En "Recuentos", el periodista hace un balance de su trayectoria, mientras se revalorizan sus bios de Tanguito y de Yupanqui. Y le queda impulso para probarse en la literatura infantil.
Víctor Pintos ha reposicionado su nombre en el mercado editorial por una amalgama de efemérides y propia revolución productiva.
Por un lado, el 50º aniversario del fallecimiento de Tanguito y el 30º del de Atahualpa han convertido a sus respectivas biografías sobre estos mitos en material de consulta insoslayable.
Tal cual, Tanguito y los primeros años del rock argentino (Planeta, 1993) y Atahualpa Yupanqui. Este largo camino. Memorias (Cántaro, 2008) han sido referenciados por estos días como relevamientos profundos y comprometidos. Y han convertido a este periodista de Pergamino, de 46 años de trayectoria y establecido en Sierras Chicas desde hace más de 10, en experto a consultar.
Pero esas notas telefónicas con medios de todo el país se quedaban sin margen para que Pintos hable de otros mojones de su producción literaria; saber: su propia autobiografía (Recuentos, Ecoval) y un libro infantil (Cuentos para cantar, Ecoval) que tiene una ilustración en tapa que le pone caras y cuerpos a los niños de 11 y 6, la hermosa canción de Fito Páez.
"Siempre conté historias. Y no mías, sino las que viví. Lo digo en la introducción del libro: ‘Desde el día en que empecé a ser periodista, supe que mi lugar era el de testigo, no el de protagonista. Y parado ahí, cerca, pero nunca en el centro, vivencié cientos de historias’", dice Víctor Pintos cuando se le consulta qué circunstancias convergieron para poner el foco en sí mismo y escribir su autobiografía.
"El asunto es que sentía que ese recuento de historias estaba bueno para ser reunido en un libro. Por eso lo hice. Y como fui, soy, un ordenado, tenía bastante a mano todo lo que escribí, las fotos, los recortes", añade.
–¿Cuál creés que es punto más álgido de tu trayectoria, el momento en el que estabas en el epicentro de todo?
–No lo sé. Quizá los ‘80, quizá los ‘90. Ahora mismo por ahí puede que esté en el centro de todo. Con las comunicaciones de hoy, ya no hay mandatos geográficos. De hecho, ahora que vivo en Agua de Oro tengo más contacto que antes con gente que sigue en Buenos Aires o en otros lugares. Creo que es verdad lo que dice la canción de la Vivi (Pozzebón): "Todo lugar es el centro del mundo".
–¿Por qué creés que la de Tanguito se convirtió en modelo de biografía? Sergio Pujol, por ejemplo, declaró que hizo la de Luca Prodan tomándola como molde.
–Supongo que pasó eso porque no escribí un relato mío a través de los testimonios que conseguí. Por el contrario, elegí encadenar lo que me dijeron quienes fueron protagonistas y testigos de la historia. ¿Quién podía desmentir a Moris, Litto Nebbia, Javier Martínez, Pappo, Luis Alberto Spinetta, Pipo Lernoud o a Miguel Grinberg? Puedo sumar a Sandro, Claudio Gabis, la mamá de Tanguito, la novia más importante que tuvo Tanguito y a sus amigos más cercanos. Hice 200 entrevistas a lo largo de 11 años, además de una investigación muy seria. Así que esa historia quedó como la "historia posta", digamos. Fue un trabajo muy completo, hecho en un tiempo en que no había internet, ni redes sociales ni WhatsApp. Tan serio, completo y enorme, que, la verdad, hoy no lo haría ni loco.
–¿Por qué sostenés que con la muerte de Tango se terminaron los ‘60?
–Es una figura. Creo que ahí terminó, en Buenos Aires al menos, y para el rock, el tiempo en colores, lo iniciático cuando todo era una ilusión. El tiempo de la inocencia. Cuando confluyeron los Beatles, Bob Dylan, la minifalda, las pastillas anticonceptivas, las otras pastillas, Piazzolla, Tom Jobim, el Cuchi Leguizamón, Mafalda, el sueño de la revolución, el Che en Bolivia, el flower power, el Mayo francés y Woodstock. En el otoño del ‘72, hace 50 años, creo que empezaron, acá, los durísimos años ‘70. En ese sentido, digo que no hay un momento marcado por el calendario, así como creo que los ‘80 acá empezaron en abril del ‘82, cuando nos metimos –o nos metieron, más bien– en una guerra que luego desembocó en la recuperación de la Democracia.
–¿Creés que "Este largo camino", el libro de memorias de Atahualpa, merece un rescate similar al que Planeta hizo con "Tanguito"?
–Puede ser. Planeta decidió "recuperar" ese libro de hace 30 años por su decisión de reeditar ahora algo de no ficción que considera clásico, de la misma manera que las discográficas reeditan, ponele, el Sgt. Pepper de los Beatles o el 30 minutos de vida de Moris. El libro de Tanguito superó la decadencia del paso del tiempo. Es más: a medida que pasan los años, toma más valor su peso testimonial, porque, creo, justo relata un momento mágico, que es el de la génesis del folklore más joven que tiene el país. Porque imagino que ya debería considerarse al rock de acá como parte del folklore del país. ¿Quién podría oponerse?
–¿Qué sabés de la última noche de Yupanqui?
–Una trasnoche de hace unos diez años, ponele, en su casa de Carlos Paz, Rubén Juárez me contó las últimas horas de Yupanqui. Porque estuvieron juntos, eran parte de la programación de un concierto de música argentina en el interior de Francia. En el sur, en Nimes, una ciudad que es ni muy grande ni muy chica. Como Villa María, digamos.
–¿Qué te dijo, puntualmente?
–Me dijo: "Vos que escribiste de Yupanqui, escuchá. Esa noche, en el camarín, antes de que el concierto empezara, el señor dijo que no iba a tocar porque se sentía mal y que prefería irse a recostar al hotel, que estaba a unas cinco cuadras. Cuando terminé mi show me fui a ver cómo se sentía… y lo encontré muerto. Imaginate qué cuadro. Encontrar en su cama a alguien que se murió es fuerte de por sí. ¡Y que el muerto fuera Yupanqui!".
–Fuerte.
–Pero Rubén siguió: "Me acuerdo que me agarró tanta desesperación que solo atiné a agarrar el teléfono para contarle a alguien y el único número de Buenos Aires que me acordaba de memoria era el de Víctor Hugo Morales. Así que lo llamé. Allá era, ponele, la medianoche, así que acá eran a lo sumo las 7 de la tarde. Me atendió él: ‘Víctor, soy Rubén. Estoy en Nimes, en Francia. Se acaba de morir Atahualpa Yupanqui’. ‘¿Cómo? ¿Estás seguro?’ ‘Sí, claro. Te estoy hablando desde su pieza del hotel. Lo tengo acá adelante mío. Está muerto’. Eso fue el 23 de mayo del 92.
Impulsos para escribirles a los niños
Sobre la génesis de Cuentos para cantar, Pintos revela que todo surgió en pandemia "como una forma de acercar a las nuevas generaciones a lo que es la banda sonora de la vida de nosotros, sus mayores".
"Entonces escribí cuentos breves con chicos de todo el país como protagonistas, jugando con la fantasía de que hay una relación entre ciertas canciones conocidas por todos y sus propias historias", aseguró al tiempo que se apura en destacar que el libro tiene "ciertas cosas de realismo mágico".
"Como ese señor mayor que aparece en Pergamino con su valija de viajero hablando con chicos de hoy que están charlando en la plaza y cuenta que él nació ahí. ¿Es Yupanqui? La cuenta lógica no da, pero ¿importa? ¿Y ese señor que se cruza en Buenos Aires con unas nenas que están jugando a la poesía y les dice que la luna va rodando por Callao? ¿Es Horacio Ferrer? El niño rosarino del Remanso Valerio que sueña con jugar al lado de Messi, ¿existe?", releva.
Sólo queda averiguar cómo visualizó a los niños desangelados de 11 y 6, aquellos que se vieron de casualidad en un café. Pintos: "Todo el trabajo lo hice pensando en que las ilustraciones las hiciera Alejandro O’Kif. Fue algo así como cuando un músico escribe una canción y la imagina cantada por alguien que quiere y admira mucho".
"El asunto es que Ale entendió y aceptó hacer esa parte del trabajo y sumó que, por ejemplo, esos chicos, sean como se ven. A mí me fascina verlos. Imagino que a la gente también le gustará", cierra. Vos.