he sido tremendista, pero desde que terminé en este barrial sé que estoy en el último tramo y en él no hay lugar para la esperanza.

En 1971 le preguntaron a Pier Paolo Pasolini: "¿Con qué mundo sueña? La palabra esperanza está completamente borrada de mi vocabulario'" contestó. Pero nunca se resignó ni dejó de escribir.

Años después decía: "En este momento soy apocalíptico, no tengo esperanza, así que ni siquiera sueño con un mundo futuro". Después, en otoño de 1975, a Pasolini lo asesinaron en un descampado, miserablemente.

No quiero hablar del pasar de los otros, me duele decir, pensarlo, sobre todo sentir, pero en mi caso es así, la speranza é morta.

Yo creo en Dios. Yo amo a Dios. Y a los hombres. Yo amo a los hombres. Yo creo en los hombres como si fueran dioses y en Dios como si fuera un hombre. Yo soy un buen hombre. Yo soy un hombre bueno. Yo tengo mi propia opinión. Yo opino sobre Dios y sobre los hombres. Sobre mí que opinen lo que quieran. Yo sé quién soy. (Vas a la mesa, bebés, te peinás y regresás).

¡Qué palabras! ¿no? Viejito las escribí para vos, dijo Beatriz Bergamín, la española, buena mujercita, mientras buscaba el pasaje porque me dejaba para hallar la felicidad en otra parte.

Con vos ya no puedo más, me dijo mientras nos dimos el beso tierno que contuvo nuestro tiempo juntos.

Te dejo los libros de Chejov y otros. Perdoná que no pude avanzar más con el monólogo, terminalo vos. Hermes jurame que vas a hacer el esfuerzo. Me inspiré en "Una buena mujer". Ese ruso sí que nos conoce, a los hombres, dijo mientras salía. Después escuché el tintineo del llavero sobre el piso que había caído desde el buzón. Te mandé una foto, ¿la viste?, decía el mensaje. Eso fue todo. Nunca más supe de Beatriz.

Ahora está entre las hojas de "Un actor se prepara". Es una mala foto, demasiada vaguedad. En blanco y negro, en un paisaje desolado, una mujer joven sonríe a cámara mientras sostiene un sombrero que una ráfaga sahariana intenta robarle.

Vine aquí, a este lugar, en abril, al anochecer, sin nada. Antes de que se hiciera de noche le coloqué a la ventana una tranca porque fallaba. Mientras cerraba recordé. ¿Por qué el de la inmobiliaria me preguntó el viernes: "¿Leyó la noticia de ayer?" Y cuando dije, ¿cuál?, la llamada se cortó. ¿Me cortó él?.

¡Sí! No solo me preguntó si había leído la noticia. No se inquiete si sobre el sofá cama encuentra un sobre bordó, somos de hacer bromas, dijo días antes. ¿Qué?, me salió y él dijo en tanto mandaba, vaya, vaya y cerró la puerta.

Una inmobiliaria que hace bromas no me parece seria. Y menos con un tipo grande. ¿Sobre bordó, dijo? ¿Morado es lo mismo? Beatriz decía color obispo, pero también hablaba de borgoña y guinda. ¿Son todos lo mismo o son diferentes? ¡Pero qué hijos de puta los de la inmobiliaria! ¡Qué calor! La presión debe estar alta, porque cuando sube la presión la visión se pone borrosa. Haga los controles, mire que la catarata avanza, dijo el médico. Debe ser eso.

La cabeza me va a estallar, no puedo darme cuenta si un sobre colorado es igual a uno bordó, además confundo el verde con el rojo. El jueves tengo que ir a la inmobiliaria, primero lo cago a trompadas al tipejo y después recién le pago. ¡Ah, claro después voy preso! No, mejor le pago y después me voy.

¡Ah, en el sofá cama estoy mejor!, puedo estirar las piernas. La izquierda está hinchada de manera insoportable. El olor de la transpiración, ¡qué jodido de fuerte! Mirá como me puse Beatriz. Me cuesta respirar. ¡Uy, qué chiquitas tus manos!.

¡Qué pensaría mamá si me viera así! Bueno, cuando mamá me abandonó mucho no pensó, además hace tantos años que ya no está. Mejor decir que dejé de verla. Beatriz no te enojes, claro que vos por nada del mundo odiarías a tu madre. Yo nunca supe si la odié, pero sentía que no la quería.

Beatriz no supe como continuar el monólogo. ¿Me disculpás? Estoy helado. Abrazame. Eso, acostate sobre mí. Así, así, gracias. ¡No pesás nada! ¿Cuándo llegaste? Sos parecida a la chica del sombrero. Si no querés hablar no importa.

¿Viste? Al final es como te decía, la speranza è morta. Esperá, me abro la camisa así estamos iguales. En el mal sueño de anoche supe que sería hoy.

¿Te das cuenta cómo el cuerpo gira blando?, no porque lo sea, sino porque algo me invade, ni enfermizo o doloroso, sino una lentitud deseada que me surge de golpe. Es una pereza inquietante, no sorpresiva, al contrario, vuelvo a pasar por aquella dejadez mañanera en que hice que todo se viniera abajo, lejos del alcance de mi voluntad, casi una convulsión tropical, un ciclón, diríamos, en que todos quedaron en expectativa culposa.

Sí, el cuerpo gira blando para mirar la perfecta sombra sentada en el centro de la pieza. Siento que la dejadez se hace larga, deliberada, lenta, como si se adentrara en miel. En este momento me parece tener conciencia lejana del líquido amniótico, fugaz continente, creo, me pareció alguna vez, donde me sentí habitante. Nunca tuve miedo. ¿Será esto?, me pregunto.

Las piernas tiemblan, la nuca a punto de romperse, rígida se puso. La saliva se hizo agria, invadió la boca. ¡Qué vergüenza mi mujercita, me estoy orinando! Pero no voy a llorar.

Tengo que serenarme, vos viniste y estás sobre mí. ¿Me escuchás Beatriz? No importa si no hablás, pero te lo pido por lo que más quieras, no te salgas de mí ahora que tomo certeza absoluta de que la speranza è morta. ¿Beatriz me escuchás? La frase me gusta, si estás de acuerdo usala, dice así, "Aquí yace alguien cuyo nombre se escribió en el agua".

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