Tradicional cita dedicada al redescubrimiento de los orígenes campesinos de un Halloween ahora desfigurado y privado de toda tradición. El espíritu original de los antiguos rituales, que hasta principios del siglo XX aún vinculaban el culto a los muertos a momentos específicos de la vida agrícola: después de la estación estival de frutas y cosechas, la Madre Naturaleza entra en el período de su aparente muerte vegetativa, el agricultor prepara la tierra y entierra las nuevas semillas, como difuntos, destinadas a renacer en primavera.
Halloween, contracción de All Hallow´s Eve (Víspera de Todos los Santos) también conocido como Noche de Brujas, es una fiesta de origen pagano que se celebra el 31 de octubre y cuyas raíces provienen de un antiguo festival celta de hace más de 3.000 años conocido como Samhain ("Fin del verano" en irlandés antiguo).
La fiesta se celebraba cuando la temporada de cosechas tocaba a su fin y daba comienzo el "año nuevo celta" coincidiendo con el solsticio de otoño. Se creía que durante esa noche los espíritus de los muertos podían caminar entre los vivos.
En siglos posteriores la gente comenzó a vestirse como fantasmas, demonios y otras criaturas malévolas, realizando payasadas a cambio de comida y bebida.
Cuando llegó la ocupación romana a tierras celtas, la festividad se mezcló con las propias de los invasores como la "Fiesta de la cosecha".
La festividad de Halloween llega a Estados Unidos y Canadá en el año 1840 a través de los inmigrantes irlandeses, pero no empezó a celebrarse masivamente hasta el año 1921, fecha en la que se celebró el primer desfile de Halloween en Minnesota.
Durante las décadas siguiente la fiesta fue adquiriendo popularidad hasta que en 1970 se produjo su internalización gracias a las series de televisión y al cine.
Halloween es la fiesta "made in USA" que conquistó Europa a finales del 1900 y, por ende, también Italia. Pero pocos saben que en Piamonte existe esta costumbre milenaria que se remonta a los años 400/300 a.C, importada por los celtas a través de la colonización de las tierras.
Tenía como finalidad el agradecimiento por la cosecha de los meses anteriores y el deseo de un año mejor. También era considerada como la noche del regreso de los muertos al mundo de los vivos y para indicarles el camino que conducía al cementerio, se colgaban calabazas talladas y encendían una vela adentro. También se dedica un momento a la oración.
Desde hace siglos la tradición de las calabazas iluminadas y las masche (brujas), fantasmas, gnomos, etc. siempre poblaron "la Noche de las Lumere" (luces o linternas), como se llamaba esta tradición en Piamonte.
La noche de Todos los Santos, es una recurrencia típica del cristianismo occidental, observada el 31 de octubre, víspera del día de Todos los Santos. La celebración se registra por primera vez en la Alta Edad Media, que inicia en el siglo V.
El "trato o truco" y tallar calabazas no son para nada tradiciones ajenas, al contrario, se encuentran en el pasado local.
En el Piamonte, la noche del 31 de octubre era considerada mágica. Existía la creencia generalizada de que esa noche los muertos regresarían a sus casas para ver a amigos y familiares y tomar posesión de los objetos que más les gustaban durante unas horas. Se esperaban los espíritus sin temor, y se deseaba que este encuentro fuera íntimo, al abrigo de la curiosidad de extraños y espíritus desconocidos.
Para celebrar este "milagro" los niños solían ahuecar y tallar calabazas con ojos y bocas que producían caras de miedo, dentro de las cuales se colocaba una vela: éstas eran, de hecho, las lumère. Se ubicaban fuera de las casas para atraer las almas de sus seres queridos fallecidos o a lo largo de las calles, en lugares oscuros para asustar a los transeúntes y hacerlos desistir de acercarse a las casas. Las velas continuaban ardiendo toda la noche.
Algunos se levantaban temprano y dejaban las camas libres y arregladas para que los difuntos pudieran descansar.
Otra costumbre era poner la mesa de la cena con un asiento extra, reservado para el difunto que venía a visitar a sus seres queridos.
Además, en cada familia se preparaba "el plato de los difuntos" con castañas, dulces, habas, y se dejaba sobre la mesa o en los alféizares como regalo para las almas visitantes.
Los niños iban de casa en casa para pedir frutos secos, avellanas y castañas, o la golosina típica de esta época: las galletas "òsa dij mort" u "òs ‘d mort" (huesos de los muertos) elaboradas a base de harina, avellanas tostadas y almendras dulces, a las que se les da una forma similar a una tibia. ¡Nada que envidiar, por tanto, a la tradición del otro lado del océano!
Negro, morado y naranja son los colores tradicionales de esta festividad.
Las costumbres, ahora muy extendidas para festejar "la noche de las Lumere", van desde desfiles con disfraces de esqueletos terroríficos -en recuerdo del Día de Muertos- de fantasmas, brujas y zombis, en los adultos, hasta el "travesura o dulce" o "truco o trato" en los niños. También ellos disfrazados para chantajear a quienes les abren la puerta sin caramelos ni chocolates que ofrecerles. Una especie de amenaza para "dañar" a los anfitriones o a su propiedad, si no se les dan golosinas.
Cuentos de "las Masche" (Fantasmas en la tradición popular) típicos de esos lugares, búsqueda en el bosque del tesoro de Halloween con brujas, fantasmas y vampiros, talleres creativos de pastelería, chocolate o manualidades en que los más pequeños podrán dar rienda suelta a su creatividad íntegramente sobre la temática. Música, teatro, circo y danza sorprenden al público realzando la riqueza del patrimonio cultural piamontés.
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