El circuito profesional de mujeres pasó por Buenos Aires mostrando destellos de su brillo y viendo como la pasión, un condimento que por estas tierras aporta la gente, resquebrajó las paredes que lo convierten durante toda la temporada en un producto ideal para la televisión.
Por Oscar Martínez. "Nunca dejaré de pelear por intentar que se valore al tenis femenino. Sería injusto rendirme. Yo llegué hasta un sitio que ni siquiera soñé y no necesito que nada cambie por mí. Pero si puedo hacer algo por las chicas jóvenes, si puedo devolverle algo a este deporte maravilloso, entonces me sentiré al menos en paz. El tenis femenino merece ser reconocido", Serena Williams.
No es lo mismo, claro. Se nota en el armado del predio. Hay apenas tres carpas con promotoras, la primera pertenece a la ropa que auspicia al tenis argentino, otra es de la firma encordadora de raquetas, y finalmente hay una pequeña con perfumes. Están bordeando las tribunas del estadio central, ese que encierra la cancha Guillermo Vilas. Y detrás, tres puestos de comida no dejan alternativa: uno tiene distinto tipos de hamburguesas, otro de bebidas y el último de helados. Solo la sala de prensa mantiene cierto armado que se asemeja al de la montada en oportunidad del torneo de varones de comienzo de año, ese en el cual Juan Martín del Potro le puso punto final a su carrera. Incluso la cantidad de periodistas que trabaja en ella parece hasta desmedida si uno luego mira los distintos medios. Tal vez porque el Mundial de Qatar no deja espacio alguno, pero lo cierto es que encontrar algún párrafo en los principales diarios o una columna en las radios es tarea digna para un investigador.
El juego también es otro, pero es tenis finalmente. Y se juega en un lugar maravilloso cargado de historia. Los argentinos aprendimos a disfrutar del tenis grande en las décadas del 70 y 80, cuando a fin de año el polvo de ladrillo del Buenos Aires Lawn Tenis recibía al Abierto de la República o Abierto de Sudamérica, según la denominación internacional. Para los que seguimos la actividad desde hace muchísimo tiempo, es un placer recordar aquella primera edición por el circuito profesional en 1972, cuando un zurdo llamado Guillermo Vilas perdió la final ante Karl Meiler. O la de 1973, con el mismo Vilas, que ya pintaba para ser uno de los grandes ídolos de la historia, ganando por abandono frente a un rubio que jugó con ropa de marca Depor Hit, llamado Bjorn Borg y que más tarde ganó Wimbledon cinco veces consecutivas. El Lawn Tenis se ganó el apodo de Catedral del Tenis argentino a fuerza de ser la sede de grandísimos eventos y de recibir a los mejores tenistas del mundo. Pero fue perdiendo brillo en la medida en que le buscaron alternativas y sacaron de allí los mejores torneos. Para peor, la Copa Davis, aún con su formato anterior, emigró a estadios muchas veces improvisados. Pero desde 2.001, con el nacimiento del Abierto de Argentina, el BALTC volvió a vivir, solo que en lugar de hacerlo a finales de cada temporada, lo hizo al comienzo de las mismas. Y, desde que la pandemia nos dio respiro, en noviembre se recuperó lugar para las damas.
En el Lawn Tenis la gente disfruta del juego pero también de un entorno formidable al costado de los bosques de Palermo. Hacia un lado está la pista de arena interminable del hipódromo Argentino. Pero hacia los otros tres puntos cardinales, los bosques de este sector de Buenos Aires lo enmarcan en un verde de ensueño. La gente llega a este mundo de fantasía buscando todos esos sentidos, la pasión que se vive en el estadio y la ilusión que ofrece fuera de el por algunos cuantos pesos. Y los más grandes, entre los que me incluyo, aquellos que estuvimos en tantas ocasiones y vivimos tanto del presente como del pasado, nos sentimos en un sitio cargado de mística.
Los asistentes ingresan para ver los partidos de un torneo que reparte 125 mil dólares en premios y 649 puntos para el ranking. En su mayoría son mujeres. Pero, curiosamente, la casi totalidad de los periodistas, hombres. En el año 2021, el Argentina Open colocó a nuestro país en el calendario del WTA Tour después de 34 años, cuando una joven Gabriela Sabatini de apenas 17 años, se consagraba campeona. Y este 2022 confirmó que la empresa organizadora ha decidido mantener la apuesta inicial a pesar del valor del dólar, de que estamos en el cierre del año y que las mejores jugadoras ya piensan en Abierto de Australia, que no hay figuras nacionales ni con buen presente ni con gran proyección, y que, en este caso, el Mundial es una contra demasiado poderosa.
Para los puristas, aquellos que siguen fundamentalmente por televisión al circuito masculino, la comparación con este nivel es demasiado condicionante. En cambio, para aquellos a los que el deporte los apasiona y no ven tenis en vivo regularmente, la apuesta es por demás de atrapante. Y el costo de la entrada es apenas más cara que lo que cuesta ir al cine. La sunchalense Paula Ormaechea, que tuvo una gran semana que le permitió llegar hasta semifinales en un año muy malo, se encargó de resaltar la importancia de mantener este torneo. El tenis argentino está mal, no hay en el horizonte figuras que nos permitan soñar en grande. Pero que las tenistas nacionales tengan la posibilidad de jugar un torneo profesional de esta jerarquía sin moverse de Argentina es altamente positivo, y puede funcionar como apuesta a futuro. Por eso dibujaba sonrisas ver muchas chiquitas de escuelitas, vestidas como las tenistas que admiran, alentar desde las tribunas legendarias.
El certamen confirmó que la cita es interesante y ha crecido respecto del año anterior, que es indispensable que en 2023 haya alguna jugadora de renombre para atraer las miradas (se puede rescatar la presencia de la italiana Sara Errani, que llegó a ser la número 5 del mundo y finalista de Roland Garros hace una década, pero está lejísimo de su mejor nivel), que la húngara Panna Udvardy, 83 del mundo, que venció en la final por 6/4 y 6/1 a la montenegrina Danka Kovinic (71ª), está para pelear más arriba, que el crecimiento de la argentina Lourdes Carlé es lo único positivo para el juego de nuestro país más allá de lo vivido por la sunchalense Paula Ormaechea, y que la respuesta del público fue por demás de interesante.
Siempre me resulta atractivo pararme en las bocas de salidas, después de terminado un partido, y escuchar a la gente, entender como el deporte en vivo transforma. Ver como las personas, antes de volver a la vida real, al menos por un rato, se convierten en especialistas que enfatizan sus análisis. En tenis, esta vez el femenino, dibujó sonrisas en todos, los de adentro y los de afuera. Valió la pena volver a teñir las zapatillas de color ladrillo.