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Hambre de Lobo

"Aparentaba ser un día más, como cualquier otro, sin demasiado alboroto. Como en tantos momentos libres, en los que no había entrenamientos, charlas tácticas ni partidos en el club Atenas, la mañana del lunes 29 de mayo de 1995, Gustavo Ismael Fernández y Juan Espil combinaron para ir juntos a tomar unos mates al parque Sarmiento, un pulmón verde ubicado a pocas cuadras del microcentro de la ciudad de Córdoba. Ambos eran destacados basquetbolistas del popular equipo verdiblanco, y tenían hijos chicos, de edades similares: Juan Manuel y Gustavo Esteban, los pequeños varones del Lobo Fernández; Stephanie y Sofía, las niñas de Espil. Los chicos disfrutaban corriendo, andando en bicicleta y alimentando a los patos que vivían en la laguna artificial que serpentea todo ese escenario arbolado…Cuando luego del paseo, los tres Fernández regresaron al departamento, la esposa de Gustavo y mamá de sus hijos, Nancy Fiandrino, ya tenía preparada la comida. Después del almuerzo, Gusti, que ya era sumamente travieso con tan sólo un año y medio, se había colocado una pequeñísima silla de plástico azul en medio de la sala. Se paraba sobre ella y se arrojaba al suelo, se paraba sobre ella y se arrojaba al suelo, se paraba y se arrojaba, y así una y otra vez, una y otra vez. Hasta que luego de uno de esos movimientos bruscos, algo inexplicable sucedió. Quedó tumbado en cuatro patas, absorto, sin quejarse, pero sin poder moverse. Como si estuviera aturdido por una explosión. Paralizado". Extracto de la biografía "Hambre de Lobo", escrita por el periodista Sebastián Torok, con prólogo de Rafael Nadal y publicada por Ediciones B, sello de Penguin Random House.
Lo llevaron a la Clínica La Natividad. Lo ingresaron inmediatamente en terapia intensiva. Tenía dormido casi todo el cuerpo, desde los pies hasta el pecho. Lo llenaron de cables y empezaron a controlarle las pulsaciones. El mayor temor era que la parálisis continuara ascendiendo hasta afectarle la parte pulmonar, poniendo en riesgo su vida. Finalmente, el diagnóstico fue terminante: infarto medular, lo que significaba que ya nunca más tendría movilidad de la cintura hacia abajo. "No tengo mucho registro de mi enfermedad porque yo era muy chico. Seguramente para mis padres fue muchísimo más duro que para mí. Mi discapacidad nunca me impidió hacer lo que me gusta. Desde siempre hice las mismas cosas que los demás, quizás algunas de manera diferente, pero puedo decir que tuve una infancia muy normal y muy feliz", le respondió hace un tiempo Gustavo al Diario La Nación.
"El deporte siempre ha estado en el centro de mi vida. Mi padre era jugador de básquet profesional en Argentina y ganó cinco campeonatos de la Liga Nacional. Y si bien toda mi vida he estado en una silla de ruedas, nunca dude que sería profesional y que lucharía para ser un número uno. El tema era buscar algo que de verdad me gustara. Me encanta el básquet, de hecho, fue el primer deporte en el que competí. Incluso a los 11 años formé parte de la Selección de Básquet Adaptado Sub 21 que logró la clasificación para el Mundial que se hizo en Londres en el año 2004. Pero cuando descubrí el tenis, sentí que lo podía hacer de forma profesional, que era lo que deseaba. Eso hizo que lo eligiera como mi deporte", dice quien nació en Río Tercero, Córdoba, el 20 de enero de 1994.
Su crecimiento fue extraordinario. En mayo de 2012 ingresó por primera vez en el top ten. Logró el salto de calidad al obtener su primer título como "adulto" en el Abierto de Japón, de categoría Súper Series, comparable con los Masters 1000 del tour convencional. "Gusti" era el junior número 1 y el 15° de los mayores, pero derrotó en la final al francés Stephane Houdet por un doble 6-3 y se encumbró como uno de los mejores diez jugadores del circuito de silla de ruedas. "Aquel fue mi primer viaje a Japón. Después estaba el Mundial en Corea. Esa semana se me prendieron todas las luces, y cerró todo el círculo que venía buscando. En los cuartos de final le gané a Maikel Scheffers, que era número 1, levantando dos match points. Fue la primera vez que un junior le ganó a un número 1. Me acuerdo que después de ganar las semifinales, mi entrenador me dijo: 'Felicitaciones. La semana que viene vas a ser top ten'. No le presté mucha atención, pero cuando lo vi en la computadora sentí un lindo cosquilleo, esa sensación de estar en el lugar que buscaba. Y de sentirme orgulloso de mi trabajo, de verdad lo merecía. No me sorprendió tanto como sí lo hizo el hecho de llegar al número 1 o ganar un Grand Slam. Sabía que tenía las condiciones y me estaba sacrificando para estar ahí".
El cuidado del cuerpo, dadas sus condiciones, además del entrenamiento necesario para jugar profesionalmente, es clave. "Tengo problemas de cintura, así que hago todos los días kinesiología, paso muchas horas en el consultorio, lo tomo muy en serio. Antes me podía meter en la cancha cuatro horas, pero ahora estoy menos y lo hago con más calidad".
¿También hacés el trabajo de prevención pensando en el día después de tu carrera?
"No, no lo veo como para decir: 'Me cuido porque el día de mañana haré tal cosa'. Será hasta donde sea porque me hace feliz y me encanta lo que hago. Cuando no dé más, me iré. Me gustaría hacerlo después de haber dejado todo y sentirme satisfecho. Si es en dos años, en dos. Si es en siete, en siete. Mi personalidad me pide que lo haga así. A medias no puedo hacer nada. Depende de mi cabeza y de mi cuerpo", asegura Gustavo, al que le encantaría ser entrenador de básquetbol cuando su carrera se termine.
El "Lobito" en el mundo de las raquetas, es una referencia mundial en el tenis adaptado. Campeón individual de cinco Grand Slam (dos veces en el Abierto de Australia, dos en Roland Garros y una en Wimbledon), tres en dobles (un Roland Garros y dos Wimbledon) fue número 1 del ranking mundial de singles durante dos períodos (el primero, en 2017), suma un total de 24 títulos en individuales, fue abanderado argentino en los Juegos Paralímpicos de 2016 y recibió dos premios Konex, en 2010 y 2020.
"La gente podría pensar que la discapacidad es algo que superé en mi vida, pero no creo que la discapacidad deba ser determinante. Es sólo otra cosa por la que pasas. Cada vida tiene lo suyo. A mí me tocó estar en una silla de ruedas. Pero hago todo lo que quiero pesar de ello. Mi fuerza se construyó separada de la discapacidad. Mi carácter se desarrolló a partir de mi familia y de cómo me enseñaron a vivir. No es justo para mí ni para mi familia decir que la discapacidad me hizo más fuerte. Mi familia y mi equipo me hacen quien soy".

Autor: 286726|
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