Por Pedro Torres
Con un eco en el corazón de lo que rezaban lo peregrinos que se encaminaban a Jerusalén en el Salmo 122 me nace en su cumpleaños 142 desear "la paz a Rafaela, que vivan seguros los que te aman, y sean felices sus hogares".
La paz es un don que hay que pedir a Dios, es mucho más que la ausencia de conflictos, es una plenitud que supone la justicia y la vedad, y da la libertad para construir la unidad en la diversidad, la fraternidad de los hijos de Dios.
Además de don la paz, es tarea pedirla, compromete a renovar vínculos sanos y sanadores que sepan resolver los conflictos en el diálogo, y a revitalizar la conciencia que es más lo que nos une que lo que nos divide. Tarea que implica un liderazgo social nuevo enraizado en la virtud.
Deseamos la paz, pedimos la paz y queremos ser instrumentos de paz, conscientes que estamos transitando culturalmente un cambio de época marcado por una crisis antropológica y de sentido. Crisis que no es solo del orden de las ideas y de desinterés sobre la verdad, sino que marca una relación problemática frente a la economía, los bienes, el consumo e incluso frente al cuidado o no de nuestra "casa común".
Algunos pensadores incluso ven allí, en esa crisis de la "post verdad", una de las causas del debilitamiento de la democracia y el surgimiento de la "infocracia", que no terminamos de entender. Esta última asociada a una tan abundante carga de información, muchas veces manipulada, que termina anestesiando o aturdiendo.
Sumado a esto, las incertidumbres propias del momento histórico de la patria y la guerra incipiente como las que arrastramos en el mundo, con una carga de terror y crueldad inimaginadas para el siglo XXI, producen la tentación de la desesperanza, de la huida, de perder la alegría.
Qué bueno es entonces recrear la esperanza y redescubrir lo mucho que podemos agradecer, las bendiciones que se nos regalan en nuestra tierra y nuestra historia, y desde allí animarnos a asumir y trasformar las heridas. Agradecer también la cercanía del arcángel Rafael (medicina de Dios), patrono de la ciudad, como maestro en el peregrinar confiado en la providencia de Dios, como consejero que ayuda a sanar cegueras y abrirnos a las obras de misericordia.
Impacta, pero es cierto, aquí en Argentina no sufrimos una guerra, pero si inseguridad e inseguridades vinculadas a una corrupción que nos lacera y que requiere nacer de nuevo. Tenemos que tomar conciencia de las heridas que han provocado la injusticia, la impunidad y la pérdida de confianza mutua, indispensables para la amistad social y para una economía con rostro humano.
Hay que reconocer nuestras llagas y las de la historia, saliendo de nosotros mismos y con la valentía que han tenido los santos. De aquellos que conocieron las tragedias, pero no se abrumaron porque en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en las cinco llagas que Jesús resucitado conserva como signo de identidad, del amor que vence a la muerte y el pecado,
La historia de vida y salvación que encontramos en la Biblia enseña entre otras cosas que necesitamos la planificación y previsión del soñador José que aparece en el libro de Génesis, que supo salvar del hambre a sus hermanos en las vacas flacas, no dejemos de soñar; y también enseña el realismo y la paciencia del que inicia y acompaña procesos sin querer resultados inmediatos, ni imponer pesadas cargas a los hermanos más frágiles.
¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos! ¡Celebremos a nuestra ciudad abrazando el camino de la paz!
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