Si bien la fabricación de joyas se remonta a tiempos prehistóricos, fue en la Edad Media cuando esta actividad adquirió más fuerza. De aquellos tiempos, se acuñó la palabra "orfebre", un término que proviene del francés orfèvre (aurifaber "artífice"), que, a su vez, deriva del latín auri "oro" y faber "arquitecto".
Los orfebres eran aquellos artistas cuyas creaciones estaban realizadas con metales preciosos, como oro y plata, o sus aleaciones. Y, para no ser acusados de alquimistas creadores de piezas falsas, empezaron a montar talleres con grandes ventanales a la calle, así la gente podía ver lo que hacían.
"Los grandes artistas de la historia, como los pintores, siempre trabajaron en joyería", cuenta Silvana Chiavetti. En el Renacimiento, los talleres de orfebrería eran el paso previo y obligado para dedicarse a otras artes, como la pintura y la escultura.
Para llegar a nombres como Boucheron, Tiffany, Fabergé, Lalique, Winston o Cartier (los pesos pesados del mundo de la joyería que surgieron a caballo de los siglos XIX y XX) pasaron siglos e hitos, como el descubrimiento de América (que supuso el ingreso de muchos metales a Europa), las Revoluciones industriales y grandes cambios sociales y económicos.
Históricamente, tanto la joyería como la relojería han sido actividades mayoritariamente masculinas. Y, además, un oficio que se transmitía de generación en generación. Sin embargo, desde mediados del siglo XX a la fecha, el sector ha registrado una gran apertura: algunos joyeros siguen trabajando en solitario; otros, ya se han plegado al formato actual de trabajo en equipo en talleres industriales, en donde cada joyero realiza un trabajo diferente (unos diseñan, otros fabrican, otros sueldan y otros engarzan).
Y, si bien a partir del siglo XX se han sumado nuevas tecnologías y materiales sintéticos (como el acrílico o el caucho vulcanizado) a los metales y piedras preciosas y semipreciosas, los joyeros siguen haciendo lo mismo que hacían antes y después de Cellini: crear casi de la nada (de un metal plano), una pieza que parece muda, pero que habla de todo. Habla de arte, belleza y perfección; de un dios y de poder; de amor, valor y protección; pero también de una sociedad, de deseos, de identidad.
¿Cuáles son las joyas más icónicas de la historia?
El icónico diamante Koh-i-Noor es sólo una de las famosas joyas que han sido noticia recientemente, debido a la próxima coronación del rey Carlos de Reino Unido.
El mes pasado, la estrella de la telerrealidad Kim Kardashian ocupó los titulares al comprar, por la considerable suma de USD 198.233, un llamativo colgante con forma de crucifijo que lució la fallecida princesa Diana de Gales.
Se asegura que Kardashian, quien también adquirió en 2017 el reloj Cartier Tank de la igualmente desaparecida exprimera dama de Estados Unidos Jackie Kennedy, está creando una colección de joyas que celebra a las mujeres que la han inspirado.
"Un pasado ilustre puede añadir un enorme valor a una joya, más aún si ese dueño anterior era extremadamente glamuroso y había construido una colección de joyas, como la princesa Margarita o Elizabeth Taylor", explicó a la BBC Helen Molesworth, conservadora de joyas en el Museo Victoria y Alberto de Londres.
Por supuesto, una alhaja es valiosa sobre todo por su calidad y belleza estética, señaló la experta, quien añadió que "el joyero que la creó puede agregarle caché si es un diseñador conocido". No obstante, lo más frecuente es que sea la procedencia de una pieza lo que la defina como verdaderamente excepcional.
A lo largo del tiempo, varias piedras preciosas y diseños de joyas excepcionales han protagonizado historias que las han convertido en objetos icónicos o directamente infames. Desde emblemas de amor devoto a símbolos de conquista colonial, pasando por diamantes "malditos" y opciones de estilo atrevidas. En este artículo se desvelan las historias que se esconden detrás de las 10 joyas más legendarias del mundo.
La cruz de Attallah
La llamativa cruz de Kim Kardashian, con sus amatistas talladas en forma cuadrada rodeadas por diamantes de 5,2 quilates, fue creada en la década de los años '20 del siglo pasado por la joyería londinense Garrard.
Esta joyería era una de las favoritas de la princesa Diana de Gales y a ella le encargó el diseño de su anillo de compromiso. Sin embargo, el colgante nunca perteneció a Diana, sino que se lo prestó en varias ocasiones su propietario y amigo íntimo, Naim Attallah, codirector general de Asprey & Garrard en la época, quien, según su hijo, sólo permitió que la princesa lo portara.
Molesworth considera que Kardashian es una propietaria adecuada para la pieza. "Es una mujer hecha a sí misma, que compra para sí misma: una gran señal de la igualdad de clase y de género en el mundo del coleccionismo comercial", dijo.
Atrevido y brillante, el crucifijo representó el cambio de estilo cada vez más empoderado de Diana durante la década de los '80.
"En cierta medida, este inusual colgante simboliza la creciente seguridad de la princesa en sus elecciones de sastrería y joyería, en ese momento concreto de su vida", declaró Kristian Spofforth, jefe de joyería de Sotheby's en Londres, antes de que la pieza fuera vendida.
Diana lució la cruz gigante en un baile benéfico en octubre de 1987, combinándolo con un collar de perlas y un espectacular vestido de estilo isabelino en un color púrpura.
El diamante negro Orlov
Los diamantes negros cristalinos son extraordinarios en sí mismos, por lo que el diamante negro Orlov, una piedra en forma de cojín de 67,49 quilates con una tonalidad metálica y una leyenda escalofriante, es quizá el más raro de su clase.
Según la historia, el diamante en bruto de 195 quilates, fue robado en el siglo XIX a un ídolo del dios hindú Brahma de su santuario en India.
Se dice que la gema, maldita desde entonces, causó la muerte del ladrón y el suicidio de tres de sus propietarios: una princesa rusa llamada Nadia Vygin-Orlov, uno de sus familiares y JW Paris, el comerciante de diamantes que la importó a Estados Unidos.
Sin embargo, estudios recientes han puesto en duda esta historia, ya que los expertos consideran improbable que el diamante procediera de India y dudan de la existencia de Nadia Vygin-Orlov.
Lo que sí se sabe es que el diamante fue tallado de nuevo para crear tres gemas individuales con la esperanza de romper la maldición, y que los posteriores poseedores del Orlov Negro -ahora montado como colgante con una corona de laurel rodeada de diamantes- parecen haber salido indemnes.