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Opinión

La odisea de Antonia y José

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Antonia Truccone y quien sería su esposo, José Vaschetto, nacieron en Vigone, en la provincia de Torino, Región de Piemonte. Allí crecieron, con el marco de una población característica de esa parte de Italia, generosa en paisaje y en espacios de producción. Después de un corto noviazgo y todavía muy jóvenes, decidieron formar una familia, a partir de su matrimonio, pero además optaron por forjar su futuro en América, al sur, en Argentina. Estando aún Antonia embarazada, José se embarcó, con la promesa de reencontrarse lo más pronto posible en el nuevo mundo. A los pocos meses de nacer Lucía, la primogénita, madre e hija partieron a reunirse con José, haciendo gala de un temple y un coraje llamativo en una mujer de 19 años con una criatura de meses.

La partida

Elena Vaschetto de Gunthard, la menor de las hijas, escribió la historia familiar. En ella relata detalles de su próximo viaje a la Argentina, en el vapor Scandia. Corría el año 1881. José, con ahorros de su trabajo en un campo de Armstrong, le mandó dinero para el viaje. En la travesía, debieron soportar una cuarentena en el puerto de Brasil, por el fallecimiento de la criatura de una de las emigrantes. Esta demora tuvo su consecuencia negativa, ya que Antonio escribió una carta a José contándole de la demora, pero la carta no llegó a tiempo y, al arribar a Buenos Aires, José no estaba allí. Sola, se las arregló para ubicar a unos parientes en la enorme ciudad desconocida; los encontró, pero José tampoco estaba allí. Los ocasionales anfitriones la orientaron sobre la forma de llegar a destino. Tomó un vapor hasta Rosario y allí un tren hasta Armstrong, arreglándose como pudo con el idioma castellano desconocido. En la estación del pueblo tampoco estaba José esperándola. Con muy poco dinero y su criatura, no tuvo tiempo para desesperarse; cuando rezaba para salir del trance, apareció en la estación del pequeño pueblo un antiguo conocido de Vigone, su pueblo natal, alguien que había trabajado como peón en el establecimiento de su padre; en un carro, la trasladó hasta el campo donde pudo encontrarse finalmente con su esposo, que no tenía noción de las peripecias de Antonia, que sufría la incertidumbre porque no entendía el desencuentro ni había recibido la carta, que le llegó semanas después. José, Antonia y su pequeña hija de 6 meses se estrecharon en un interminable abrazo, entre risas y llantos de emoción.

Dolores

Ya en Armstrong, vivieron en un ranchito solitario, en medio de la nada, durante 6 años. La vida les depararía muchos momentos difíciles. En una oportunidad en que José debió viajar a Córdoba, sola con Lucía, escuchó un galope merodeando y el ladrido de su perro; resuelta a enfrentar la situación, rápidamente se vistió con un pantalón de José, recogió su cabellera, encendió un pequeño farol y tomó el fusil, parándose en la puerta del rancho. De este modo, logró ahuyentar al merodeador.

La pareja tuvo a Antonio, que falleció siendo niño, por tifus, cuando su padre había emprendido su único viaje a Italia; el otro varón, Domingo, también falleció por la misma causa, muy joven, poco antes de contraer matrimonio. También tuvieron a Juana y Elena.

Antonia y José en Rafaela, a pesar del dolor irrecuperable de los hijos perdidos, siguieron unidos y trabajando para las tres hijas, en su educación e integración al nuevo medio.

Caridad

Lejos de encerrarse en un pasado de desencuentros y pérdidas, Antonia se incorporó al grupo de mujeres que dedicaban buena parte de su tiempo a trabajar en beneficio de los demás; integró la Asociación de Damas de Beneficencia, de la cual fue vicepresidente y luego presidente. Trabajó mucho con las damas, en apoyo al Dr. Esteban Albertella en el Hospital de Caridad, también junto al Dr. Jaime Ferré. Antonia pudo mostrar su inteligencia y su gran capacidad de gestión, ya que los primeros pabellones levantados tienen mucho de su esfuerzo. Cuando fue necesario ampliar las insuficientes instalaciones del hospital, se sumaron voluntades para reunir donaciones, rifas, organizar ferias y asistir a los enfermos ya que las epidemias tornaron insuficientes los espacios existentes y más tarde, cuando el crecimiento de la población hizo necesaria una mayor capacidad hospitalaria. El 17 de agosto de 1908, Antonia recibió el reconocimiento por su desempeño, mediante un diploma como socia benemérita.

José, cuando su trabajo se lo permitía, también participaba de las tareas de caridad que emprendía su esposa, lo mismo que sus hijas y demás descendientes, que dejaron un sello de integración con la ciudad adoptada. Una de ellas se asocia, con el apoyo del Dr. Tapia, a la creación de la Escuela de Enfermería dependiente de la Cruz Roja Argentina, cuando el tristemente célebre terremoto de San Juan del año 1944 mostró la carencia de profesionales enfermeras.

Aquella muchacha de 19 años, con su criatura de meses cruzando el mar y la llanura incierta; aquélla que debió sortear a fuerza de coraje toda clase de obstáculos; aquel muchacho que emprendió la aventura de la nueva patria, fueron parte de un pueblo que nacía y de un amor hecho de familia y esperanza.

Fuente: Relato de una nieta de José y Antonia, recogido a través de la Sociedad Italiana Vittorio Emanuele II

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