Por Alcides Castagno
Enrique Santos Discépolo sembró sus tangos con figuras y expresiones amargas, que el tiempo se encargó de legitimar sin piedad por los calendarios. Él decía, entre otras cosas, "herida por un sable sin remache, ves llorar la Biblia junto a un calefón". Discépolo se refería a las páginas de suave papel con que los predicadores distribuían Biblias, que, leídas o no, iban a parar al baño, perforadas por un hierro delgado, algo curvo, junto al calefón eléctrico colgado en un rincón para la ducha rápida. Así daba la imagen de algo sagrado asociado con el destino más abyecto posible.
Inevitable, la imagen discepoliana aparece ante nuestros ojos cuando vemos a un expresidente vapuleado por haber facilitado el sillón presidencial para que se pose el oscuro "objeto de deseo", todo en el marco de acusaciones de alcoba, con trompadas y sábanas revueltas hacia quien sucumbió ante la seducción del poder y siguió cayendo ante lo peor del poder y del poderoso. Todo es carne de chimento, donde Moria despliega su vocabulario de sable sin remache, saliendo a gritos de ese recinto que ha quedado vacío y que, hasta hace unos días, era un bastión de ideologías, en el que muchos "ex" levantaban su voz crítica, la misma que ha quedado afónica, allí donde "triunfan y claudican milongueras pretensiones".
Algo huele mal
¿Qué es esto? ¿Adónde estamos? Todo huele mal. Como si la Biblia declamada se hubiese transformado en un papel que no alcanza para tapar lo peor de nosotros, depositado sin que nadie accione la cadena salvadora. ¿Es el actual Presidente el encargado de accionar la cadena? Ese es el papel que la ciudadanía le ha encomendado. Hay algunas señales positivas, pero son insuficientes. Todavía dudamos cuando asistimos al afán viajero de comunicador nato, con un lenguaje tan claro como fuera de lugar, navegando entre escenarios de Fátimas y Yuyitos floridos, peligrosamente análogos con su precedente. El hombre elegido actual, terror de feministas, recuerda que hubo una Cristina, como hoy una Carina o una Victoria, que rodean las cuestiones de Estado, compitiendo en carácter y en influencia sobre las decisiones esenciales. Puede pensar el presidente que todo esto ocurrió en la historia de Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Rusia y tantos países del primer mundo, que poblaron sus cortes de escándalos y llenaron mazmorras tanto como rodaron cabezas. Pero eso pasó, se juzgó, se condenó; aquí eso todavía está pendiente y la impunidad es el veredicto que más se aprecia desde los que estamos en el llano. No nos basta la condena social.
Todo pasa
Un pueblo correntino invadió los informativos, a costas de un niño perdido, esfumado sin culpables, en un despliegue de maestros de la desaparición y los enredos. Periodistas y público nos hartamos de navegar en la incertidumbre y ya estamos dando por cerrado un drama social, repetido, de una bajeza sin límites. Siempre impune.
Irán amenaza a los aliados de Israel -Argentina lo es-, Venezuela retira embajador y su ¿presidente? amenaza con boxeo, una práctica todavía inédita en los rings palaciegos, mientras miles de venezolanos esparcidos por América asisten a una lucha que ya perdieron. La droga, su comercio internacional, se cuela por nuestras fronteras, voluntaria o involuntariamente permeables. Podemos continuar la lista de remaches que agujerean la Biblia cotidiana, aquí donde la familia es frágil y las instituciones flaquean ante intereses personales.
Heridas
Como vemos, no basta con los elogios macroeconómicos que el presidente derrama sobre su ministro de economía. Está bien. Algo había que hacer ante el desquicio preexistente, pero hay muchas heridas que duelen, ante las que deben salir las ONG para tapar baches que huelen a miseria. El millón de niños que se acuestan sin cenar, los que pueblan las puertas de bancos e iglesias, los tantos que montan sobre motos robadas o trepan tapiales nos recuerdan que no estamos seguros en la convivencia. Centrar las culpas sobre las autoridades actuales no libera a las anteriores del tembladeral socio-político que entregaron en herencia.
"El que no llora no mama y el que no afana es un gil; dale nomás, dale que va…" Todos sabemos que no es lo mismo "ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, pretensioso, estafador…" No es lo mismo. No todo es lo que muestran los paneles de muchachas "iluminadas" que pueblan las pantallas y receptores. Ni ellas ni los gobernantes deben hacernos perder el rumbo. Vemos a diario, por ejemplo, que las veredas rafaelinas son una colección de roturas escarpadas, pero sabemos que, entre tropiezos, por lo menos podemos andar por ellas hacia alguna parte.
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