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Culto Católico

"Que a la Iglesia no se quede quieta para anunciar el Evangelio"

En la misa de clausura del Sínodo el Papa trazó la identidad de la Iglesia sinodal. "Una Iglesia permanente», que escucha el grito de la humanidad y no camina según los criterios del mundo".

«No necesitamos una Iglesia que se siente y se rinda, sino una Iglesia que acepte el grito del mundo. Y quiero decir, tal vez alguien se sorprenda: una Iglesia que se ensucia las manos para servir», dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa de clausura de la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que comenzó el 2 de octubre, sobre el tema ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión’.

Ante miles de personas reunidas en la Basílica de San Pedro, Francisco sostuvo hoy, domingo 27 de octubre, que esta nueva etapa se construye «acogiendo el grito de todos los hombres y mujeres de la tierra».

«El grito de quienes quieren descubrir la alegría del Evangelio y de quienes, por el contrario, se han alejado; el grito silencioso de los indiferentes; el grito de los que sufren, los pobres y los marginados; de los niños, esclavizados por el trabajo, en tantas partes del mundo; la voz quebrada de quienes ya no tienen fuerzas ni para clamar a Dios, porque no tienen voz o porque se han resignado», explicó.

Ante las preguntas de los hombres y mujeres de hoy, los desafíos de nuestro tiempo, las urgencias de la evangelización y las múltiples heridas que afligen a la humanidad, no podemos permanecer en silencio», alentó

Reconociendo nuestra propia ceguera

En su homilía, el pontífice recordó el relato evangélico del día: el ciego Bartimeo, ayudado por el Señor, grita para que le devuelva la vista. Al recuperar la vista, Bartimeo se pone en camino con alegría para seguir a Jesús.

El Papa explicó que Bartimeo representa la «ceguera interior» que todos podemos tener y que nos impide «el dinamismo de la vida» y tener esperanza. Esto también nos puede afectar como Iglesia, añadió el Papa, donde podemos volvernos «incapaces de percibir la presencia del Señor, no preparados para afrontar los desafíos de la realidad» y a veces incapaces de responder adecuadamente «a las preguntas de tantos que nos interpelan».

«No podemos permanecer inertes ante los interrogantes que plantean las mujeres y los hombres de hoy, ante los desafíos de nuestro tiempo, la urgencia de la evangelización y las numerosas heridas que afligen a la humanidad».

Clamando al Señor

Recordando que «el Señor pasa», la Iglesia puede ser, como Bartimeo, una comunidad de discípulos que escuchan al Señor, salen a buscarlo y «sienten la alegría de la salvación, suscitada por la fuerza del Evangelio». La Iglesia, a su vez, hace lo mismo «cuando recoge el grito de todos los hombres y mujeres del mundo» que buscan la alegría del Evangelio, desean redescubrir la fe o se sienten rechazados por el sufrimiento, la pobreza o la marginación.

«No necesitamos una Iglesia sedentaria y derrotista, sino una Iglesia que escuche el clamor del mundo y se ensucie las manos sirviendo».

Llevando la luz del Evangelio

El Papa subrayó que es necesario ser «una Iglesia en pie, no una Iglesia silenciosa, sino una Iglesia que acoge el grito de la humanidad» y se deja iluminar por Cristo llevando la luz del Evangelio a los demás.

«No una Iglesia estática, sino una Iglesia misionera que camina con su Señor por los caminos del mundo».

Al concluir, el Papa dio gracias una vez más por el camino sinodal emprendido y para que podamos «continuar juntos nuestro camino con confianza» y, como Bartimeo, «animarnos» para escuchar la llamada del Señor, confiarle nuestra ceguera, levantarnos y llevar de nuevo «la alegría del Evangelio por los caminos del mundo».

«Ésta es la Iglesia sinodal: una comunidad cuyo primado está en el don del Espíritu, que nos hace a todos hermanos en Cristo y nos eleva a él».

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