El director del grupo "Alas" reflexiona acerca del espectáculo "Los derechos de la salud" de Florencio Sánchez, que se encuentra realizando funciones en los barrios de la ciudad.

Luego de su estreno en el verano rafaelino, el Grupo "Alas" volvió a presentar "Los derechos de la salud" en los barrios de la ciudad siguiendo los pasos de su espectáculo anterior, "Anton pero no pirulero", estrenado antes de la pandemia.
Siempre con la dirección de Juan Carlos Ceja, referente de la cultura local, el elenco conformado por Fabiana Beccaría, Liliana Olivero, Ricardo Croce y Viviana Racca con la colaboración de Armando Vanmeyris Brarda y Carolina Ceja se planteó un recorrido por distintos sectores de Rafaela comenzando por Independencia, Ilolay y Guillermo Lehmann. Esta gira tendrá continuidad en el mes de junio con funciones en Villa Rosas el miércoles 1, 9 de Julio el miércoles 8 y Mosconi el martes 14 con entrada libre y gratuita.
La obra Los derechos de la salud "tuvo su primera temporada en el verano y es la misma que se está viendo en cinco barrios de la ciudad. El grupo no se planteó modificar los personajes construidos, considero que no es necesario, así están bien. Los ensayos se hacen necesarios para repasar la letra y mantener la dinámica, el movimiento que nos habíamos propuesto para las distintas partes de la obra. En los ensayos y después de las funciones soy un director que sigue orientando a los actores, es decir sigo cumpliendo con mi rol", manifiesta el director en relación a esta nueva etapa del espectáculo.
Las variaciones sobre los personajes "se la pueden estar planteando los actores desde su libertad de creación escénica, en consonancia con sus compañeros y me parece bien", agregó.
-La obra se estrenó en el patio del Museo Histórico, un lugar físico que le aportaba una estética visual muy contundente. ¿Cómo se resuelve o reemplaza esa fuerza escénica propia del lugar siendo que en cada barrio donde llega la obra el espacio es diferente?
-"Sí. es verdad. La puesta en escena encontró en el entorno en que se dio, un espacio potente. El patio antiguo de la ex residencia Ripamonti estimuló el dramatismo de la obra de Sánchez. Los ventanales mayormente vidriados, el brocal del aljibe antiguo, un piso un tanto tosco, un lapacho en plenitud y un dispositivo de luces azules y otros colores terminaron por ser un elemento ciertamente decisivo en la puesta. Por supuesto también hay que contabilizar una cuidada selección musical y las sólidas actuaciones de los cuatro actores, muy buenos artistas de la ciudad".
"Todo lo que no se encuentra en los salones vecinales para la puesta de la obra que quienes la vieron aprobaron generosamente, es lo que me provoca, entusiasma y lanza al desafío constante de estar en los barrios", remarca Ceja.
"Mi porfiado propósito no es nuevo, comenzó en 1990 cuando con la creación colectiva, Las mujeres manejan la calesita, llevamos el teatro por primera vez al Anfiteatro Alfredo Williner y luego con la querida Martha Zimmerman como secretaria de Cultura, salimos de gira por la ciudad con Sueño de barrio de Roberto Fontanarrosa. Y después hubo mucho más".
Volviendo a la pregunta "digo que la ausencia de recursos escénicos en los barrios es conocida pero ahí en el salón vecinal, despojado de casi todo lo que el teatro burgués requiere, queda lo que yo creo que es la matriz, la esencia del hecho teatral, a saber, los actores y su trabajo, el artista y su actuación, si eso está logrado, para el público hay rito, teatro, podríamos decir sin ser absolutos, que la bijouterie ayuda pero no define", enfatiza.
Respecto de la relación de los actores con la obra "mi apreciación es que están comprometidos hoy del mismo modo que lo estuvieron cuando estrenaron, interpreto que se sienten conformes con lo que han logrado a nivel personal y grupal. La propuesta de los barrios me pertenece y el hecho de que los actores la acompañen dice bastante de su relación con el grupo y la obra".
"Quiero expresar que observo de un tiempo no muy lejano hasta acá una atmósfera y producción local escénica saludable, diversa en estéticas, entrecruzamientos de artistas y un público que amplía su mirada, que en parte comienza a participar más de las diferentes ofertas teatrales. En lo personal y tengo elementos para expresarlo, vivencio un clima menos tóxico, más amigable".
"Algo que está pendiente en la ciudad respecto de la producción escénica es la construcción de una crítica fundamentada, inclusiva y ecuánime".
-¿Se puede identificar alguna característica del público de los barrios en relación al que habitualmente van a las salas tradicionales?
-"Creo que es necesaria una aclaración, el público que asiste a las salas tradicionales proviene de los barrios, tal vez podamos convenir que en mayor parte y de modo frecuente de algunos barrios en particular, más de unos que de otros".
En las funciones barriales "nos hemos encontrado con personas que nos dicen que van con frecuencia al teatro, en este caso son los menos. La mayoría de los participantes manifiesta que no es de ir al teatro y en muchos casos cuenta que nunca fue, "yo nunca ví una obra de teatro", es la expresión".
"El clima previo y posterior a la función es descontracturado, "familiero", casi todos se conocen y conversan muy animadamente, es natural que las sillas de la sala sean llevadas de un lugar a otro".
A pesar de que la obra es para adultos, "la familia viene con sus chicos. Al finalizar la función los vecinos son de quedarse a conversar con los actores, cuando hicimos Antón pero no pirulero, chicos y grandes pedían sacarse fotos con los artistas".
En el barrio Independencia, "donde hicimos la primera función, Hugo Perino con sus compañeros de la vecinal preparó comida para los artistas e invitó al público, por supuesto se quedaron todos".
Las conversaciones, los intercambios que se dan, "no están generalmente vinculados al teatro pero lo importante es que la función facilita la construcción de un nosotros necesario y vivificante. Y en esa situación no cuenta si a los barrios va mucha o poca gente a ver la obra de teatro".