Adelanto de "Cómo la puntuación cambió la historia", del académico noruego Bard Borch Michalsen.
Vestido con una espléndida túnica franca, el rey (y más tarde emperador) Carlomagno (742-814 d. C.) está sentado a su mesa con lo que parece una pizarra y un lápiz. Detrás de él se encuentra un hombre con hábitos de monje. El hombre se llama Alcuino de York (735-804 d. C.) y con su mano derecha guía la mano del rey para que dibuje unas letras en la pizarra.
La poderosa pintura de Otto Rethel de 1847 cuelga en el maravilloso museo interactivo dedicado a Carlomagno, llamado Centre Charlemagne, en francés, aunque en realidad está ubicado en la ciudad alemana de Aquisgrán. Fue desde aquí que Carlomagno (Carolus Magnus o Carlos el Grande) conquistó y gobernó la mayor parte de Europa Occidental cerca del año 800 d.C., durante el período conocido como Renacimiento Carolingio, una etapa que ofreció además buenas noticias y progresos para el sistema de puntuación, en gran medida gracias al emperador y nuestro amigo Alcuino.
Cuando escuchamos hablar del Renacimiento, por lo general pensamos en el período histórico que comenzó en el siglo XV y que renovó el interés por el arte y la literatura de las antiguas Grecia y Roma, y favoreció, de manera particular, el florecimiento cultural y económico en el corazón de la tierra que hoy conocemos como Italia. Si aceptamos como buena la definición de "renacimiento" en el sentido de "volver a la luz", es posible advertir que esto ya sucedía durante el reinado de Carlomagno, cuando las obras literarias de la Antigüedad fueron halladas y rescatadas de su olvido. Europa recibió un anticipo de lo que estaba por llegar. Carlos el Grande era el rey de los francos y lombardos, y finalmente acabó por ser emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, gobernando un área que incluía grandes extensiones del continente europeo y su principal metrópoli, Aquisgrán (Aix-la-Chapelle o bien Aachen, en alemán). Hasta aquel momento, el centro de gravedad cultural europeo siempre había estado ubicado al sur de los Alpes. Carlomagno lo trasladó al norte. Pero ¿por qué exactamente a Aquisgrán? Más que ninguna otra razón, tuvo que ver con las fuentes de aguas termales que dominaban la zona: Carlomagno adoraba bañarse en ellas y nadar.
Hoy, Aquisgrán es una acogedora ciudad de provincias de Alemania, de tamaño regular. El aeropuerto más cercano es Maastrich, en los Países Bajos, y el museo, principal atracción de la ciudad, sigue ostentando su nombre en francés. Carlomagno es llamado el "padre de Europa", y estamos en el centro de Europa por lo que a ello se refiere. Por cierto, además fue padre de varios hijos. Entre los hallazgos históricos logrados por el genetista británico Adam Rutherford, se cuenta el hecho de que cualquier europeo que desee rastrear su ascendencia lo suficientemente atrás en el tiempo, acabará chocando con la figura de Carlomagno. Como fuera, en este libro la atención está puesta en sus esfuerzos en el campo del lenguaje escrito.
Carlomagno sabía leer tanto griego como latín, pero aprender a escribir le resultó una batalla mucho más difícil que las muchas que le tocó disputar. No es que no deseara hacerlo, sino que simplemente no podía lograrlo. Una de las posibles causas para esta dificultad habría que buscarla en el hecho de que ya era todo un adulto cuando intentó aprender a escribir. Además, tenía las manos muy maltratadas después de participar en innumerables campos de guerra. Dormía con los materiales de escritura, posiblemente una pizarra y un lápiz, debajo de su almohada, con el fin de utilizar las últimas horas de la noche para practicar. También recibió una gran ayuda de Alcuino, pero fue inútil: el emperador nunca pudo aprender a escribir correctamente. Sin embargo, alcanzó un enorme logro en lo que tuvo que ver con la enseñanza de la escritura a gran escala en todo el Imperio Carolingio, y el hombre que hizo su sueño realidad fue, precisamente, Alcuino de York, proveniente del norte de Inglaterra.
Alcuino nació en el seno de una familia noble en el año 735 d. C., y en su juventud fue educado por Egbert, quien más tarde fue arzobispo de York. En función de eso, fue designado para dirigir la escuela catedralicia de la ciudad. En el año 781 d. C., dotado de la confianza del arzobispo, se le concedió la honorable tarea de viajar hasta Roma para obtener la aceptación del papa para que York siguiera siendo parte del episcopado. De casualidad, en el camino de regreso, Alcuino se detuvo en la ciudad de Parma, al pie de los Alpes, y durante su estancia allí conoció a Carlomagno. Se habían encontrado una vez antes, y Alcuino tenía en alta estima a Carlos. En Parma, los dos se llevaron tan bien que Alcuino fue inmediatamente invitado a Aquisgrán para educar a los hijos del emperador como a otros niños dotados. Más tarde, le asignaron otras tareas de mayor importancia y responsabilidad. Se convirtió en director de la biblioteca del castillo y director supremo de la escuela en el palacio del emperador en Aquisgrán. Hasta allí llegaron profesores asistentes tanto de Irlanda como de los asentamientos anglosajones en Inglaterra. La enseñanza en Aquisgrán se inspiró en las siete artes liberales de la antigua Roma.
Con el fin de agudizar el cerebro de los jóvenes, Alcuino escribió libros de texto de matemáticas. Sin embargo, se concentró fundamentalmente en las disciplinas del lenguaje comprendidas en las tres primeras disciplinas de las artes liberales. Asimismo, se aseguró de proporcionar a la biblioteca de Aquisgrán copias de libros de las antiguas Grecia y Roma, así como de otros manuscritos llegados de todas partes de Europa que acabaron por formar la base de la enseñanza. Además, estableció salas de escritura (scriptoria) donde diligentes escribas se encargaron de copiar estas colecciones de textos antiguos. El propio Alcuino escribió libros sobre gramática y lenguaje, y fue uno de los primeros en comprender el valor de la puntuación. Desafortunadamente, mucha gente continuó practicando la scriptio continua, es decir, textos sin espacios entre las palabras y con la menor puntuación posible. Alcuino mismo adhirió al sistema simple de dos signos sobre el que nuestro amigo Aristófanes había reflexionado mil años atrás:
Distinctio: colocado en la parte superior de la última palabra para marcar el final de una oración.
Subdistinctio: ubicado más abajo para marcar una pausa en la frase.
En una carta a Carlomagno, Alcuino expresó su entusiasmo por este sistema, en parte porque los signos de puntuación también podrían aparecer como una atractiva decoración de los textos. Sugería, al mismo tiempo, que el conocimiento de la puntuación debía ser perfeccionado. Temía que la falta de educación entre las élites del imperio hubiese debilitado la eficacia del método. Era necesario hacer algo para poner fin a ese desafortunado desarrollo. Y Alcuino sabía qué hacer. Como Ministro de Educación de facto del Imperio Carolingio, su palabra era ley. En consecuencia, utilizó toda su influencia para tomar una serie de medidas importantes en relación con el texto escrito, hasta convertirlo en una forma independiente del uso del lenguaje, al concebirlo como algo por completo diferente y más importante que un simple registro de contenido literario para ser leído en voz alta. Esto significó que quienes se ocuparon de introducir los signos le asignaron un peso mayor a la forma en que se ensamblaban gramaticalmente los textos para hacer llegar el mensaje.
Mientras los escribas continuaran con la escritura sin espacios entre las palabras, en la práctica sería difícil insertar los signos de puntuación. Entonces, Alcuino y sus colaboradores crearon un nuevo tipo de escritura para resolver el problema. Las minúsculas son las letras pequeñas, más sencillas de leer que las MAYÚSCULAS. Las minúsculas carolingias estaban bien proporcionadas, eran fáciles de leer y escribir, y daban espacio a los signos de puntuación. Las minúsculas pronto se hicieron muy populares, e incluso los monjes irlandeses se mostraron encantados con ellas. Un siglo después, se introdujeron en España, Inglaterra, Hungría e Islandia.
El lenguaje escrito se hizo tan fuerte en Aquisgrán que en el año 805 d. C. el propio Carlomagno dio la orden de que aquellos que estaban preparados para desempeñarse como escribas no podían cometer errores, y los que no aplicaran los signos de puntuación correctamente serían castigados. Y todo por amor a Dios y a la conveniencia del lector. En un artículo sobre la producción de libros en el Imperio Carolingio, David Ganz escribe más específicamente sobre cómo se expresa esta conveniencia: el texto debe exhibir calidad, una redacción y un diseño claros, y cierta idea acerca de cómo el lenguaje escrito puede guiar al lector.
Alcuino se retiró en 796 d. C., a la edad de 61 años. Pasó sus últimos ocho años en el convento de Saint Martin, ubicado en la ciudad francesa de Tours. Pero incluso allí se mostró incansablemente activo. Mantuvo a los monjes ocupados y envió a alguno de ellos a buscar ejemplares raros de los que él mismo se había ocupado de guardar siendo joven, en el extremo norte de Inglaterra. York no lo había olvidado. De hecho, aún se lo recuerda. Junto a la universidad de la ciudad, se levanta una institución cuyo nombre hace honor al héroe de la escritura: Alcuin College.
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