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Cultura

Detrás de escena

"Crónicas a Contraluz" es una propuesta de Juan Carlos Ceja que nos ofrece ficciones literarias con líneas de sentida autorreferencia. "Pinta tu aldea y pintarás el mundo", es la frase que parece guiar al autor.
Juan Carlos Ceja

Por Juan Carlos Ceja

El ritual del teatro siempre requiere de un escenario, un sitio a veces inverosímil donde producir la comunión.

"¡Viva la Patria!" era una creación colectiva del Taller de Teatro de la Escuela 204. Como el estudiante Diego Merlo escribió las primeras ideas, lo habilitamos como autor.

En notas heteróclitas voy a relatar algo del detrás de escena de "¡Viva la Patria!" de 1988. En esa oportunidad fuimos a Entre Ríos. Nos ofrecieron hacer dos funciones, en ese caso pedí que una fuera en un barrio alejado. No recuerdo ya el nombre del lugar, sí que era pobrísimo y a pocas cuadras del río.

Al local se notaba que lo habían hecho a pulmón, techo de paja, piso de portland, paredes ya envejecidas pintadas al agua y dos mesas con caballetes. Un ropero viejo hacía de armario.

No tenía dudas, pero a propósito pregunté dónde era el escenario. En la vereda profesor me dijo la señora que nos recibió, no hay otra cosa se disculpó. Sin querer oí la pregunta y levantando la voz avisé que no había camarines. Se escucharon protestas femeninas, a la mayoría de los varones los abstuvo el orgullo.

Tendimos un alambre y con una sábana celeste desvaído construimos los camarines, el de atrás para las actrices. Había un sólo espejo de mano así que debían apurarse para maquillar y peinarse.

En los soportes de la galería que cubría la vereda montamos el sistema lumínico, un tacho, el único para iluminar la patria cuando apareciese y dos focos de 100 y uno de 75 que prestó el electricista de la otra cuadra. Con la escenografía no hubo problemas, sólo se requería de una silla.

La platea era la calle de tierra. ¿Y la gente va a mirar parada la obra? ¡No hay nadie y ya es casi la hora! La misma señora de antes nos explicó que los vecinos no eran muy puntuales y que ellos se traían los asientos. Usted va a ver cómo llegan todos juntos.

Al rato, medio en tropel, llegó el público. La cantidad de chicos que corrían a los gritos y levantaban polvareda frente al escenario era de no creer.

Pasaba el tiempo y las conversaciones no cesaban. Si usted no hace alguna seña y les habla no van a poder empezar, nos dijo nuestra amiga de la vecinal. Me paré frente a la gente y nada, recién cuando levanté el brazo a lo Guevara prestó atención al saludo y así pudimos iniciar ¡Viva la Patria! en un remoto lugar del litoral.

El silencio era total, los actores cada uno a su turno, ¡y mirá que eran muchos!, gozaron del aplauso.

La madre que había sacado la teta para la niña miraba boquiabierta, en el momento en que apareció la patria no pudo contenerse y acariciando la cabeza del otro hijo comentó fascinada, ¡mirá trajeron la virgen también! Yo estaba parado cerca y entonces sentí que me dolía la garganta y ganas de llorar, me aguanté, pero los ojos igual se llenaron de lágrimas.

En el momento más intenso de la obra, cuando el soldado de Malvinas se rebela a la palabra soldadito, desde el fondo de la calle entra una mujer en chancletas, a los gritos. ¡Corránsen, corránsen! ¡Viene el Moncholo! ¡Y chupado como siempre el desgraciado!

En menos que canta un gallo los actores se agolparon literalmente adentro del galponcito, la calle quedó desierta, todos en el borde, apiñados como en un desfile, con las sillas levantadas, apretadas al cuerpo.

El Moncholo pasó en carro a las risotadas, dobló y lo aupó la noche por donde dicen que estaba el río. La mujer de las chancletas fue hasta la esquina y regresó secándose la transpiración, pidió volver que no pasaba nada, con seguridad el Moncholo llegaría al rancho y se acostaría.

Nadie se fue. Al terminar la obra, la calle y la vereda escenario eran una romería de besos y abrazos entre los actores y los vecinos. Los pibes le pedían a la patria que les regalara la cofia, unas nenas pasaban sus manitas sobre la suavidad de la bandera que la actriz llevaba sobre sus hombros.

La presidente vecinal, Genoveva, nos decía que terminemos con los saludos que las empanadas se enfriaban, y mire que las empanadas frías, estas nuestras por lo menos, pierden sabor, además no queremos que se vayan con críticas. ¡Con todo lo que trabajamos! ¡Qué lindo que vinieron! Lo pasamos bárbaro. Vuelvan nos gritaba Genoveva cuando el ómnibus partía y buena parte del elenco ya dormía.

En la esquina por donde se fugó el Moncholo, al fondo, observé el río en su andar inmemorial, imperceptible.

La imagen del río acerado en la casi madrugada me acompaña tanto como la de la paraguaya que así era la señora de la virgen que antes de irse me tomó la mano y me confesó, ¿sabe que yo nunca había visto una obra de teatro? Ahora cuando llegue a casa le digo a mi marido que no sabe lo que se perdió. Chico, vos, dale un beso al director y vamos que es tarde. Mañana tenemos que ir a pescar, sino... Y ahí hizo el gesto de comer.

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