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Opinión

Palabras de fuego

Por Alcides Castagno - Cuando los latinos clásicos reclamaban al Estado con su frase lapidaria: "res non verba", enunciaban el mal de todos los tiempos: explicar, anunciar, prometer, excusar y no hacer. Está claro que anunciar una obra determinada es un deber en el ámbito público o en el privado, lo cual es distinto que irse en explicaciones sin mostrar realizaciones. También está claro que, desde la lejana antigüedad, ya era costumbre lanzar promesas sin sustento; encender con palabras lo que no se puede mostrar con hechos.
La palabra latina "res" tiene varias acepciones: cosa, comida, hecho, son las principales; cosas, no palabras, para reclamar bienes y obras; comida y no palabras, para reclamar acceso a los alimentos (entre nosotros se asoció el alimento a la hacienda vacuna); hechos, no palabras para reclamar decisiones, leyes, controles, proyectos realizables, concreciones sociales. Otros oradores latinos empleaban sinónimos: facta non verba y acta non verba, con lo que se precisaba más el reclamo: hechos, actos. Nosotros, acostumbrados a las adaptaciones, hemos acuñado aquello de "mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar" (JDP).
La palabra no es el único medio de comunicación, pero sí el más universal, por lo tanto, el mejor, aunque una imagen valga más que mil de ellas. Con la palabra se transmite, educa, alaba, describe, corrige, ama, lucha, informa, consuela, divulga. También se miente, difama, calumnia, perjura, odia, engaña. Tiene todo lo que el hombre contiene de positivo y muestra de negativo. Sin embargo, si las palabras van acompañadas de un mal gesto, sufren de muerte súbita. Si usted le dice a una persona te quiero y le da una bofetada, ésta tendrá más valor que aquella. Si usted le dice a una persona te quiero y no se lo demuestra con hechos, la palabra diluye su valor universal y se convierte en un simple acto de distracción, en un mero mensaje de texto.
Para los seguidores de Platón, la contemplación de las ideas era la meta final para alcanzar la verdadera felicidad. Probablemente les sirvió para ser felices. Como sabemos, pasó a la historia la teoría filosófica, pero no su práctica natural. De inmediato surgieron los partidarios de la res non verba y, dándole la espalda al filósofo, continuaron con el ejercicio de la parodia del amor, como quien obsequia un ramo de flores con el dinero que antes le ha quitado.
La cosa pública se puebla de administradores renovados o reciclados cada cuatro años. Todos por voto popular secreto y obligatorio. Este deber cívico genera una verborragia sin límites, en procura de seducir al votante secreto y obligatorio, tendiendo un manto de olvido sobre las faltas incurridas. A menudo no es suficiente ese canto de sirena florido y efectista, que apela a los argumentos más sensibles inspirados por la verba. Los argumentos, por sí solos, no bastan. Del otro lado, del lado del ciudadano consciente, se pide algo más, algo mejor, algo más contundente, aunque vemos a diario que un pequeño regalo, acompañado por una elocuencia abundante, obra maravillas en las conciencias.
Es el turno de la promesa, del compromiso verbal, heredero de aquellos paladines de la democracia que, contagiados del valor que tenía la palabra empeñada, con el solo sello de un apretón de manos, diseñaban un futuro próspero, de graneros llenos, de manos laboriosas y administradores probos y, sobre todo, pasaban del diseño a la realización. Olvídense. Esa práctica honorífica fue devaluándose con el peso moneda nacional, el peso argentino, el peso ley 18188, el austral, otra vez el peso y sigamos subiendo la cuesta o bajándola.
Los funcionarios -o funcionales a una elección- no han cedido en su empeño. Ante la concurrencia numerosa se encienden de fervor prometedor y arrancan aplausos que alimentan aún más la verba encendida. Siempre hay un argumento preparado para cuando la realidad, la res, la facta, se pega el faltazo; más aún si lo prometido es grande. La res desmiente a la verba y seguimos andando. En estos últimos tiempos, las palabras se derraman para invocar a la mística, desde un escenario donde la elocuencia vale más que el contenido. La culpa siempre la tiene el otro; la sospecha es una mentira y la denuncia un ataque. Pasamos del latín al inglés, porque este año es el año del lawfare ("persecución judicial, abuso de las instancias judiciales, manteniendo apariencia de legalidad, para originar repudio popular hacia el oponente"); algunos lo adoptan a ciegas, otros lo adoptarán cuando la tortilla se dé vuelta. En el entusiasmo del discurso, ante el fervor de la platea, el orador se toma la libertad de acusar de borracho o ladrón a su oponente, montado en una impunidad que puede comprenderse sólo por la sinrazón del atropello; así despiertan los fanatismos alienados, como en el atentado de Sarajevo que desató la primera guerra mundial, o como el de Jack Ruby que, sabiendo que iba a morir por cáncer, vendió su disparo hacia el asesino de Kennedy. Y así tantos, por pasión, dinero o locura.
El ciudadano de a pie, el que no anda en un largo corcel de vidrios polarizados, mira pasar la cohorte verbonauta y tirará la moneda para que le indique si votará al que mejor prometió o al que algo hizo. Será perseguido hasta la urna. Al llegar, extenuado, pedirá clemencia y, desde el fondo de la caja de votos secretos y obligatorios, surgirá una voz que diga: "Quien esté libre de promesas incumplidas, que tire la primera piedra". El homo votantis, sin res ni verba, pondrá su voz silenciosa en el voto y recordará las promesas de tantos períodos pasados de a cuatro. En sus oídos, el jingle y el ruego de vote vote vote, no deje de votar…
Todo en política es sospechable; todo se pone en duda; todo se asemeja a una enorme maquinaria de mentiras sobreactuadas, que ocultan las verdaderas obras, las acciones concretas, las auténticas vocaciones de servicio, que las hay y que a menudo quedan ocultas detrás de un monstruo seductor: el poder.
Argentina, la que canta y camina, reclama nuestras deudas como nosotros adeudamos a nuestros acreedores, aquellos que confiamos en la verba y esperamos la llegada de la res.

Alcides Castagno enfoques

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