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Opinión

Memorias de la Educación

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

El tiempo de las conversaciones no ha terminado, sobrevive a pesar de redes y celulares que se interponen entre las miradas de la gente, sus sonrisas y su idioma gestual irreemplazable. Por esta razón disfruto de charlas como las que mantuvimos con Beatriz Zobboli, la mayor de las descendientes de Don Octavio, uno de los grandes intendentes que tuvo la ciudad. El centro ha sido, en este caso, la educación, la vida de colegio, los lenguajes cambiantes.

Betty, así la llamamos, después de sus estudios secundarios, se inclinó por las Matemáticas. Con su diploma de profesora, acudió al llamado de la Hermana Celestina, del Colegio Misericordia, que le ofreció horas en cuarto y quinto años, pero al poco tiempo la convocó Julia de Soldano, la directora del Colegio Nacional, para ofrecerle una cantidad importante de horas, lo que motivó su retiro del Colegio Misericordia, aunque mantuvo una relación de cercanía con la divertida presencia de la inefable Hermana Fortunata y el expresivo diálogo con el padre Juan Sudic, capellán del Colegio.

El Colegio Nacional

A propósito del Colegio Nacional, recordemos que fue creado por un decreto de Hipólito Yrigoyen del 8 de mayo de 1929, impulsado por la gestión de Luisa Raimondi de Barreiro. El primer director fue un tucumano: Agenor Albornoz; lo sucedió el Dr. Mario Baliño, luego el Dr. Rodolfo Leavy, el Técnico Primitivo Arturo Gallo Montrull, el Ing. Juan Rafael Báscolo, la profesora Julia Esther Malbert de Soldano y a continuación Beatriz Zobboli de Camacho. Alrededor de veinte años duró el vínculo de Beatriz con el Nacional, como docente y como Directora. En este cargo tiene un afectuoso recuerdo de su secretaria Blanca Stoffel y Nelly Fraggionardo, dos colaboradoras cercanas con las que formó una conducción signada por el diálogo, sin enojos, dentro de la firmeza reglamentaria. En ese sentido, Beatriz recuerda el apoyo que tuvo por la amistad de Alba Stoffel, Beba Basaldúa y Gloria Yanito, cuyas mentalidades abiertas y comprensivas colaboraron en una conducción positiva para la institución. "Yo siempre me sentí muy acompañada, teníamos reuniones, era un ambiente de mucho compañerismo, pero con los alumnos, sin ser autoritarios, establecíamos cierta distancia, ciertos límites que, según veo, hoy no existen. Cada uno sabrá si era mejor o peor, pero que era muy distinto es cierto".

"En el Nacional, un 7 de diciembre de 1977 creamos el observatorio, una construcción en lo más alto, adonde se accedía por una escalerita y observábamos el cielo a través de una cúpula donada por el arquitecto Marcos Severín; contábamos con la guía de Eduardo Pryzbyl. Fue un acontecimiento educativo del que mucho se habló, no sólo en la ciudad. En vacaciones, junto a Alba Stoffel, íbamos a los cursos de verano de la universidad de Chile, para ampliar conocimientos en materias que no eran específicamente las nuestras. Otra de las circunstancias que nos ayudó a crecer como grupo de docentes recién recibidos fue la creación del teatro independiente Ricardo Rojas; allí desarrollamos aspectos creativos, aprendiendo unos de otros y brindando lo que cada uno tenía dentro de sí. Se formó en 1958, con la dirección de Ariel Abdala, como continuidad del Ateneo "José Manuel Estrada", que nos había reunido en su momento, en los altos de la Casa Parroquial".

El Instituto

"Un buen día -dice Beatriz- Virgilio Cordero, que era director de la Escuela Normal, nos llamó a Fifa Soldano, Ariel Abdala y a mí, junto a otras profesoras de la Normal, para crear el Instituto Superior del Profesorado. Tuvimos varias reuniones durante 1963 y al año siguiente, el 14 de abril de 1964, la gestión de Cordero prosperó y se fundó el Instituto con tres materias: Primer año de Ciencias de la Educación, primer año de Castellano y Literatura y primer año de Matemática, Física y Cosmografía. Durante todo el 64 dimos clases sin cobrar un solo peso, a pura vocación, para que el Instituto fuera una realidad. Al año siguiente los programas se oficializaron, se asignó presupuesto y así empezamos a cobrar nuestro sueldo, al tiempo que se iban agregando otras carreras".

La familia

Beatriz inició su propia familia lejos de Rafaela. Solía vacacionar con un grupo de amigas. En una oportunidad, en Punta del Este, trabó relación con Héctor, un joven uruguayo con el que continuó conectándose entre cartas y teléfono hasta las vacaciones siguientes, en que el vínculo se acentuó con planes de matrimonio. Cuenta Beatriz que su padre no estuvo de acuerdo por no conocer al presunto integrante de su familia, pero ella, ejerciendo su firmeza de carácter y convicción, hizo lo necesario para que un día de 1961 el matrimonio se consagrara en su propia casa, con la bendición del Padre Juan Sudic, gran amigo de don Octavio y de su esposa Elena Zanetti. A partir de entonces, Héctor Camacho y Beatriz Zobboli construyeron una familia a la que llegaron tres hijos, sucesivamente Gabriela en 1962, Beatriz María en 1964 y Héctor en 1965.

Se siente feliz; a los 96 años sorprende su lucidez y la disposición para atender a un buen número de ex colegas y alumnas, que conservan de Beatriz Zobboli de Camacho un recuerdo cordial y afectuoso. Hablar con ella es reconciliarse con la visión que a través de los años el sistema educacional ha perdido, asumiendo roles y estilos distintos.

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