Opinión

Una pulseada estratégica

El país, en términos políticos, al menos, se asemeja a un teatro en el cual, al mismo tiempo, se desenvolviesen en tres escenarios diferentes entre sí, tres distintas obras. Por un lado, está en cartelera una comedia de enredos desastrosa, donde el grotesco se acompasa bien con la índole de los personajes subidos a la escena. Por el otro, hay un estrado que le ha sido reservado al presidente de la Nación con el propósito de que allí, frente a la ciudadanía que lo mira expectante, desarrolle sus monólogos, precisos algunos y desmesurados otros. Por último, también hay una tarima en donde el colectivo oficialista y las banderías opositoras cruzan aceros o forjan acuerdos sin solución de continuidad.
Fijemos nuestra atención en el primero. Bartolomé Abdala es uno de los ocho senadores que puebla el espacio de La Libertad Avanza en la cámara alta. Resulta además —aunque a muchos el dato les haya pasado desapercibido— ser el presidente provisional y, por lo tanto, la tercera autoridad en la línea de sucesión detrás de Javier Milei y de Victoria Villarruel. La lógica indicaría que funcionario de semejante importancia debería ser en extremo responsable, honesto y realista a la hora de determinar en qué momento hablar y en cuál callar. Pero no. El hombre proveniente de la provincia de San Luis ha resultado una verdadera calamidad. Como si fuera la cosa más normal del mundo, se permitió la semana pasada declarar, muy suelto de cuerpo, que de los veinte asesores rentados que tiene a su cargo, trece trabajan para cimentar su anhelo de convertirse dentro de tres años en el nuevo gobernador puntano. Si tuviera dos dedos de frente debería darse cuenta de que una declaración por el estilo no sólo lo comprometía personalmente, sino que dejaría mal parada a su bancada y al gobierno. Por lo visto, la inteligencia no es su fuerte.
Abdala es la figura más saliente de esa armada Brancaleone que defiende los colores libertarios en el Congreso. Salvo raras excepciones, hasta aquí lo que han acreditado los representantes de Milei en ambas cámaras es de una pobreza franciscana. Se echa de ver que, cuando se confeccionaron las listas partidarias, nadie le prestó la debida atención al tema. No fue, pues, ni el rigor intelectual ni tampoco la experiencia política lo que se tuvo en cuenta. Antes bien, primó el amiguismo, con el resultado que era de esperar: el conjunto que llegó a los estrados parlamentarios se ha convertido en el hazmerreír de todos. Cuando no se tiran de los pelos, se insultan y cuando no se insultan se traicionan. Abdala, Zago, Arrieta y tantos más si hubieran planeado hacer un papel menos decoroso en su paso por el parlamento, no lo habrían logrado.
Pasemos ahora al segundo tablado. En este hay que sentarse a escuchar el soliloquio de un personaje atípico por el costado que se lo mire. Javier Milei ha roto todos los estereotipos con arreglo a una personalidad avasallante, por momentos ajena al equilibrio, que se considera un elegido cuya misión es devolver a la Argentina su perecida grandeza. En este orden de cosas ha establecido, desde que se lanzó a las procelosas aguas de la política, una relación única con la gente. Su fuerte son las redes y los discursos públicos en donde no se guarda nada. Habla de una manera no muy distinta a la de un tribunero. Su estilo bascula entre el del economista profesional —que pocos entienden— y el de un barrabrava verbal que carga lanza en ristre contra diputados, senadores, periodistas, cantantes y presidentes, sin importarle lo políticamente correcto.
Más allá de las críticas que a diario cosecha precisamente por el carácter desfogado de sus parrafadas, lo cierto es que ello le ha permitido adueñarse del centro del ring desde que comenzó su campaña en pos de Balcarce 50 sin perder el dominio de ese espacio en los ocho meses que lleva su gestión en la Casa Rosada. Imaginar que vaya a cambiar de estilo es no entender que, al margen de lo que pueda haber de estrategia o de plan táctico, su derrotero no es el de un actor que representa al personaje que le ha tocado en suerte por un par de horas para después volver a la normalidad. Tanto el que insulta, despotrica, grita e incluso, presa de su temperamento, roza el disparate, como el hombre que se ha puesto el país al hombro para intentar darlo vuelta como una media, es Milei en estado puro. De momento, su monólogo acredita una aprobación de la gente que orilla 50 %. Algo inédito en atención a que es el autor del mayor ajuste que se registre en los últimos noventa años de nuestra historia .
Por fin, están los actos del gobierno y la relación entre el oficialismo, sus aliados y sus opugnadores. Durante esta semana habrán de librarse cuatro batallas de índole diferente en el Congreso de la Nación. Tres de ellas —que se dirimirán en la cámara alta— de trascendencia menor si se las compara con la cuarta, que tendrá lugar en la cámara baja. En aquélla, los senadores tratarán el proyecto de boleta única, el financiamiento universitario y el DNU de los fondos para la SIDE. Aun en el caso de que el oficialismo saliese perdidoso en su intento de cambiar la manera de votar, el revés no sería de consideración. En lo que hace a las altas casas de estudio, todo parece indicar que las fuerzas opositoras lograrán su cometido. Claro que, si ese fuese el resultado, les servirá de poco. El presidente ha anticipado que vetaría esa ley, porque pondría en entredicho el superávit. Respecto a los $ 100.000 MM asignados a la central de inteligencia, el triunfo de los opositores seria de poca monta. Después de todo, hay tantas maneras de financiar a los espías en un país como el nuestro…
En cambio, lo que suceda en la Cámara de Diputados, en la sesón especial convocada para mañana, reviste otra importancia. El bloque kirchnerista, la mayoría del radicalismo, la Coalición Cívica, la totalidad de Encuentro Federal, el Frente de Izquierda y el Partido Obrero tienen por objetivo salvar la ley que propone una mejora de los haberes jubilatoria e incluye una nueva fórmula de movilidad, sin especificar de dónde saldrán las partidas para financiar tamaño aumento. Por su lado, los libertarios y el Pro han cerrado filas y buscan sumar los 87 votos que les hacen falta a los efectos de mantener la vigencia del veto.
En estos momentos, la atención está puesta en los tres tucumanos miembros del bloque Independencia que responden a Osvaldo Jaldo, uno de los gobernadores peronistas aliados al gobierno; en los nueve integrantes de Innovación Federal que actúan en consonancia con los gobernadores de Río Negro, Neuquén, Misiones y Salta y —cuando menos— en siete referentes de la Unión Cívica Radical dispuestos a poner distancias del grueso de sus colegas de partido y cerrar filas junto al oficialismo. El gobierno parece haber logrado su cometido, apuntándose un triunfo de campanillas. Si se sale con la suya, habrá demostrado capacidad negociadora y dejado al descubierto el resquebrajamiento de las agrupaciones que lo enfrentan. Eso, por un lado. Por el otro, supondría un espaldarazo fundamental para el presidente, que no estuvo dispuesto a ceder un tranco de pollo en términos de la utilización del veto y que logró —en un tema tan sensible como el de las jubilaciones— imponer su criterio contra viento y marea. Si inversamente, perdiese la pulseada —algo poco probable— judicializaría la cuestión, generándose un singular conflicto de poderes.

Autor: 288042|
enfoques Opinón Vicente Massot

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web