Será por siempre el más grande tenista de nuestra historia, y uno de los que marcaron el circuito profesional. El 17 de agosto cumplió setenta años rodeado por sus familiares más cercanos en su residencia de Mónaco. Este es un repaso a los hechos determinantes de su vida de película.
El hombre del brazo de hierro vestía de negro, todo de negro. Incluida la boina que no dejaba ver que el cabello, eternamente largo, ya era escaso. Y más allá de las arrugas que surcaban su rostro marcando que, inexorablemente, el tiempo había pasado, su magia estaba intacta. El hombre se paró en la cancha del complejo La Cañada como en los posters, con su eterna raqueta en su mano izquierda y sus zapatillas y medias siempre teñidas de color terracota. Guillermo Vilas, el mismo que ganó tanto que terminó por apasionarnos a los argentinos por un deporte que pasaba desapercibido, se entregó esa tarde sin el mínimo rasgo de vedetismo. Primero sedujo a la gente con su juego y sus enseñanzas, luego se sacó cientos de fotos, firmó todos los autógrafos, se dejó abrazar y besar sin perder la sonrisa. Y recién cuando el último de los asistentes se fue, retomó la charla. "Eso es fantástico. Ahora estoy muy bien en mi país, pero me costó mucho. Llegué a quedarme afuera del Buenos Aires Lawn Tennis antes de un torneo, no quise entrar por miedo a la reacción de la gente. Es que yo voy a cualquier gran torneo y me dan un lugar en el palco de honor. Acá era distinto, parecía que molestaba. Pero un día me animé, entre y la gente me hizo emocionar. Ahí cambió todo y me siento feliz de estar con ellos, como ocurrió aquí, en Rafaela. Hoy había muchos chicos, eso es bueno, porque los chicos suelen menospreciar a los más grandes. No escuchan. Tenemos que enseñarles que siguiendo los grandes ejemplos, haciendo esfuerzos, se consiguen sueños. Hay que ayudarlos a encontrar el camino".
Antes de 1972, el año en que Guillermo Vilas -que ya había debutado como profesional en 1968 a los 16 años- comenzó a ganar cosas importantes, el tenis era un deporte de elite del que casi no se hablaba en las radios y era poco menos de un renglón en los diarios. Su aparición fue tan extraordinariamente revolucionaria que le revista Gente dedicó cuatro páginas a explicar de qué se trataba ese deporte en donde brillaba un marplatense de boina y enorme brazo izquierdo. Y cuando algún periodista anunciaba una victoria suya, los taxis de Buenos Aires hacían sonar sus bocinas. Nunca antes había ocurrido. Él lo cambió todo.
Vilas fue un excéntrico para el ambiente deportivo. Lector, poeta y cantante se codeó con las más grandes figuras de la cultura popular de todo el mundo. Admirador de Krishnamurti, se inclinó a la vida espiritual. Seguía a Pappo y a Spinetta, de quién fue amigo al punto de ser el padrino de su hijo Dante. Y le gestionó la grabación de un disco en inglés, Only Love Can sustain. No le faltaron romances. Las revistas del corazón hacían tapas con él y sus mujeres de turno. Hasta que conoció a tailandesa Phiangphathu Khumueang, se enamoró y se casó a los 50 años. Fue el 16 de mayo de 2005 en la iglesia Nuestra Señora de las Mercedes. Tienen cuatro hijos: Andanin, que nació en París en noviembre de 2003, Lalindao en Miami en enero de 2010. Intila, en Buenos Aires en diciembre de 2010, y cerró la familia con el buscado Guillermo, nacido en Mónaco en abril de 2017.
El tenis era un deporte que se jugaba mucho antes de que Guillermo naciera, el 17 de agosto de 1952, en el Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento, en la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, él lo "inventó" para nosotros. Despertó el fuego en la Argentina, pero también en la región. Fue un estímulo y un modelo a seguir para una amplia generación de jugadores latinoamericanos que, en los 70 y los 80, observaba el tenis a distancia.
Su juego no era sutil sino impresionante. No seducía desde el talento, sino que araba la cancha y levantaba ovaciones en todo el mundo. Y emocionaba. La vincha, el pelo largo, sus diferentes facetas atrapaban al público sin necesidad de fabricar el personaje. Guillermo fue siempre auténtico y puro. Por eso no necesito convertirse en un producto prefabricado para asociarse al concepto de tenis-espectáculo que motorizó con Jimmy Connors y Björn Borg, en el que ganó status de estrella apta para el marketing. Y fueron esos tres hombres los que lo convirtieron en un espectáculo masivo. Ganó en las canchas y fuera de ellas. En su caso: ganó y se lo ganó. Que no siempre significa lo mismo.
A lo largo de su carrera, el Gran Willy conquistó 62 títulos, 4 de ellos del Grand Slam (2 Abiertos de Australia, 1 Roland Garros y 1 US Open), y 1 Masters, varios Olimpia de Oro y la consideración de la prensa argentina como uno de los 5 mejores deportistas del Siglo XX. Tras su retiro en 1986, el tenis mundial lo reconoció al introducirlo en el Hall de la Fama.
En 1975 publicó un libro de poesía, Cientiveinticinco, y en el 81 el segundo, Cosecha de cuatro. Admira a Neruda y le encanta leer filosofía. Le gustan las pinturas de Pérez Celis, Antonio Seguí y Van Gogh. Participó en cine y en los 90 se lanzó como cantante. Editó un disco de música electrónica e impuso algunos hits. También probó con una banda. Fanático de los Rolling Stones, fue testigo presencial de recitales memorables. Se hizo amigo de Richards. "A esta altura sos un Stone más", le dijo Keith en Buenos Aires tras invitarlo a sumarse a la banda en un recital en Chile. Su imagen y su modo de pensar, son el resultado de influencias directas producto de su relación con otros dos trotamundos de la raqueta: el brasileño Tomas Koch y el danés Torben Ulrich, papá del baterista de Metallica.
Elijo cinco hitos notables de su carrera. El primero fue sobre el césped del estadio Kooyong, cuando con 22 años derrotó en la final a Illie Nastase, ex número 1 del mundo, para ganar el Master de 1974. El segundo tiene que ver con Roland Garros, un torneo que para los argentinos es algo así como un Mundial sobre polvo de ladrillo. Vilas levantó la Copa de los Mosqueteros el 5 de junio de 1977, ganando su primer Grand Slam. Apenas tres meses más tarde logró el segundo, el 11 de septiembre de 1977, el Día del Maestro. El Abierto de Estados Unidos, que se jugaba en Forest Hills, en un memorable partido ante Jimmy Connors, En 1980 se coronó por fin en el Abierto de Roma, donde era ídolo. Ganó el título invicto sin perder un set, superando en la final a Yannick Noah. Y Montecarlo 1982, el último grande. El certamen de Mónaco significó mucho en su carrera. En la final venció a Iván Lendl, dos del mundo, y recibió su trofeo de manos de la Princesa Carolina. El romance con ella nació por la noche, en la discoteca Jimmy Z, durante la fiesta organizada por Regine. Volvieron a verse en París dos días después, y sumaron una escapada a la isla de Maui, en Hawái. "El romance de la princesa y el campeón", tituló París Match. Guillermo, apenas se desató la guerra con Inglaterra, declaró que no participaría en Wimbledon. Al mismo tiempo, donó 200 millones de pesos al Fondo Patriótico Malvinas Argentinas. Entonces tuvieron dos semanas para ellos. El final del noviazgo que hizo suspirar al mundo por cinco meses llegó de la forma más brutal. El 14 de septiembre de 1982, Grace Kelly murió en un accidente. Carolina debió tomar su lugar y las obligaciones pudieron más que el amor.
Mucho se habló sobre el deterioro cognitivo que sufre desde hace un tiempo, por eso con su familia decidió quedarse en Mónaco y cuidar su entorno. Ojala sea lo mejor para él. Guillermo no merece un final distinto fuera de las canchas a los tantos que vivió dentro de ellas, donde fue un ganador que nunca se rindió. Para mí, al menos, siempre será el poster de mi habitación, con la vincha ajustando su cabello largo, el enorme brazo izquierdo empuñando su raqueta y la ropa deportiva que termina en medias y zapatillas color polvo de ladrillo. El hombre que tantas veces tuvo que ver con mi felicidad. El de la imagen de gladiador. El mitológico cazador de mariposas. Feliz cumpleaños Maestro.