El Papa Francisco se asomó desde la ventana del Palacio Apostólico y, ante los peregrinos reunidos en la plaza San Pedro, reflexionó sobre el Evangelio de la liturgia que relata la historia de un hombre rico que corre al encuentro de Jesús y le pregunta qué debe hacer para heredar la vida eterna. Y Jesús -señala Francisco- lo invita a dejar todo y a seguirlo, pero el hombre, entristecido, se va, porque "era muy rico".
"Es como si algo en su corazón le impulsara: en efecto, a pesar de tener tantas riquezas, se siente insatisfecho, lleva dentro una inquietud, va en busca de una vida plena. Como hacen a menudo los enfermos y los endemoniados se postra a los pies del Maestro; es rico, y sin embargo necesita ser sanado", afirmó en el Ángelus dominical.
"Jesús lo mira con amor y le propone una 'terapia': vender todo lo que posee, darlo a los pobres y seguirlo. Pero, en este punto, llega una conclusión inesperada: ¡Ese hombre pone cara triste y se va! Tan grande e impetuoso ha sido su deseo de conocer a Jesús, como fría y rápida ha sido su despedida de Él", agregó.
En otro momento de su reflexión, el pontífice planteó: "También nosotros llevamos en el corazón una necesidad irreprimible de felicidad y de una vida llena de sentido; sin embargo, podemos caer en la ilusión de pensar que la respuesta está en la posesión de cosas materiales y seguridades terrenales. En cambio, Jesús quiere devolvernos a la verdad de nuestros deseos y hacernos descubrir que, en realidad, el bien que anhelamos es Dios mismo, su amor por nosotros y la vida eterna que Él y sólo Él puede darnos".
"La verdadera riqueza es que Él nos mire con amor, como hace Jesús con aquel hombre, y amarnos entre nosotros haciendo de nuestra vida un don para los demás", subrayó Francisco.
Por eso, aseguró el Santo Padre, Jesús invita a "arriesgarnos a amar", a "despojarnos de nosotros mismos y de nuestras falsas seguridades, prestando atención a quien está necesitado y compartiendo nuestros bienes, no sólo las cosas, sino lo que somos: nuestros talentos, nuestra amistad, nuestro tiempo".
El Papa formuló entonces algunas preguntas para ayudar a discernir: ¿A qué está apegado nuestro corazón? ¿Cómo saciamos nuestra hambre de vida y de felicidad? ¿Sabemos compartir con quien es pobre, con quien está en dificultad o necesita un poco de escucha, una sonrisa, una palabra que le ayude a recuperar la esperanza?
Finalmente, Francisco invitó a recordar: "La verdadera riqueza no son los bienes de este mundo, sino ser amados por Dios y aprender a amar como Él".
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