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Cultura

"Enorme abrazo, che"

"Crónicas a Contraluz" es una propuesta de Juan Carlos Ceja que nos ofrece ficciones literarias con líneas de sentida autorreferencia. "Pinta tu aldea y pintarás el mundo" es la frase que parece guiar al autor.
Juan Carlos Ceja

Por Juan Carlos Ceja

Era el domingo 9 de agosto de 2020, cumplía setenta años.

Hacía rato que estaba instalado en la madrugada y entonces vi que Silvia había escrito para mí.

"Negro" Ceja, "Profe", "Juanca": varias formas de nombrarte. Quizás podríamos jugar a que cada una de ellas corresponde a una arista de tu actividad. ¿Cuál para el docente? ¿Cuál para el director de teatro?

¿Cuál para el tipo que se hace el inocente tirando interrogantes que nadie se anima a responder?

Y los límites de cada rol se diluyen, entremezclan, vuelven a crearse y se borran. Juan, "Negro", "Profe", "Dire": "Son días de cosecha... Enorme abrazo, che".

Palabras gratas. ¡Lindo regalo! La última frase es llamativa, no recordaba ese registro de Silvia.

El "che" me trajo la voz de Esther Goris en Eva Perón, la película de Dezanso.

"Si hay algo que destaco de Eva Perón fue que tuvo el coraje de estar a la altura de su propio destino y eso es algo que casi nadie tiene", dijo la Goris en la promoción de la peli. Coincido con esa frase.

La relación con Silvia viene desde 1982, cuando hicimos "La señora en su balcón" en el inicio mítico del Taller de la 204. La obra de Elena Garro era feminista cuando todavía el término no estaba en boga.

Silvia, que debe haber andado por los diecisiete, interpretó de manera increíble a Clara, de 50 años, que comenzaba la obra diciendo: "¿Cuál fue el día? ¿Cuál la Clara, que me dejó sentada en este balcón mirándome a mi misma?... Hubo un tiempo que corrí por el mundo, cuando era plano y hermoso. Pero los compases, las leyes y los hombres lo volvieron redondo y empezó a girar sobre sí mismo, como un loco. Antes, los ríos corrían como yo, libres, todavía no los encerraban... ¿Te acuerdas?"

El Diario La Opinión destacó el estreno: "Aplausos. Para los chicos de la Escuela Normal que montaron una excelente obra de teatro y trabajaron dos noches a sala llena… (¡La envidia de más de un productor!)".

En el '82 el Colegio Simón de Iriondo de Santa Fe iniciaba un viaje artístico similar al nuestro. Al año siguiente nos dimos a visitarnos. Así comenzamos a organizar nuestros encuentros de teatro estudiantil que tanto llamaron la atención en la provincia.

Años después que la fiesta se apagó, me enteré de que el querido Jorge Felip había muerto. Jorge fue el referente más visible de esa prolífica movida. Nunca supe por qué parte del grupo de fieles de tanto tiempo dejó de nombrarlo y cuando lo hacía, obligado, aparecía la incomodidad.

A fines de mayo reconocí en el rostro de una señora vieja a Martha Otolina. El "Negro" Roberto Trucco avisaba a través de Internet que la profesora de Lengua y actriz había fallecido.

Martha se sumergía en la fiesta del teatro estudiantil, año tras año, con la algarabía de las mariposas amarillas.

Mariposas amarillas que vuelan liberadas." ¡Ah, mi querida novela "Cien años de soledad"! ¿Adónde se fueron las mariposas? ¿Dónde están mis calles, aquellas, las de antes, la del trago prohibido, la de todos conocidos como en Macondo, de los primeros ardores juveniles y las azarosas búsquedas?

Estuve mirando un rato largo y con melancolía la foto de Martha, pero los pasares presentes, me dije, son otra cosa, y decidí no llorar.

En aquel tiempo, Silvia participó de varias obras y de entonces le quedó la idea de mi especialidad en Florencio Sánchez. Debo decir que me entusiasma trabajar con los textos de Sánchez tanto como con los de Antón Chéjov. Otro desafío que me impulsa son las creaciones colectivas. ¡Qué bella fue "Esta noche hacemos el amor"!

En el libro "Voces" hay una cita que da cuenta de la última obra donde estuvimos con Silvia, dice así: "María E. Maldonado, que hacía el papel de Graciela, fue reemplazada por Silvia Marzioni en las funciones realizadas en Rafaela el 22 y 23 de noviembre de 1985, y en otra función en Rosario…". La obra era "No hay que llorar" de Roberto Cossa.

Los encuentros se fueron espaciando, dejamos de hacer teatro juntos y compartir tiempo. Al hoy, como diría Marta Berra, el vínculo se actualiza amable en cruces casuales.

Si hubiese tenido oportunidad, Carmen Maura no estaría en "¡Ay, Carmela!", con mi dirección la heroína inolvidable de la película sería Silvia. Habría armado la escena para que ella contase el cuento que le viniese en gana, por supuesto a cambio de que dijese aquello de: "…Contraataques muy rabiosos, rumba la rumba la rumba ba, deberemos resistir, ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela! / Pero igual que combatimos, rumba la rumba la rumba ba, prometemos resistir ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela!"

El peronismo, después de tantísimos años, ha devenido para mí en campo de reflexión bravío, confuso y extrañado de pasión. Y ahora, cuando me ha sobrevenido esto, observo a Silvia transfigurada en la reencarnación nacional y popular de La Pasionaria en los pagos de Rafaela.

Giro la cabeza y sonrío. La gata Tomasa duerme inocente en el cajón amarillo, sobre el almohadón rojo. Respiro hondo. La madrugada avanza ahogada de extrema humedad.

Luisa me cuida desde el segundo estante, está al lado de los Cuentos Completos de Cortázar y los dos diccionarios de Editorial Sopena que fueron de Martita.

Cierro los ojos y me entrego a la imaginación. En el instante último antes de dormir unos minutos, reparo que en el día del escrito de Silvia y por la misma razón, Ercilia envía también un texto entrañable.

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