"Welcome to the Masters" es la frase que más recuerda cualquier persona que alguna vez haya ingresado a Augusta National, porque así se recibe a los visitantes en los molinetes. Para los argentinos, en cambio, hay otra frase tan inmortal como dolorosa. "¡Que estúpido soy!". En el hoyo 17 de la última ronda del campeonato de 1968, Roberto de Vicenzo logró un birdie con el que igualaba la tarjeta de Bob Goalby y forzaba el desempate. Sin embargo, su colega Tommy Aaron le anotó, por error, un par. El argentino la firmó sin chequear y Goalby se quedó con el título. "El error es solo mío. Los reglamentos están para respetarse", dijo Roberto, que esa tarde se recibió de caballero del deporte.
Poder entrar a Augusta National Golf Club, atravesar las puertas de acceso y caminar sus desniveles, disfrutar las flores, visitar el campo de par 3, elegir recuerdos en sus enormes pro-shops, probar sus emblemáticos sándwiches, seguir a los jugadores, descansar en las tribunas del "Amen Corner", ver la sinfonía de las cortadoras de césped al caer el sol, o cruzarse a viejos campeones con sus sacos verdes, es el sueño de los amantes del golf. Pura magia, que en los primeros días de abril transforma al pequeño pueblo de Georgia, en un valle cercano a la frontera con Carolina del Sur, en el epicentro del deporte mundial.
Un poema dibujado en los árboles. Así es el sitio donde cada año se repite el milagro del único de los cuatro Majors que se disputa siempre en el mismo campo. Como en ciertos cuentos de hadas, quien tiene la suerte de tener una entrada da un salto en el tiempo y se convierte en parte de una postal atemporal. Aquí los espectadores se llaman Patronos y tienen derecho a asistir a uno de los espectáculos más grandes del mundo, pero no pueden correr, ni usar sus teléfonos celulares, y menos hacer ruido.
El club se abrió en diciembre de 1932, en plena Gran Depresión, fundado por el millonario Clifford Roberts y el legendario Bobby Jones. Éste, enorme golfista, se retiró de las competencias a los 28 años, sólo un mes después de haber ganado el Grand Slam y estando en la cúspide de su carrera. Cuando cumplió 46 años, le diagnosticaron una rara enfermedad del sistema nervioso central. Sufría de fuertes dolores en la espalda y el cuello, y tenía crecimientos óseos en tres vértebras cervicales. Murió el 18 de diciembre de 1971 a la edad de 69 años. Roberts era un banquero de inversiones que pudo recuperarse del azote del crash bursátil del '29. Fue quién compró el terreno para hacer posible el sueño de Jones. Murió en 1977 a los 83 años. Enfermo, se fue al club para agotar sus últimos días en el lugar que él consideró su hogar. Se suicidó cerca del hoyo 10.
El lugar escogido para construir el Augusta National era llamada Fruitlands Nurseries, un terreno de 148 hectáreas cuya arboleda había permanecido intacta a lo largo de los años, al tiempo que conservaba una hermosísima avenida de magnolias que lleva al edificio colonial que hoy forma la parte central del complejo que constituye la casa club. La finca empezó siendo una plantación de magnolias, hasta que en 1857 lo compró el barón belga Louis Mathieu Edouard Berckmans. Junto a su hijo se dedicaron a importar árboles y plantas de varios países.
El campo empezó a construirse en 1931 y se abrió en diciembre de 1932. El objetivo inicial era tener 1.800 socios, cada uno de los cuales pagaría por ello 5.000 dólares más una cuota anual de 60 dólares. El diseñador del Augusta National fue Alister Mackenzie, un escocés que dejó la medicina para dedicarse al golf. Consiguió diseñar un campo con grandes parecidos al de los clubes escoceses, a un costo de 101.000 dólares. Cada hoyo puede jugarse de diferentes maneras, con lo que cada golfista elige su camino en función de su habilidad. Pero lo que distingue al campo es el paisaje con gran variedad de pinos, muchos de los cuales tienen más de 150 años de vida. Las azaleas son una constante en el recorrido, con más de 30 variedades. La casa club se sitúa en alto, y en el extremo del campo está el famoso Amen Córner, compuesto por los hoyos 11, 12 y 13. El Masters nació en 1934 y en 1938 se adoptó de manera oficial el nombre que tiene hoy.
La prenda que distingue a los campeones tiene su origen en 1937, año en que los socios del Augusta National empezaron a usar la chaqueta verde de modo que pudieran ser identificados fácilmente. En 1949 se instauró la tradición de entregar una de ellas al ganador del Masters, que resultó ser ese año Sam Snead. La prenda, cuyo color se denomina "Masters Green", lleva como adorno en el bolsillo superior izquierdo el logotipo del Augusta National Golf Club, que también aparece grabado en los botones de bronce. Tradicionalmente, el ganador del año anterior es quien se la coloca al nuevo campeón, que se la lleva, pero debe devolverla cuando regresa para participar en el torneo. Ésta se guarda y sólo puede ser usada por su dueño al ingresar al club.
Augusta National fue históricamente un club elitista que con el paso de los años se aferró a sus estrictas tradiciones, al punto que su historia está colmada de capítulos marcados por el racismo, el machismo y las polémicas. Y aunque con el paso de los años fue derribando algunas barreras, hasta el día de hoy sigue siendo una de las instituciones deportivas más conservadoras y tradicionalistas de Estados Unidos. Lo que pasa dentro de Augusta solo lo saben sus socios, unos 300, según se estima, porque la lista de miembros, al igual que los ingresos económicos, el valor de las cuotas y demás detalles que hacen al funcionamiento de la institución, no es pública. Sumarse a ese reducido grupo no es sencillo. No cualquiera puede hacerlo, no importa cuánto dinero tenga en su cuenta bancaria ni cuán conocido sea. El club se rige por un lema: "No se pide entrar en el Augusta. El Augusta invita a quien quiere y cuando quiere". Y para ser considerado, se debe ser nominado por algún miembro.
Recién en 1975 se permitió a un golfista de raza negra disputar el torneo. Fue Lee Elder. Cuando Tiger Woods ganó en 1997, afirmó: "Me saco el sombrero ante él, porque hizo posible que yo estuviera aquí". Pero la institución esperó hasta 1991 para admitir un socio afroamericano: Ron Townsend. Mucho más se hizo esperar la incorporación de mujeres, una barrera que se rompió en 2012, bajo la presidencia de Billy Payne, cuando se sumaron las dos primeras socias: Condoleezza Rice, exsecretaria de Estado de Estados Unidos, y Darla Moore, vicepresidenta de una compañía de inversiones y también la primera mujer en aparecer en la tapa de la revista Fortune. Otro momento histórico ocurrió en 2019, con la celebración del primer Augusta Women's Amateur, el Masters femenino aficionado que habilitó por primera vez a un selecto grupo para jugar en el campo del club. Fue por sólo una vuelta, para mantener el césped impecable para la disputa del Masters. El certamen sigue celebrándose con ese mismo formato, aunque muchos esperan que eventualmente se transforme en un torneo profesional, como sí tienen los otros tres Majors del calendario.
El Masters 2023 fue el primer gran torneo que reunió a los jugadores del PGA Tour y de la LIV Golf League, la liga árabe que se "robó" a varias de las principales estrellas del circuito profesional estadounidense, tras seducirlas con premios récords de 25 millones de dólares. Augusta entrega mucho menos dinero. Son 18 millones de dólares en total, de los cuales el ganador consigue una exención de por vida para el torneo, el resto de premios aparejados por ganar un major, y un cheque de apenas 3.240.000 dólares. Lejos de lo que brinda Arabia. Sin embargo, la gloria de salir en los medios de prensa vistiendo la chaqueta verde, como asegura una vieja publicidad, simplemente no tiene precio.