Israelí casado con una argentina y padre de hijos bilingües, Rein es un historiador con un mismo universo de saberes, pasiones e intereses. El ex vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv y director del Centro de Estudios Internacionales, es doctor en Historia y catedrático de Historia Española y Latinoamericana, además de Académico Correspondiente en Israel de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Fue condecorado con el grado de Comendador en la Orden del Libertador General San Martín por su aporte a la cultura argentina. Ha publicado numerosos libros y artículos en revistas especializadas, entre los que se destacan: Peronismo, populismo y política (1998); Bajo la sombra del líder (2006); y La segunda línea. Liderazgo peronista, 1945-1955 (2014) (compilado con Claudio Panella). Apasionado por el fútbol, cada vez que pasa por nuestro país va a la cancha a alentar a Atlanta, el club al que le dedicó su libro "Los bohemios de Villa Crespo".
"Existe el mito de que los judíos solo son 'el pueblo del libro', como si las actividades físicas y deportivas no hubieran tenido importancia para ellos. Cuando se revisa la historia de los inmigrantes, se verá que desde el principio se mostraban apasionados por el fútbol, ya que a través de este deporte se sentían rápidamente como argentinos conservando su identidad étnica. Los inmigrantes judíos también fueron pioneros en la actividad deportiva y han estado presentes en casi todos los clubes de fútbol, muchos como hinchas, otros como dirigentes y, los menos, como jugadores. Esto se daba no solo en las instituciones comunitarias, donde era natural que se cultivara el componente identitario".
-¿Era el fútbol un canal de integración social para ellos?
-Es un buen lente para analizar esos procesos de integración y movilidad social. Cuando uno va a una tribuna a alentar a un equipo no necesita hablar el mismo idioma ni conocer todas las costumbres locales. En ese lugar desaparecen las diferencias entre gente de distintos grupos étnicos o sociales.
-¿Cuál es la relación entre los judíos y el club Atlanta?
-Lo más importante de Atlanta es que no se trata de una institución judía, sino de un espacio único en donde interactúan siempre judíos con no judíos, askenazíes con sefaradíes, comunistas con sionistas. Durante sus dos primeras décadas de existencia buscaron un terreno para construir su cancha y se ganaron el apodo de "Bohemios". Cuando se afincan en Villa Crespo, comienzan a aparecer judíos en el club. Y a mediados de los años 40, cuando Chacarita deja el barrio y se muda a San Martín, Atlanta queda como el club representativo de la zona, y la presencia judía se hace más fuerte.
-¿Qué representa el club para ellos?
-Para los primeros inmigrantes, pertenecer al club era un paso extra para hacerse argentinos. Ahora se trata de reforzar una tradición familiar, y hasta se permite ser hinchas de Atlanta y, a la vez, de un club de Primera.
-¿Allí se fue formando una nueva identidad?
-Exacto, las identidades son fluidas, evolucionan y se elaboran de una manera y otra, y cada individuo tiene un mosaico de componentes identitarios. Siempre me sorprendió el hecho de que se haya ignorado casi por completo la dimensión étnica, mientras que ella está presente a lo largo de toda la historia del fútbol argentino con distintas imágenes que tienen los clubes, los apodos, los cánticos…
-¿Cuánto habrá tenido que ver con ese olvido la idea" del crisol de "razas, según la cual la identidad nacional debía crearse fundiendo las identidades de quienes venían a poblar nuestra tierra?
-Efectivamente fue así en muchos sentidos. En general, cuando se hablaba de "identidades étnicas" se refería a poblaciones indígenas o africanas. Se ponía menos énfasis en las identidades de grupos de inmigrantes. Es cierto que muchos intelectuales siguen presos de este mito del crisol de razas, de grupos de inmigrantes que dejan de lado su identidad étnica para hacerse argentinos y compartir rasgos y características, aunque en estos últimos años se revalorizó mucho el rescate de las particularidades que mantuvieron los latinoamericanos de origen árabe, judío, japonés o chino.
-¿Cómo coexistían esas singularidades en Atlanta en los años cuarenta?
-Por un lado se argentinizaban los inmigrantes y por el otro se ecnicizaba el fútbol. Los años 50 y 60 fueron dorados para el club, por sus logros futbolísticos y por su crecimiento social. Por ejemplo, se convirtió en la catedral del tango de Buenos Aires. Pero también funcionaba el jardín de infantes, la proveeduría, la colonia de vacaciones. Es decir que el barrio se reunía allí.
-¿Podemos ver en ese Atlanta una muestra del sueño argentino, de la promesa de ese tiempo?
-En esa época se reflejaron muchos de los valores de solidaridad entre vecinos, de una coexistencia casi armónica entre gente de distintos grupos étnicos que participaba de una construcción colectiva. El club representó los mejores aspectos de esta sociedad de inmigrantes en permanente proceso de construcción. Cuando el presidente de Atlanta fue León Kolbowski, el padrón societario pasó de 2.000 a 22.000. En ese tiempo se construyó el estadio y la sede social.
-¿Cuánto de esa pasión para movilizar identidades colectivas sigue vigente?
-No es sencillo marcarlo porque hay procesos contradictorios que se dan en simultáneo. Por un lado, es muy fácil seguir al fútbol sin ir a la cancha, evitando el gasto que ello significa y cubriéndose del flagelo de la violencia. Además, en general, los futbolistas ya no están identificados con la camiseta que visten. Sin embargo, por estos procesos de globalización, surge la necesidad de encontrar espacios y objetos cercanos que generen cierta solidaridad entre grupos de personas.
-¿En cierto modo, esa identidad con el club se hace de un modo más intenso?
-Claro, porque intenta llenar cierto espacio en estos tiempos posnacionalistas. Así los clubes de fútbol siguen jugando un papel importante también fuera de la cancha, en la formación de identidades. El fútbol es el carnaval de la edad media. Crea un espacio y un momento de catarsis, en el que podemos comportarnos de un modo distinto al habitual. Responde a la necesidad que tiene cierta gente de dejar por un rato sus códigos y enfatizar su condición de hincha.
-¿Por qué el fútbol argentino interesa tanto a historiadores y académicos?
-La inmigración es hoy en día en todo el mundo uno de los ejes centrales de cualquier discusión acerca de quiénes somos y qué futuro va a tener este país. Puede parecer algo extraño, pero me invitaron a hablar sobre el club Atlanta en universidades de Estados Unidos, en Berlín y en Israel. Es decir que el tema provoca mucho interés porque se pueden analizar muchos aspectos sociales y culturales de inmigrantes.
-¿La historia de Atlanta es una pequeña metáfora de la Argentina?
-Creo que sí. Atlanta siempre ha tenido que luchar para asegurar su supervivencia y, en parte, esta es una de las principales fuentes de orgullo de los hinchas. Hay algo muy argentino en eso. Es decir, al cabo de décadas tenemos que enfrentar todo tipo de desafíos, pasamos siempre por alguna crisis. Estamos bajo la amenaza de desaparecer e igual seguimos respirando, manteniendo nuestras lealtades, nuestra solidaridad grupal. Defendiendo la propia casa. La cancha tiene una carga simbólica muy importante.