Por Alcides Castagno
Estamos en octubre. Nos ubicamos en 1881, un tiempo de incertidumbre. Muy pocos habían decidido echar sus raíces aquí. Ocupados en establecerse, fijar los territorios, darle formas al adobe, no habían planeado organizarse. El Gobierno de la Provincia advirtió que había niños que nacían, hombres que labraban, vendedores ambulantes y cantos al anochecer, entonces decidió nombrar un Juez de paz que se ocupara de identificar a los que habían llegado, ponerle nombre a las cosas y personas, regular la ubicación de ranchos y construcciones, entre otros menesteres domésticos. El designado por el gobernador Simón de Iriondo fue don Pedro Pfeiffer, el 21 de marzo de 1882, hombre de probada seriedad que ya había cumplido con esta función en Pilar. La jurisdicción de Pfeiffer abarcaba también las colonias de Presidente Roca, Susana, Aurelia, Florida y Lehmann.
Para evitar posibles desmanes y peleas que el vino despertaba en los más belicosos, también fue nombrado un Comisario y un Agente, con promesa de otro más si hacía falta, pero esto recién ocurrió en 1892; en los diez primeros años los propios colonos se organizaban para cuidar y cuidarse, con la periódica asistencia de agentes radicados en Pilar. El comisario designado fue José María Aragón, hombre de aspecto imponente, más aún cuando rondaba las calles y caminos en su cabalgadura, rebenque en mano y fusil en bandolera. En 1893 fue reemplazado por el Coronel Marcial Nadal; un mes después asumió José Orfila, para volver José María Aragón un par de semanas después.
Gobierno local
Al mismo tiempo que el nombramiento del Juez de Paz, fue designada la Comisión de Progreso Local; la integraron Juan Gálvez Zavalla, Juan Zanetti, Pedro Avanthay, Joaquín Colmenero, Bartolomé Podio y Manuel Saavedra. Dos meses después, esa comisión fue reemplazada por otra con el rango de Comisión de Fomento, con Juan Zanetti, Joaquín Colmenero, Luis Maggi y Juan Cafferata. También ésta tuvo una vida efímera, ya que, por votación de los vecinos, fueron nombrados Pedro Avanthay, Jacobo Sparr, Luis Maggi y Nicolás Miedan. Tampoco esta comisión tendría larga vida, ya que muy pronto, por una objeción presentada por el Ministro de Gobierno provincial, los integrantes renunciaron en pleno, lo que obligó a la intervención gubernamental, que envió a F. Fisedo, J. M. Eusebio y H. Mantilla. Tuvieron la poco celebrada misión de crear el primer impuesto en el pueblo: en el rubro pesas y medidas $ 220. Además, contrataron a un sepulturero con un costo de $ 40.
En el año 1889, la Comisión de Fomento, integrada por Alfredo Miles, Belisario Torres y Juan Pudicomb, nombró al primer médico, Nicolás Cacciolo, y al comisario Juan Manuel Cabrera, con un sueldo de $ 30.
Durante los primeros años de la colonia Rafaela, las sucesivas Comisiones de Fomento fueron presididas por: Nicolás Cacciolo en 1887; P. M. Moldini en 1892; D.M. Oliver en 1893; Rodolfo Staes en 1894; Francisco Lorenzatti en 1896; Ernesto Salva en 1896; Federico Maurer en 1898; Luis Tettamanti de 1899 a 1906; y Avanthay de 1906 a 1912.
Seguridad
El tema seguridad fue uno de los aspectos que las autoridades debieron afrontar. El merodeo de aborígenes y gauchos matreros que instalaron el miedo desde los primeros tiempos, ante la indefensión de los colonos, obligaron a gestionar ante la Guardia Nacional la presencia de un pelotón de Infantería; el mismo fue comandado por el mayor Alberto Caffaratti, secundado por los capitanes Gabriel Maggi y Livio Ledesma, el Teniente 1° Alberto Aquile, los tenientes Víctor Maggi y Adolfo Ércole, los subtenientes Elías Crespo y Elías Avanthay y el abanderado Daniel Maggi. Ellos se encargaban de patrullar la zona, brindar custodia y acudir a los pedidos de auxilio, especialmente de los que habitaban en zonas menos pobladas.
Ramos generales
Las provisiones domésticas, para las que había que recurrir a Pilar o aguardar el paso de los vendedores ambulantes, tuvieron un particular auxilio cuando Luis Maggi, uno de los inmigrantes que llegaron para establecerse en Rafaela, instaló el primer almacén de ramos generales, presidiendo la sociedad Maggi Hermanos y Manetti. Sin embargo, a pesar de cubrir una necesidad primaria, los resultados no satisficieron a los socios, quienes en 1888 aceptaron la propuesta de compra del señor Faustino Ripamonti, que se encargó de que el negocio creciera hasta convertirse en un punto de referencia regional para la provisión de los mínimos útiles domésticos, vestimenta y equipamiento, hasta máquinas e implementos agrícolas.
En la historia no figuran registros de inquietudes, polvaredas, granizos y sequías, ni los primeros intentos fallidos de crear una sociedad organizada, pero podemos deducir lo que aquellos primeros colonos debieron imaginar para copiar lo bueno y para inventar el bien común y la ayuda mutua. Continuaremos revisando esta historia, que es la nuestra, que aparece desperdigada en tradiciones orales y en la prolija investigación de los historiadores.
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