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Cultura

La magia de las mechas de las velas

"La mecha es el corazón de la vela, es su alma escondida, que no debe quemarse: debe consumirse de la manera adecuada y en el momento adecuado, porque cada momento y cada lugar tiene su propia llama".

El secreto de toda vela está ahí mismo, en su columna vertebral, la mecha.

Velas que deben durar el espacio de una Misa, otras que deben resistir días al aire libre incluso con las temperaturas más frías. Velas capaces de hacer que el ambiente de una cena galante parezca una eternidad, otras que se consumen en una sesión de masaje. Calentadores ocultos entre las bandejas hasta el final del refinado buffet y las antorchas de señales que permanecen vivas y animadas durante toda una noche.

Y lo saben bien en la "Monterosa Zelandi" de San Pietro Mosezzo, cerca de Novara, una realidad única en Italia, una pequeña empresa artesanal dirigida por Donatella Zelandi y su marido Alberto Ciocca, -hoy también su hija Elena- de la que salen cada año kilómetros de hilo tejido, igual a la circunferencia de toda la Tierra.

Detrás de una "simple" mecha hay un saber hacer desconocido para el gran público. El control de calidad que se realiza en Monterosa Zelandi incluye mediciones sobre la altura de la llama, horas de duración de la mecha, su postura, la presencia de humo o residuos durante la combustión, el correcto trenzado de las fibras del que depende el rendimiento métrico. Un saber hacer reconocido a nivel regional con la marca de excelencia artesanal y a nivel europeo con el otorgado a los proveedores acreditados por las velas de calidad.

"Entrevistar la vela, o más bien diseccionarla, observarla, probar su consistencia, seguirla mientras se quema -explica Donatella- Y al mismo tiempo comprender del cliente lo que espera de ese objeto: solo así se puede llegar a la combinación perfecta de ingredientes para obtener los mejores resultados. No debe humear y no debe gotear: estos son los dos principios básicos de una buena vela. Pero eso no es todo: el secreto está en la correcta curvatura de la mecha. Para que no queme demasiado y no queme poco, no deposite ceniza y no consuma demasiada cera, no tenga una combustión exagerada o no se apague rápidamente. O, peor aún, nunca se apague. Sólo mirando la llama se puede hacer un análisis completo. Y a partir de ahí empezar a hacer la mezcla adecuada de algodones, para luego tejerlos juntos y combinarlos en las proporciones adecuadas para crear la mecha óptima".

La "Monterosa Zelandi" existe desde 1969, cuando Aurelio Zelandi, propietario de un bar, con ganas de dar un giro a su vida cotidiana, tomó de una antigua fábrica de cera en desuso una maquinaria aún en funcionamiento utilizada durante la Segunda Guerra Mundial, para elaborar su propio hilado y comenzó a hacer todo tipo de mechas para velas que se usaban en esos años. Es un mercado que está cambiando, y Aurelio se lanza a él con pasión e intuiciones adecuadas. A los pocos años patentó la primera mecha sin plomo y, combinando hábilmente hilos de excelente calidad, puso en marcha las primeras líneas de producción, algunas de las cuales todavía se utilizan hoy, precisamente por las técnicas innovadoras que había ideado.

Desde Italia para el mundo, la empresa es líder en el mercado de las velas. Desde hace cincuenta años produce diferentes tipos de mechas.

Un arte antiguo y delicado, ciertamente bien definido en la actualidad, muy buscado en un sector del mercado en el que la mecha de la tradición se entrelaza con la de la modernidad.

Y desde el principio fue previsor y pionero de las tendencias que dominan en la actualidad. En 1972, en tiempos insospechados, patentó la mecha tubular ecológica, un nuevo producto sin núcleo metálico, hecho de puro algodón. Gran precursor de una tendencia que hoy está mucho más en boga -precisó el propietario- pero que fue aplicada hace muchos años. Por ello obtiene la patente de invención industrial. Un hito histórico para una pequeña empresa artesanal familiar que, siempre al compás de los tiempos, fue evolucionando y renovando hasta convertirse en líder del mercado.

El 11 de octubre de 1974 se concedió la primera patente de marca de empresa: una huella elipsoidal con una montaña estilizada y líneas horizontales que representan el cielo y claramente la frase "ecológicamente puro".

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