Siempre la tuvo clara Arturo. Un partido de fútbol siempre se presenta como una genial obra a estrenar. No importa demasiado el escenario, ni el decorado, porque el tema es el juego más maravilloso del mundo, y la trama del partido suele ser apasionante porque depende de muchos factores. Aunque juguemos en una cancha llena de pozos y con los arcos marcados con ropa, o en una canchita de fútbol cinco, la pasión que nos desborda por ser parte de la obra no hace sentir primeros actores. Y en esos lugares cantamos los goles como en la final de Qatar. Particularmente siempre tuve una insana envidia con los futbolistas profesionales, tipos a los que les pagan para jugar en sitios y circunstancias donde nosotros, al menos yo, pagaría para jugar. No se entiende entonces que, en algunas ocasiones, como la de ayer, los actores hagan la obra sin pasión, perdiendo de vista la esencia, que es jugar. Porque de eso se trata el fútbol, un deporte profesional que deriva de jugar a la pelota. Para entender la diferencia entre los actores que se comprometen con su personaje "en grado absoluto" y los que sólo cumplen para cobrar, existe una vieja anécdota entre Laurence Olivier y Dustin Hoffman, mientras filmaban "Marathon man" (1976). Tocaba la terrible escena de tortura en el sillón del dentista, entre el nazi cruel y el inocente hermano de un empleado traidor. Hoffman llegó al set en un estado deplorable. Olivier se alarmó y fue a verlo: "Pero ¡qué le pasa, Hoffman…!" "Vine muy en personaje, Laurence. No como desde anoche, corrí 15 kilómetros, no me ducho, no me afeito, no me lavo los dientes. Estoy roto". Olivier, actor de la escuela clásica, capaz de hacer llorar a una sala repleta mientras por dentro se ríe del sombrero de la señora de la segunda fila, no lo podía creer. "Pero, ¿acaso usted no es actor? ¡Actúe, Hoffman! ¡Actúe!". En algún momento del bodrio de este sábado, que obviamente terminó en cero a cero, entre Tristán Suárez y Atlético, estuve tentado de pararme y gritar, "jueguen, muchachos… ¡jueguen!"
En el primer partido de la rueda inicial, en el "Monumental" de Rafaela, el conjunto de Medrán ganó por 3 a 0 y despertó la ilusión. La que iría creciendo gracias al rendimiento del equipo y a su cosecha de puntos. Hasta que comenzó a vacilar. Perdió identidad, el técnico no encuentra la fórmula para armar correctamente el once titular y directamente se extravía a la hora de los cambios, no se trajeron los refuerzos necesarios, algunos futbolistas bajaron mucho su nivel, y los resultados ya no son lo que se esperaban. Pero siempre hay que ver lo bueno. Se trajo un punto de visitante, aun ante un equipo que sumó tres puntos de los últimos 21, el arquero sigue respondiendo de la manera correcta, la defensa central crece de la mano de Fontanini, y Luna sigue siendo Luna, a pesar de que el entrenador se empecine en ponerlo donde no debe y el pibe se nuble a la hora de definir y caiga en la confusión cuando no encuentra un socio para jugar.
Como verán, aun no encontré título para este bodrio. Me quedaba bárbaro hablar del despegue de la Crema, que jugo en Ezeiza, pero no se dio. O de la luna que en un momento apareció en el horizonte, un rato más tarde de que nuestro "Lunita" haya fallado en una situación que casi aseguraba la victoria. Tampoco quiero ser tan incisivo con el tema de la mediocridad de los actores, de los que espero una reacción dentro de la cancha. Y si teníamos mala suerte, que a Tristán Suárez le digan "El Lechero" me la dejaba en el punto del penal. Entonces lo único que se me ocurrió es pensar en la verdad del espejo, que devuelve la imagen real, aunque invertida, algo que Atlético debe entender si se mira fijamente: darse cuenta de lo que en verdad es y para lo que está. Porque da la sensación que pensar tanto en llegar a la cima de la tabla le hizo perder el rumbo a todos. Y dejaron de jugar.
Así que lo dejo al criterio de ustedes. Ponen alguno de estos o lo dejamos en nada. Como un cero a cero.