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El ocaso de las cupés

Y tanto Casá como Emiliozzi manejaban dos antiguas, robustas y ortodoxas "cupecitas", lo suficiente para afirmar la posición de los tradicionalistas. Durante el año siguiente (1966) y tras recibir su primera reforma estética.
El "Chevitú" no puede evitar que Juan Manuel Bordeu y su "Coloradita" arrasara con la mayoría de las carreras y el campeonato, ni que Carlos Pairetti se impusiera en aquel Gran Premio que viajo por el sur y terminara en Necochea: en total otras dos cupés...
Llega primero el "Chevitú" al Turismo Carretera, abre surcos, muestra el camino, recibe las primeras y más dolorosas cachetadas, es el indiscutible pionero, más no derrumba definitivamente las estructuras tradicionales.
El Torino es su sucesor, le sigue técnica y filosóficamente todos los pasos, no aporta a la categoría nada que no haya aportado anteriormente el auto de Jorge Cupeiro y Froilan Gonzalez, pero en cambio provoca la gran revolución.
"Antes del Torino" y "Después del Torino". La división es -a todas luces- irrebatible.

Pero si bien ha sido aceptada como frontera entre una y otra época la fecha del primer triunfo de los "Toros" 27/2/1967 en San Pedro, a cargo de Héctor Luis Gradassi se registro un par de días antes cierto hecho que comprensiblemente no mereció ninguna promoción pero que quizá sea el verdadero y estratégico punto de partida de la nueva era que el "Tece" estaba a punto de estrenar.
Dos o tres jornadas antes de la carrera que abría el calendario 1967, los tres Torino de Oreste Berta destinados a Copello, Gradassi y Ternengo estaban recibiendo las últimas atenciones de preparación en la concesionaria IKA de San Pedro cuando los mecánicos del equipo a falta de otra movilidad- usaron uno de esos coches presumiblemente intocables para hacer un prosaico viaje hasta centro de la ciudad. Cuando un grupo de tececitas clásicos observaron que el "auto de carrera" quedaba ronroneando como un gatito frente al negocio, sin ruido, sin siderales aceleradas en vacío, con tan poca espectacularidad como el sedan familiar de la tía, ese mismo grupo opino que "es imposible ganar carreras con un auto que sirve para ir de compras".

Algo así como aquella vieja frase de tanta argentinidad: "¡Que va a ser famoso si vive a la vuelta de mi casa!"
De más esta aclarar que cuando el Torino demostró 48 horas más tarde que aparte de ser útil para hacer un inocente viaje, podía servir contemporáneamente para poner a todo el mundo de vuelta y media en las pruebas de clasificación y en la carrera en sí, ortodoxos y reformistas estuvieron de acuerdo por unanimidad en que algo definitivo y trascendental le había ocurrido al TC, en efecto, terminaba de sucederle.
A pesar de que la segunda carrera del año Vuelta de Allen , fue ganada por Casá y su añejo "Tractor" -a todo esto porque un mínimo error de Gradassi le impidió enhebrar dos triunfos consecutivos- fue así de demoledora la irrupción de los Torino en el TC.
El concesionario vendía triunfos
En medio de cierta bonanza económica nacional y gracias al viento en popa que todo automovilismo argentino estaba recibiendo entonces por medio del fuerte apoyo publicitario que brindaban -sobre todo- las empresas petroleras, se redondeaba la idea: uno podía comprar su auto en la concesionaria, podía adecuarlo al uso deportivo, podía comprarle los fierros gordos a Oreste Berta y automáticamente disponía de un señor auto de carrera. ¿Qué no se le podía ganar al equipo oficial? Es cierto. ¿Qué no alcanzaba con esas compras para andar normalmente en punta?. También es verdad. Pero cuando José Manzano gana la Vuelta de Salto con su auto particular y Jorge Ternengo se impone con su propia unidad en Bahía Blanca y en Tres Arroyos, lo hacían utilizando exactamente este método. Lo mismo vale para "Larry" Eduardo Rodríguez Larreta cuando triunfa en la Vuelta de San Nicolás con su torino-Lutteral tocado por don Paulo Macagno, pero que, por sobre todas las cosas, fue la piedra de toque inicial para que la concesionaria patrocinante termine produciendo en pequeñas series los "Torino-Comahue" de venta al público.

Es decir, que los autos de carreras- dicho sintéticamente- habían empezado a servir para algo.
Ya no eran mitos inalcanzables, obsoletos, inhabilitados para legarle mejores resultados a los productos destinados al usuario común.
Gracias a todo ello, el automovilismo argentino gozó por entonces de una fantástica aceleración.
En el aspecto deportivo, la indiscutible superioridad de los Torino durante la primera fracción del campeonato, tan combatidos como el "Chevitú", o más, exigió al mismo tiempo la existencia de sucedáneos y competidores, cuya necesaria vida queda inaugurada con la pregunta automática: ¿Cómo ganarles?
Pero eso, es parte de otra historia...

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