El naufragio descubierto corresponde a un velero de origen inglés que data de finales del siglo XVIII o principios del XIX. Los arqueólogos del INAH lograron identificar algunos de los elementos más representativos del barco, como un ancla, un cañón y varios lingotes de hierro utilizados como lastre. Estos hallazgos ofrecen pistas fundamentales para determinar el tipo de embarcación y su procedencia. Aunque los restos de madera del casco no se han conservado debido al paso del tiempo y las duras condiciones del mar, los objetos metálicos que se encontraron en el arrecife han resistido relativamente bien el desgaste.
El cañón y el ancla, en particular, sugieren que se trataba de un barco robusto, probablemente involucrado en viajes comerciales o militares. Los lingotes de hierro indican que la embarcación necesitaba estabilizarse durante sus travesías, lo cual era común en los barcos de esa época, dado que se enfrentaban a condiciones marítimas complejas en rutas largas a través del Atlántico. El descubrimiento de este barco hundido es considerado un tesoro arqueológico de valor incalculable.
Estos vestigios no solo cuentan la historia del naufragio en sí, sino que ofrecen una ventana al pasado naval de las potencias europeas, que en ese tiempo dominaron las yeguas en su búsqueda de nuevas rutas comerciales y territorios.
Investigación en curso
El equipo de arqueólogos subacuáticos del INAH ha señalado que el descubrimiento del barco inglés se encuentra en una fase inicial de investigación. Hasta el momento, se han realizado dos sesiones de buceo para llevar a cabo una inspección preliminar del sitio y una primera evaluación de los restos encontrados. Según Laura Carrillo, investigadora de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) y responsable del Proyecto Banco Chinchorro, uno de los mayores desafíos del estudio es la fuerte corriente marina en la zona, lo que dificulta el acceso y el análisis detallado del naufragio.
Otro obstáculo importante es la ausencia de los restos del casco de madera, que se han desintegrado debido al paso de los siglos y las condiciones climáticas del lugar. Los objetos más sólidos, como el ancla, el cañón y los lingotes de hierro, son los únicos que se han conservado en un estado relativamente bueno, gracias a su proximidad al arrecife de coral, donde han permanecido pegados y protegidos del deterioro total.
La arqueología subacuática requiere de tecnología avanzada y un enfoque multidisciplinario. En este caso, los arqueólogos están utilizando equipos de buceo especializados y técnicas no invasivas para mapear el área y recuperar información sin dañar los restos. A medida que avancen las investigaciones, se espera obtener una comprensión más profunda sobre las dimensiones originales del barco, su tripulación y la naturaleza de su viaje antes de su trágico destino en las aguas de Quitasueños.
Contexto histórico del lugar
El lugar del descubrimiento, una peligrosa zona de arrecifes conocida como Quitasueños, es célebre por su alta tasa de naufragios. Situado dentro de la reserva de la biosfera de Banco Chinchorro, este falso atolón, también llamado “isla de coral”, ha sido el responsable de innumerables desastres marítimos a lo largo de los siglos. Su formación coralina, aunque bellísima, es extremadamente traicionera para los navegantes que, en épocas pasadas, se aventuraban por estas aguas sin la ayuda de las modernas tecnologías de navegación.
Banco Chinchorro, ubicado frente a las costas de Quintana Roo, en el Caribe mexicano, es el mayor atolón coralino de México y uno de los más grandes del hemisferio occidental. Con una biodiversidad rica y una geografía peligrosa, ha sido testigo de numerosas tragedias navales. No es casualidad que se hayan registrado hasta la fecha 70 naufragios en sus aguas, lo que lo convierte en un verdadero cementerio submarino para embarcaciones de diversas épocas.
Dificultades en la exploración
La exploración del naufragio inglés en quitasueños se enfrenta a varios desafíos significativos, que han dificultado la investigación arqueológica en la zona. Uno de los mayores problemas es la fuerte corriente marina, que complica las operaciones de buceo y reduce el tiempo que los arqueólogos pueden permanecer bajo el agua inspeccionando los restos. Además, el arrecife de coral donde se encuentran los vestigios no solo es difícil de acceder, sino que también exige precaución extrema para no dañar el ecosistema marino, que es altamente frágil.
Otro obstáculo es el estado de conservación de los restos. El paso del tiempo ha hecho que gran parte del casco de madera del barco se haya desintegrado completamente, lo que limita la capacidad de los investigadores para determinar con precisión las dimensiones y la estructura original de la embarcación. Lo que se ha mantenido en mejores condiciones son los objetos metálicos, como el ancla, el cañón y los lingotes de hierro, que permanecen pegados al coral, pero la falta de materiales más delicados dificulta la reconstrucción completa del naufragio.
Para superar estos retos, el equipo de arqueología subacuática está utilizando técnicas no invasivas y herramientas avanzadas de mapeo submarino. El objetivo es recopilar la mayor cantidad de información posible sin alterar el entorno o los pocos restos que quedan. El proceso será largo y complejo, ya que la naturaleza misma del lugar convierte cada etapa de la exploración en una tarea altamente delicada y precisa. (Infobae)