El fútbol sigue impulsando sueños personales y compartidos en cada ilusión de partido, una ilusión que moviliza el corazón de los que juegan y de los que miran. Es un juego maravilloso que sigue abasteciéndonos de identidades y de rituales tan fuertes como queribles. Ir a la cancha con los hijos, los padres, los amigos o incluso solo, continúa siendo una oportunidad de llenar nuestras horas con pasiones. Pero ir sabiendo que nuestro equipo va a ser protagonista, que va a intentar jugar, que nos regalará algún pase de magia, en definitiva y como dice Cerati, que sacará belleza en medio de este caos, es simplemente fascinante. Por supuesto que ganar paga todas las deudas, pero llegar al cierre del juego con innumerables sensaciones a flor de piel justifica nuestro amor por la pelota. Y por nuestros colores del alma.
Durante mucho tiempo, los de Atlético supimos gozar de esas sensaciones. Y nos bañamos de gloria. Hasta que se terminó y llegó un largo camino en la oscuridad. Solo recuerde lo que ha pasado en estos últimos torneos. No sólo dónde el equipo terminó ubicado sino, fundamentalmente, la imagen que tenemos de cada partido. Y de lo que sentimos al ver derruirse nuestro barniz dorado. Dejamos de ser el club ejemplo y lo sufrimos, porque más allá de lo institucional, el fútbol sigue siendo una vidriera demasiado importante que opaca todo lo demás. Unas mil veces escribí y escuché decir a otros que el fútbol de Atlético debía reencontrar la huella que nos llevó a Primera. Y mil veces nos desilusionamos. Y a riesgo de cansar con el discursito, mil veces insisto con que no es necesario copiar a los grandes equipos del fútbol mundial, sino repasar lo que se hizo algo más de una década atrás. Mil veces. Y justo en el partido oficial número mil de la Crema en la principal categoría del Ascenso, encontré una luz de esperanza.
No pretendo comparar situaciones ni equipos, sino sensaciones. En cada ataque propio en la noche del domingo ante Rácing de Córdoba tenía el convencimiento de que se llegaría al gol. Y nunca sufrí por un ataque adversario. Fundamentalmente en el primer tiempo. Atlético fue muy superior a su rival y debió sacar una ventaja mayor para ganar tranquilidad. No lo hizo y debimos mirar la segunda parte con el ceño fruncido aunque, como dije, no pasamos sobresaltos importantes. Es que siempre me parece poco inteligente la decisión de entregarle la pelota al rival. Si se gana bien jugando con presión ofensiva, ¿por qué cambiar? El equipo debería de haber seguido regalando brillo. Claro que Medrán podría decirme, como hizo un entrenador uruguayo con un periodista, "usted quiere que seamos líricos porque al que echan si perdemos es a mí y no a usted"
Quiero olvidar rápidamente lo feo que fue el partido que empatamos ante Atlanta. Tal vez tenga que ver con que aún no pudimos romper el karma de jugar de visitante, donde siempre nos va mal, o más o menos mal. Lo que vi de este equipo me hace ilusionar pero, lo más importante, me hace feliz hoy. Porque ganó, claro. Y porque jugó bien, y a mí eso me interesa casi como lo primero. Vestíamos de azul porque el rival llevaba nuestros colores. Y nuestros jugadores, de azul, ¡se la daban a otro de azul! Parece una broma, pero eso lo vimos muy poco últimamente.
La canción de Cerati nos habla sobre una relación que no puede llegar a su fin, pues a la persona que lo está evaluando le es imposible alejarse de las sensaciones, los recuerdos. Y a nosotros, o al menos a mí, me cuesta y no quiero alejarme del recuerdo de lo que fuimos. Mil veces elijo tomar el riesgo de la derrota pero jugando como dicta nuestra historia. Lo que hizo el equipo el domingo. Tuvo la virtud de sacar belleza de este caos.