Hermanas y hermanos de la Diócesis de Rafaela: llegamos a ustedes para compartir la Buena Nueva de Jesús, el evangelio de la esperanza que nos invita a encontrar en Él el consuelo y el alivio que sanan las heridas de nuestros corazones, de nuestras familias y de nuestras comunidades. Al comenzar la Cuaresma escuchemos juntos al Señor que nos dice: "El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí" (Jn. 7, 37b-38a).
Iniciamos el camino que nos conduce a la Pascua dejándonos llevar por el Espíritu con Jesús al desierto y a la montaña. Allí podremos reconocer que nuestro alimento es "toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt. 4,4) y que es Él, el Hijo muy querido, aquel de quien el Padre nos dice: "Escúchenlo" (Mt. 17,5). Conocerlo a Él, amarlo, seguirlo, saber que nos amó primero y hasta el extremo, es fuente de fascinación y alegría.
Este ciclo A de la liturgia nos permitirá recorrer un verdadero catecumenado ayudándonos, domingo a domingo, a renovar nuestro bautismo, dejándonos guiar por la Palabra de Dios hacia la Pascua en la cual recibiremos de nuevo la Vida en el Espíritu que nos renueva y nos envía.
Este camino cuaresmal lo haremos de la mano de aquellos testimonios que la Palabra nos presenta como compañeros de peregrinación y que nos abrirán el corazón para decirnos quién es Jesús para ellos, qué transformó en sus vidas y qué misión les encomendó: una mujer sedienta (Jn. 4, 5-42), sin saber dónde y con quién calmar su sed, sumergida en su desgastante modo de vida, nos testimoniará que es Jesús quien sacia su necesidad, quien le devuelve su dignidad y quien le encarga la misión de anunciarles a sus hermanos que había encontrado al que buscaba sin conocer.
Un ciego de nacimiento (Jn. 9, 1-41), sumergido en la oscuridad de la soledad y el descarte, nos hablará de Jesús, luz del mundo que ha venido a las tinieblas para devolver la vista, para iluminar la vida de quien le sigue y para encomendar la misión de comunicar esa luz a los hermanos para que otros puedan decir como él: "¡Creo, Señor!".
Un amigo rescatado de la frialdad de la muerte (Jn. 11, 1-45) será el que nos muestre a Jesús, quien devuelve la vida y la esperanza, quien fortalece lo débil y lo enfermo con la vitalidad de su presencia y su amistad resucitada, capaz de generar vida nueva.
Todos ellos nos hablarán del Bautismo que hemos recibido, por el que hemos iniciado una vida de hijos en el Hijo, el que nos hermana y compromete en el anuncio del Reino. Éste es el bautismo que queremos renovar particularmente en el sacramento de la Reconciliación y en la Vigilia Pascual para que sea la fuerza del Espíritu la que nos impulse, y no sólo nuestras ideas y voluntades; éste es el bautismo que necesitamos reavivar para que la sed, la oscuridad y la muerte no tengan la última palabra sobre nuestras vidas, sobre nuestras comunidades y sobre nuestra sociedad; éste es el bautismo que deseamos vivir para que un nuevo Pentecostés nos inunde con el ánimo, la alegría y la frescura de aquellos encuentros pascuales del Resucitado con sus discípulas y discípulos.
El camino que nuestra diócesis viene recorriendo -camino de una Iglesia bautismal atenta a lo que el Espíritu va diciendo a través de los signos de los tiempos y el sentir de los hermanos- nos invita a reavivar la fe recibida en el bautismo, redescubriendo la alegría del servicio y generando el encuentro con los hermanos. ¡Bendita providencia que nos ayuda a reafirmar los pasos dados y a poner la mirada en el horizonte hacia el cual queremos seguir avanzando!
Para que en toda la diócesis podamos vivir este camino en comunión, aunando esfuerzos, compartiendo los dones que recibimos e intentando un auténtico cambio de perspectiva y estilo pastoral, dedicaremos cada uno de los años que quedan hasta la próxima Asamblea Diocesana a un objetivo específico determinado. Así, en el marco siempre presente del Objetivo general, este año 2023, en toda la Diócesis, nos dejaremos guiar por lo que el Objetivo específico 3 nos invita a buscar, a pedir y a intentar: "Cultivar la formación de los agentes de pastoral y renovar el fervor misionero para vivir la alegría del evangelio mediante la oración personal y comunitaria". Recordemos que este fin específico surge del Pueblo de Dios como respuesta a "una vida de fe poco profunda", esa misma fe golpeada por la experiencia dolorosa de la pandemia, la fe adormecida por la inercia y la rutina, la fe entibiada por el desánimo general del cual no logramos despertar.
No se trata simplemente de intitular con este objetivo "la misma hojita de siempre", sino de animarnos a revisar en profundidad, a todo nivel pastoral, lo que venimos viviendo, haciendo y proponiendo; en este caso, a la luz de este puntual objetivo. Como lo señala el instrumento posasamblea "Como Iglesia evangelizadora", no sólo nos preguntaremos sobre el "hacer", sino también sobre nuestras actitudes personales y comunitarias, sobre las opciones pastorales, sobre el fervor misionero que nos impulsa a renovar y renovarnos. Y lo más importante, esta revisión y planificación anual la haremos juntos, con una opción consciente y clara por el discernimiento comunitario y la corresponsabilidad en la misión.
Junto a esta revisión necesitaremos formular itinerarios formativos que con diversidad de lenguajes y experiencias nos contagien la sabiduría cordial del evangelio acorde a nuestra vocación a la santidad. Itinerarios para aprender a amar misericordiosamente en el espíritu de las Bienaventuranzas y las obras de misericordia. Padre Obispo Pedro J. Torres y Equipo de Pastoral Diocesano Rafaela, Santa Fe.
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