La cifra es más que sorprendente: los 36 crímenes al 31 de marzo implican un marcadísimo descenso de los homicidios en el Departamento Rosario en comparación con los 79 registrados en los primeros tres meses de 2023. Un número aún más bajo que los 39 de 2019, que con 160 hechos fue el año con menor cantidad de asesinatos de la última década. El dato llama la atención pero no precisamente por la abrupta disminución de la variable interanual de la violencia letal sino porque no se condice con el clima que se respira en una ciudad vapuleada por hechos violentos que a veces ni siquiera llegan a concretarse. Una ciudad cuya crisis de seguridad ya endémica parece haber transitado todos los estados hasta fundirse con el absurdo.
Si se comparan las variables que los números pueden orientar al esbozar un análisis de los homicidios en una de las zonas más violentas de la Argentina podría parecer que de un momento para otro la ciudad cambió diametralmente. En barrios como Ludueña, de los más castigados desde la pandemia hasta ahora, se ha registrado apenas un caso en los primeros tres meses de este año en el que la proporción de crímenes a punta de pistola aparece más baja que la de asesinatos perpetrados a golpes o con armas blancas.
A simple vista se nota que aquella mayoría abrumadora de hechos instigados y planificados en el marco de economías delictivas -los polirrubros que se retroalimentan con el narcomenudeo- no se verifica como en los últimos años. Si fuera por los dos primeros meses de 2024 alguien podría haberse ilusionado con un inexplicable regreso a la escena anterior a la de los enfrentamientos entre bandas que regaron de sangre la ciudad, cuando los crímenes obedecían a venganzas por problemas personales o asaltos con derivaciones trágicas.
Pero en marzo volvieron a cruzarse los límites y hubo una semana en la que, con cuatro asesinatos a trabajadores de servicios públicos, aparecieron en la escena homicidios de móviles inciertos enmarcados en una oscura disputa política que más allá de las hipótesis oficiales sobre “narcoterrorismo” todavía aparecen como un gran conjunto de interrogantes aún sin respuesta. ¿Qué lectura puede hacerse entonces de una cifra tan novedosa como la rotunda baja de homicidios en Rosario?
Datos puros
En principio, y con tantas preguntas de fondo por ahora sin respuesta, tal vez sea un aporte desgranar algunos datos decantados de los 36 crímenes del primer trimestre de este año. Datos surgidos de la información que maneja este Diario, porque la profundización que se había hecho costumbre con los informes mensuales del Observatorio de Seguridad Pública (OSP) dejó de estar a un clic de distancia ya que la repartición provincial no los publica desde octubre pasado.
De los 36 homicidios perpetrados al 31 de marzo, 17 ocurrieron en enero, 8 en febrero y 11 el mes pasado. Entre las víctimas hubo 29 hombres y siete mujeres, cinco de ellas asesinadas durante el primer mes del año en diversas circunstancias. Una fue ultimada por su novio, ya imputado de femicidio. Otra fue violentamente golpeada antes de recibir un par de balazos durante un ataque sufrido en su casa en el que también mataron a su pareja. Una mujer fue apuñalada en la calle por el ex de su madre en un conflicto de raíz familiar, al igual que otra que fue asesinada por su hijo, que los apuñaló a ella y a su concubino. Una chica fue baleada por un hombre que le disparó desde una bicicleta en una aparente trama narco. También se mencionó un posible escenario similar en el caso de la chica que apareció muerta a golpes en una bolsa de arpillera. Otra mujer murió quemada en la cárcel.
Si de golpes se trata, son llamativos los siete hechos en los que se mataron a personas sin emplear armas de fuego o ni cuchillos. Por ejemplo los dos cuidacoches que murieron tras agonizar un tiempo a raíz de lesiones sufridas en peleas, un joven que murió tras una tremenda paliza en Nuevo Alberdi -su familia denuncia que lo lincharon- y otro hombre que apareció muerto a golpes a unos metros de la escena de un robo en zona sur. También se habló sobre los antecedentes por robo de un adolescente hallado asesinado en un complejo de viviendas.
Hay otros datos que, habida cuenta de la reducción en la cantidad de crímenes, adquieren otra relevancia. De las 36 víctimas cuatro eran taxistas y dos pasajeros. Uno de los choferes fue asesinado cuando dejaba a un cliente -también asesinado- que lo había tomado en San Lorenzo. Otro fue acribillado frente a su familia cuando lavaba su taxi en la puerta de su casa que al parecer había sido baleada por gente que la quería usurpar. Y otros dos, ultimados con la misma pistola, fueron parte de la saga de trabajadores asesinados entre el 5 y el 10 de marzo en hechos que el Gobierno le atribuye a una suerte de entelequia de presos de alto perfil que reclamaría a sangre y fuego contra nuevas restricciones en materia penitenciaria.
No deja de ser llamativo, en los primeros tres meses del año, que el porcentaje de homicidios cometidos con armas de fuego que en los últimos diez años orillaba el 85% ahora apenas supera el 60% con 22 hechos. Eso puede dar a entender que subió la proporción de crímenes que podrían haber quedado en una discusión o pelea sin muertos. O que las ganas de matar van más allá de los recursos o fierros disponibles. Fotos de una sociedad que se rompe mientras el poder político predica la violencia en redes y ofrece a la tribuna chupetines de punitivismo.
Ilegible
Mientras los números que siempre -más allá de variantes territoriales o cambios de nombres- solían decir lo mismo cambian rotundamente la zozobra en la que se encuentra Rosario en materia de seguridad pública impide leer claramente lo que está pasando. Ya desde enero de este año se podía ver que una sensible baja en la cantidad de homicidios no lograba cortar con la crueldad creciente con la que operaba la delincuencia organizada en una espiral de violencia que mancha a propios y extraños.
Y por si faltaba algo a la pesadilla de salir a caminar y terminar muerto como mero envase de un mensaje tumbero destinado al Poder Judicial, ahora existe la posibilidad de ir a laburar y no volver porque un grupo de presos quiere recuperar sus puestos de trabajo carcelario que en los últimos años dieron de comer tanto a sus familias como a cientos de beneficiarios indirectos de tamaño negocio ilegal. Versión que tampoco se puede admitir sin dudar ya que Rosario cuenta, también, con un amplio historial de pistas plantadas para desviar investigaciones.
Y es que el camino entre el dato duro y la realidad está lleno de dudas que siembran y recogen personajes que no siempre son descubiertos. Dudas que sólo habilitan preguntas que quién sabe si tendrán respuestas. ¿Cómo se lee la baja indiscutible de los homicidios en Rosario? ¿El Gobierno cortó con el crimen gerenciado desde las cárceles y por eso la narcocriminalidad cambió de rubro? ¿Será que las bandas que durante diez años se mataron a tiros y reventaron sus vecindarios ahora se unieron en plan terrorista para reclamar por sus derechos penitenciarios? ¿Habrá llegado también la crisis económica a la industria del sicariato?
Fuente: La Capital