Opinión

Rumbo de colisión

El debate de los candidatos pasó sin pena ni gloria. Si hubiese que definirlo en pocas palabras, sería del caso volver sobre aquella sentencia del inefable Vicente Leonidas Saadi cuando le tocó debatir, televisivamente, con el canciller alfonsinista, Dante Caputo: "Pura cháchara". Por momentos, los candidatos lucían mal y el nivel de la discusión equivalía -si se entiende la comparación- al de las divisas atesoradas en el Banco Central. Nada que sorprendiese en atención al formato acartonado del evento.
En vano, pues, alguien intentara hallar las claves del voto de la ciudadanía en ese intrascendente intercambio de opiniones. Salvo que Javier Milei cometa un error no forzado -algo que ha evitado, cuidadosamente, a lo largo de esta extensa campana electoral- o que se cruce en su camino uno de esos imponderables que llamamos, con mayor o menor rigor analítico, cisnes negros, ninguno de sus dos contrincantes está en condiciones de ganarle la pulseada del domingo 22.
A esta altura, las cartas en términos de quién se alzará como triunfador están echadas. En todo caso los interrogantes que se recortan en el horizonte son otros. Por una parte, si el libertario podrá alcanzar los 40 puntos y sacarle diez de diferencia a su inmediato competidor, para de esa manera evitar la segunda vuelta y, por otra, quien será su escolta.
Bien mirados, los comicios que se substanciarán dentro de doce días admiten ser entendidos como si, en realidad, se solaparan dos desafíos diferentes al mismo tiempo: de un lado el de Milei, cuya aspiración de máxima es obviar el ballotage; del otro, el de Patricia Bullrich y Sergio Massa, que descuentan el triunfo del líder de La Libertad Avanza y saben que su lucha se halla concentrada en evitar el tercer puesto. Milei, como cualquier golfista en un medal play, juega solo contra la cancha, olvidando a sus adversarios, a quienes ya superó. En cambio, éstos deben entablar una dura disputa excluyente, el uno contra el otro.
A las declaraciones de esos cinco políticos que aspiran a sentarse en el sillón de Rivadavia, pocas horas después de pronunciadas se las había llevado el viento. Nadie medianamente serio les había prestado demasiada atención. Inversamente a lo que sucedió con el comentario que hizo Milei durante la mañana del lunes. Dijo algo lógico, que todo el mundo sabe de memoria: el peso "no sirve ni para abono".
¿Descubrió la pólvora? Ciertamente no. Es una verdad de Perogrullo que ninguno de los economistas de la City se anima a sostener en voz alta, aduciendo que genera incertidumbre y puede provocar una hiperinflación. En rigor, los que salieron a criticarlo -Miguel Kiguel, Eduardo Levy Yeyati, Federico Moll y Marina Dal Poggetto, entre otros- nada tienen de improvisados. Son tan sólidos en su metier y serios, como bienpensantes y políticamente correctos. Todos ellos habían firmado, semanas atrás, una solicitada en contra de las ideas del libertario. Cosa que se habían cuidado de hacer respecto de Néstor y Cristina Kirchner antes de que fuesen presidentes.
Quien hizo estallar en nuestro país la moneda -además del sistema de previsión, el laboral y el federal- no fue Javier Milei. Massa y los seguidores de Juntos por el Cambio podrán levantar en su contra la acusación de irresponsable. Cosa curiosa, porque quienes gobernaron en los últimos ocho años fueron precisamente ellos. Y los resultados están a la vista.
La Argentina se encuentra inmersa en una de las peores crisis de su historia. Lo dicho no es ni exagerado ni fruto de un capricho catastrofista. El peso no vale nada y es mejor que las cosas se sinceren antes y no después del inevitable cambio de gobierno. El kirchnerismo intenta dejarle una bomba de tiempo cebada a su sucesor con el propósito de que le estalle después del 10 de diciembre.
Lo sabe cualquiera de los contendientes de Sergio Massa, cuyo "Plan Platita" es la culminación del artefacto de relojería que ha preparado. Por lo tanto, o Milei y la Bullrich se callaban la boca o, por el contrario, destapaban la olla. Así de sencillo. En Juntos por el Cambio no se animaron a tanto. Más allá de los discursos de su candidata, en los hechos son tímidos por naturaleza. Al jefe de La Libertad Avanza, en cambio, le pareció un momento oportuno para ratificar un hecho indiscutible.
Tener un depósito en pesos, cuando es vox populi que habrá una nueva devaluación y la divisa norteamericana no hace más que subir su cotización, es una tontería o un suicidio. La corrida no la inició el ganador de las PASO sino la política económica de Massa.
En su torpeza infinita el Banco Central hizo conocer -luego de haber escuchado las opiniones del libertario- un comunicado que obró el efecto que precisamente deseaban evitar en el gobierno: echar más leña al fuego. A quién podría ocurrírsele la irresponsabilidad de pontificar que la "Argentina mantiene un sistema financiero líquido y solvente", justamente ahora. Reza el refrán de cuño español que "los hombre se jactan de lo que carecen".
De la misma manera, una institución bancaria en serios problemas lo peor que puede hacer es salir al mercado a predicar su liquidez y solvencia. La mejor estrategia en casos semejantes es callarse la boca. Sin embargo, o Miguel Pesce no le consultó la medida que pensaba tomar a Sergio Massa -lo cual es posible, en virtud de que su relación es insostenible- o bien lo consultó y demostraron, uno y otro, que no dan pie con bola.
Con el dólar volando, el intento de tapar el cielo con un harnero -inspecciones de policía a las cuevas de la City porteña y confesiones de solidez económica del BCRA- no sólo es un ejercicio estéril sino que es la manera perfecta de conspirar contra sí mismo. El jueves se conocerá la inflación de septiembre -que orillará 13%- y el 22 votaremos con un dólar por las nubes.
Difícil imaginar cómo se podrá llegar a diciembre sin un cimbronazo financiero de novela.

Autor: 288042|
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