En el encuentro con los sacerdotes del Pontificio Seminario Lombardo de Roma, el Papa recomendó no encerrarse en los libros ni en las sacristías, sino llevar el Evangelio a las calles.
"Por favor, no nos quedemos atrincherados en la sacristía y no cultivemos pequeños grupos cerrados donde podamos mimarnos y estar tranquilos", es la invitación del Papa Francisco dirigida a la comunidad del Seminario Pontificio Lombardo Santos Ambrosio y Carlos de Roma, a los que recibió este lunes 7 de febrero, con motivo del centenario de la elección del papa Pío XI, un antiguo alumno del Seminario.
"De estas raíces ligadas a Pío XI tratemos de sacar alguna inspiración: no para cultivar la nostalgia del pasado y cerrarnos a la novedad del Espíritu, que nos invita a vivir hoy, trazando signos proféticos para su ministerio y su misión, particularmente al servicio de la Iglesia", refirió Francisco a los presentes.
Este Seminario fue fundado en 1854 por los obispos de Lombardía (Italia), y está ubicado a un costado de la Basílica Santa María Mayor en Roma.
"Hay un mundo que espera el Evangelio y el Señor quiere que sus pastores se conformen a él, llevando en el corazón y sobre los hombros las expectativas y las cargas del rebaño", prosiguió Francisco.
"Corazones abiertos, compasivos, misericordiosos, y manos trabajadoras, generosas, que se ensucian y hieren por amor, como las de Jesús en la cruz".
En su discurso Francisco recordó el primer gesto de Pio XI al ser elegido pontífice, impartiendo su bendición Urbi et Orbi a la ciudad de Roma y al mundo entero, desde el edificio de la Logia exterior y no desde el interior de la Basílica de San Pedro: "con este gesto nos recuerda que debemos abrirnos, ampliar el horizonte de la pastoral a las dimensiones del mundo, para llegar a cada hijo, al que Dios quiere abrazar con su amor", dijo el Papa.
"Ese gesto de Pío XI -añadió- valía más que mil palabras. Los gestos de Pío XI van siempre más allá que las palabras: fue un Papa con personalidad. Trabajaron más de 40 minutos para despejar el balcón, pero esperó".
"En estos años estudiaron y profundizaron, esto es un don de Dios", observó Francisco: "Pero su conocimiento nunca se debe abstraer de la vida y de la historia". "El Evangelio no necesita una Iglesia que tenga tantas cosas que decir, pero cuyas palabras estén desprovistas de unción y no toquen la carne del pueblo", advirtió el Papa.
Para tener palabras de vida es necesario doblegar la ciencia al Espíritu en la oración y luego a vivir en las situaciones concretas de la Iglesia y del mundo. Se necesita testimonio de vida: ser sacerdotes ardidos en el deseo de llevar el Evangelio a las calles del mundo, en los barrios y en los hogares, especialmente en los lugares más pobres y olvidados. El testimonio, los gestos, como aquel primer gesto de Pío XI".
Asimismo, rememoró que el papa Ratti en su primera homilía habló de las misiones, y se hizo esta pregunta: "¿Qué puedo ofrecer al Señor?".
"Es una buena pregunta -indicó Francisco-, que pueden aplicar a todo lo que están haciendo ahora para preparar la misión". Y les exhortó a "cultivar con entusiasmo en estos años y en esta ciudad, en la dimensión universal de Roma y de Lombardía, un corazón abierto, dispuesto y misionero".
Luego el Santo Padre mencionó palabras de Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno, que son actuales: "Lo que duele a los ojos es que en nuestra época no sólo se produce la concentración de la riqueza, sino la acumulación de un enorme poder, de un dominio despótico de la economía en manos de unos pocos. Este poder se vuelve más despótico que nunca en aquellos que teniendo el dinero en sus manos, son los amos; de modo que son en cierto modo los distribuidores de la propia sangre de la que vive el organismo económico, y tienen en sus manos, por así decirlo, el alma de la economía".
"Qué cierto y qué trágico es esto ahora, cuando la brecha entre los pocos ricos y los muchos pobres es cada vez mayor", puntualizó Francisco.
En este contexto de desigualdad y pandemia, reiteró la invitación a "vivir y trabajar como sacerdotes del Concilio Vaticano II, como signos e instrumentos de la comunión de los hombres con Dios y entre sí".
Y al concluir los invitó a pedir a Dios por una Iglesia "fiel al espíritu del Evangelio, más libre, más fraterna y alegre en su testimonio de Jesús".
Comentarios