Ante un nuevo aniversario de la Gendarmería Nacional vuelvo a compartir, con algún agregado, estos renglones que escribí hace ya varios años, narrando que como indagando en la propia identidad he reflexionado mucho tiempo sobre el significado de “ser gendarme”.
El origen de esas reflexiones lo encuentro en la tendencia natural a emular los pasos paternos. Nací en 1965 y mi padre sirvió en la Gendarmería Nacional desde su ingreso en 1947 hasta su retiro como Suboficial Principal en 1972, conservando en condición de agente de Inteligencia el vínculo activo con la institución hasta su muerte en 1985.
Al terminar mis estudios secundarios cambié de planes optando por estudiar abogacía; sin embargo cierto margen de duda estaba ahí como una cuenta pendiente. En 1988 ingresé a la Escuela de Oficiales de Gendarmería Nacional y a los pocos días de incorporado pedí la baja en estos términos: “meditadamente observo que las vivencias y perspectivas de la vida civil son más intensas en mí que sus pares en la vida del gendarme”.
El despejar toda duda sobre mi vocación civil no disminuyó el afecto y aprecio por la Gendarmería. Al contrario, hizo que valorase aún más el significado de ser gendarme.
Y es que para ser gendarme se requieren tres condiciones sine qua non. La primera es sentir un profundo amor por la Patria. No se puede ser gendarme sin partir del sentimiento patriótico. La segunda condición, entrelazada con la primera, es tener una gran vocación de servicio en el sentido de estar dispuesto a brindarse a los demás. Esto queda muy claro cuando, desde la observación civil, se afirma que “el gendarme es un tipo gaucho”.
Pero estos dos requisitos necesarios, amor a la Patria y vocación de servicio, no son suficientes porque no alcanzan por sí a definir la particular vocación del gendarme. Muchos argentinos, afortunadamente, sintiendo un profundo amor a la Patria y una gran vocación de servicio se realizan en otras actividades conservando intactas esas dos condiciones.
Entonces, para ser gendarme hay una tercera condición necesaria y definitoria: la particular convicción de poder realizarse sirviendo a la Patria como gendarme.
A diferencia de las dos primeras condiciones, simples y puras, esta tercera condición resulta mucho más compleja. La convicción de ser gendarme es producto de una suma de factores múltiples y variables que, al igual que ocurre con las huellas digitales, nunca es exactamente igual en dos sujetos por muy parecidos que sean. Así, en ese ADN del gendarme se combinan elementos que, con mayor o menor intensidad, confluyen en una misma identidad, como ser: aprecio por la naturaleza, conservación del honor, una particular atracción por el terreno difícil, valoración del estado físico, gusto por las armas, apego a la disciplina militar, sentido del orden y consideración de la función policial, etc.
Con esas tres condiciones, amor a la Patria, vocación de servicio y convicción de ser gendarme, recién se empieza a ser gendarme, pero sólo se concreta viviendo en la tradición de los gendarmes. Sin duda algo similar a otras muchas identidades institucionales, pero con características distintivas que, acaso (hermosa palabra la palabra “acaso”) la hacen única.
A lo largo de su historia Gendarmería Nacional ha forjado una tradición de honor y servicio, jalonada día a día por innumerables actos cotidianos de abnegación y mérito en las extensas fronteras de la República Argentina, como en cada lugar al que el deber la llama para desempeñarse con energía y corrección.
Fuerza de seguridad y primera línea de defensa, los gendarmes velan por la soberanía nacional. En ese rol de centinelas enfrentaron en Lago del Desierto (06NOV1965) a los carabineros chilenos abatiendo al Teniente Hernán Merino, sin odio alguno y reconociendo en él a un valiente con convicciones muy similares a las propias.
Y es que los gendarmes también han sabido ofrendar generosamente su sangre en cumplimiento del deber; lo han hecho, lo hacen y lo harán siempre que la Patria lo necesite.
Recuerdo con gratitud a los gendarmes muertos y heridos durante el Operativo Independencia, en defensa del estilo de vida y la integridad territorial de los argentinos, cuando en 1975 Tucumán fue uno de esos Vietnam soñados por el delirio totalitario para aniquilar libertades y establecer una dictadura eterna; a imagen y semejanza de la que sigue oprimiendo a Cuba.
Con el mismo espíritu marcharon en 1982 a la Guerra de Malvinas los integrantes del Escuadrón Alacrán, tributando a la Patria otro generoso y noble sacrificio en defensa de la dignidad nacional.
Si morir por la Patria es vivir por siempre, en la tradición de honor de los gendarmes han de perdurar nombres como los de Guillermo Nassif y Ramón Gurmersindo Acosta, autor este último de una carta para su hijo que ningún argentino puede leer sin conmoverse hondamente. En unas pocas líneas, Acosta revela que sobre el amor a la Patria y la vocación de servicio, la convicción hace que “ser gendarme” adquiera una dimensión trascendente, algo que va mucho más allá de lo “profesional” entendido como un mero trabajo o función: “ser gendarme” es, al fin de cuentas, una de esas vivencias de valores y camaradería que por su trascendencia hacen de la muerte apenas una circunstancia, casi una insignificancia.
Siendo como soy, 100% civil, he tenido el gusto y el privilegio de compartir cursos y servir profesionalmente, en distintas ocasiones, junto a integrantes de la Gendarmería Nacional.
De todas esas situaciones en camaradería con gendarmes la que más disfruté fue haber tenido el honor de acompañar, en 2016, al equipo del Escuadrón Alacrán que participó de la Competencia Fuerzas Comando que se disputó en Perú.
Feliz día entonces para todos aquellos que sirven a la Patria desde la querida Gendarmería Nacional. autor: Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha. -J. Santiago Tamagnone (h)-