Por Sergio Crivelli
El año electoral se inauguró con la profundización de dos grietas: la que separa al Presidente de la Vice y la que divide a oficialismo y oposición.
En su cada vez más abierta confrontación con Cristina Kirchner, Alberto Fernández hizo valer su cargo para ocupar el centro de la escena en el marco de la CELAC, foro de la izquierda regional en el que el se pegó todo lo que pudo al brasileño Lula Da Silva.
A Fernández se lo vio exultante al recibir a sus pares de América Latina, aunque hubo ausencias de peso como la del mexicano Andrés López Obrador y otras inesperadas como la de Nicolás Maduro, que prefirió no viajar por temor a ser detenido.
Pesan sobre el venezolano acusaciones penales que han restringido sus visitas al exterior a unos pocos países con regímenes dictatoriales en los que está seguro de no ser deportado.
En el caso argentino, la que se anotó un punto al frenar su visita fue Patricia Bullrich, que no se anda con vueltas con el peronismo y que apretó los botones adecuados en el momento justo. Fue un acierto, en especial, de cara a su interna contra el componedor Horacio Rodríguez Larreta.
Pero la preocupación de Fernández no era Maduro, sino Lula, con el que mostró una sintonía perfecta. No sólo se exhibió con él durante toda su estadía, sino que vio cómo dejaba plantada a Cristina Kirchner en el Senado, donde la vice había armado una "cumbre" propia por Youtube recibiendo a otros mandatarios como el boliviano Arce, el colombiano Petro y la hondureña Castro.
Sin embargo, para la Vice lo más adverso no fue el pésimo manejo de la comunicación al alentar expectativas falsas, sino que el desaire es una prueba abrumadora de su pérdida de peso como interlocutora del poder. Seguramente su condena judicial por corrupción conspiró contra la chance de sacarse una foto con el Presidente brasileño.
De todas maneras, ese no fue el único "éxito" de Fernández en su interna contra la Vice y La Cámpora, que tratan de marginarlo de las decisiones del Gobierno. También borró a su ministro del Interior, Eduardo de Pedro, de una reunión con Lula y organismos de derechos humanos, lo que sacó de quicio al funcionario y expuso sin pudor al kirchnerismo como una bolsa de gatos.
De Pedro usó los mismos diarios que considera parte de oscuros poderes hegemónicos para atacar al Presidente y, dicho sea de paso, los medios se dejaron usar.
Más allá de los detalles, la pelea en el Gobierno escaló porque Fernández ya no se calla y decidió confrontar abiertamente con Cristina Kirchner. Que en momentos en que se peleaban públicamente el dólar "blue" haya pasado los $ 386 y la inflación se haya convertido en un misil que no se sabe dónde va a caer parece una preocupación secundaria de las facciones en conflicto.
La grieta "K" se ahonda a medida que se aproxima la hora de definir las candidaturas.
La Cámara de Diputados fue, por su parte, el escenario de otra grieta: la existente entre el kirchnerismo y el macrismo. El campo de batalla fue en este caso la Comisión de Juicio Político en la que el bloque oficialista puso en marcha un intento de destituir a los cuatro ministros de la Corte Suprema porque dictan sentencias según su propio criterio, sin preguntar antes a la Casa Rosada.
Esta confrontación es también parte de la campaña, porque el kirchnerismo no tiene la mayoría necesaria para barrer a los jueces. Apunta a desgastar al tribunal, victimizar a la Vice y abroquelar a la tropa propia a su alrededor.
El juicio a la Corte carece de interés para el grueso de la sociedad ocupada en sobrevivir, pero le dio la oportunidad a los legisladores "K" de atacar a un poder que se alejó de Cristina Kirchner porque la vio en decadencia. Salvando las correspondientes distancias, sus percepciones coinciden con las de Lula.
La sorpresa la dieron los diputados de la oposición que aceptaron el desafío y contraatacaron con discursos de una virulencia poco frecuente a los peronistas, acusándolos literalmente de corruptos, autoritarios y antidemocráticos. La estrategia oficialista consistió en identificar a Juntos por el Cambio con el tribunal. Alegar que los opositores lo consideran propio porque falla supuestamente a su favor y que por eso lo defienden.
Los oradores de Juntos por el Cambio que en un principio se habían ceñido a un discurso de defensa institucional aceptaron el desafío y exhibieron un antiperonismo sin fisuras. Sus voceros principales fueron legisladores del PRO identificados con el macrismo más duro. En este caso, la radicalización también obedeció al inicio de una batalla electoral en el que los tibios van a disponer de un margen de maniobra cada vez más estrecho.
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