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Culto Católico

"Que el amor nos sane, nos traspase, nos de vida"

Hermanas y hermanos de la Diócesis de Rafaela: Necesitamos cambiar, convertirnos. Es claro que este camino sinodal supone mayor esfuerzo de parte de todos y la convicción de intentar una real participación de cada uno de los bautizados de nuestras comunidades. Es parte del camino de conversión y ascesis cuaresmal-bautismal el enfrentar con seriedad y humildad nuestras propias inercias y malos hábitos, a fin de vigorizar nuestra vida y nuestra misión con la dinámica propia del Espíritu que nos impulsa a ser fieles al evangelio, intentando reflejar en nuestras opciones los sentimientos y criterios de Jesucristo. Todo el Pueblo fiel de Dios, laicos, consagrados y pastores, debemos hacer el esfuerzo de una conversión genuina y una reconciliación auténtica, renunciando a estilos clericalistas, conformistas, aislados o poco comprometidos con la realidad que vive nuestra gente.

También necesitan conversión nuestros vínculos sociales a todos los niveles asumiendo que como bautizados estamos llamados a ser sal, luz y fermento de amor solidario en el mundo, promoviendo el diálogo especialmente en la familia y en la patria. Conversión que implica el compromiso por la paz y la justicia, el afianzamiento de las instituciones y la división de poderes, reconociendo que no hay verdadera democracia sin orden jurídico, que la verdadera autoridad es servicio, y que no hay equidad sin una economía al servicio del hombre y su dignidad.

Necesitamos una conversión que en el camino de una nueva imaginación de la caridad, como nos proponía San Juan Pablo II, busque alternativas superadoras a las políticas y economías tóxicas que bloquean la esperanza, iniciando procesos, recuperando la pasión educativa, cariñosa, sanadora, humanizadora, sensible a la belleza y la gratuidad, y abierta a un nuevo modo de estar en el mundo que cuidando la casa común, y no sólo consumiendo, la deje mejor para las nuevas generaciones.

En sintonía con la Iglesia universal

Es también la invitación que nos hace la Iglesia universal en esta etapa continental del Sínodo sobre la sinodalidad, recordándonos la promesa de Dios para su Pueblo: "¡Ensancha el espacio de tu carpa, despliega tus lonas sin mezquinar, alarga tus cuerdas, afirma tus estacas!" (Isaías 54, 2). Extender las lonas para que nadie se sienta excluido de este espacio de fraternidad y de comunión; alargar las cuerdas que sostienen, sin confundir la firmeza necesaria con la rigidez que no permite crecer; afirmar las estacas en la solidez de un buen fundamento, con la sabiduría de saber correrlas y cambiarlas de lugar para trasladar la carpa al siguiente punto del camino.

"Ensanchar la tienda requiere acoger a otros en ella, dando cabida a su diversidad. Implica, por tanto, la disposición a morir a sí mismo por amor, encontrándose en y a través de la relación con Cristo y con el prójimo: 'En verdad, en verdad les digo que si el grano de trigo, no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto' (Jn. 12,24).

La fecundidad de la Iglesia depende de la aceptación de esta muerte, que no es, sin embargo, una aniquilación, sino una experiencia de vaciamiento de uno mismo para dejarse llenar por Cristo a través del Espíritu Santo y, por tanto, un proceso a través del cual recibimos como un don las relaciones más ricas y los vínculos más profundos con Dios y con los demás. Esta es la experiencia de la gracia y la transfiguración. Por eso, el apóstol Pablo recomienda: 'Tengan en ustedes los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo' (Flp. 2,5-7). Con esta condición, todos y cada uno/a de los miembros de la Iglesia, serán capaces de cooperar con el Espíritu Santo en el cumplimiento de la misión encomendada por Jesucristo a su Iglesia: es un acto litúrgico, eucarístico" (D.E.C. 28).

Es invitación, llamado, propuesta, alegría compartida al sabernos amados. Los invitamos entonces a vivir este tiempo cuaresmal con la intención de reavivar la dimensión bautismal de nuestra vida y de nuestro estilo pastoral, recorriendo juntos el itinerario que la Palabra de Dios nos propone, abriendo el corazón al Señor que camina hacia su Pascua, donde lo contemplaremos en la entrega total de su vida por amor. Y allí, al ver brotar de su corazón "sangre y agua" (Jn. 19, 34) -signos del Bautismo y la Eucaristía- nos gozaremos en la posibilidad de zambullirnos, otra vez, en la fuente bautismal de donde nace la Vida en abundancia, de donde "brotarán manantiales de agua viva" (Jn. 7, 38b), de donde recibimos el Espíritu de la alegría, de la comunión y de la misión.

María nos inspira y acompaña

Queremos encomendar nuestro caminar de este tiempo y de este año a la Madre del silencio, la Madre de la escucha, la Madre del acompañamiento y la cercanía, la Madre de Guadalupe. A ella, que acompañó a su Hijo en el anuncio del Reino, que supo permanecer entera en la esperanza al pie de la cruz y que experimentó la alegría de la Pascua junto a la Iglesia en Pentecostés, pidámosle que también acompañe nuestros pasos en la misión a la que el Señor nos llama.

Renovando la conciencia del bautismo que nos hace nacer de nuevo y porque queremos caminar juntos podríamos pedir esta gracia: Un corazón nuevo Corazón de Jesús, dame hoy, danos hoy, un corazón nuevo.

Un corazón sin amarguras. Un corazón sin susceptibilidades. Un corazón sin prejuicios y durezas. Un corazón joven, capaz de olvidar los agravios verdaderos o falsos. Dame/danos hoy un corazón que sepa tener esperanzas cuando todos los demás la pierden.

Un corazón amable que sepa sonreír aun con lágrimas. Dame/danos un corazón que no pierda nunca la confianza en los hombres, aunque fallen mil veces.

Un corazón que sepa ser siempre puro, generoso, desinteresado aunque sienta el lastre del egoísmo, y el mordisco del instinto. Dame/danos Señor, un corazón amable y optimista como el tuyo. Un corazón lleno de Paz, de dulzura, de Bondad. Un corazón que ame realmente y no se canse nunca de dar y pedir perdón. Un corazón que ve, como el samaritano.

Un corazón manso y humilde, discípulo y misionero, que sepa salir, escuchar, acortar distancias y construir fraternidad. Amén. Unidos en la oración e implorando la bendición los saludamos. Padre Obispo Pedro J. Torres y Equipo de Pastoral Diocesano Rafaela, Santa Fe.

culto católico Obispo Pedro Torres
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