Milagros tem fim. Como las esperanzas y ese sueño que se había empezado a triturar con el 0-3 en Belo Horizonte. Un anhelo de jugar la final de la Libertadores en el Monumental -y allí ganarla- que, si se mantuvo latente, fue por la figura de su deté. Por la épica que alguna vez protagonizó. Otros tiempos. Otras realidades. Otros equipos. Otro River.
El modelo 2024 no está hecho para semejantes hazañas. Golpeado hasta el nocaut de Demichelis y reconstruido contrarreloj a partir de la esperanzadora vuelta de Marcelo Gallardo, sólo el realismo mágico del pasado le dio crédito temporal al anhelo de ganar la Libertadores en el presente. Pero, aunque le hayan rezado durante una semana, el Muñeco no es Dios. No podía, como dijo luego de su primer chico de CL ante Talleres, hacer magia. Y en efecto, tuvo razón.
El recuerdo de Gallardo vigorizó la fe. Casi como si se tratara de una figura de tintes carismáticos. Pero la realidad supera eventualmente a los milagros imaginados. En siete días, por lo pronto, el Muñeco logró que el grupo estuviera presente, con el foco en la necesidad. Pero los tres goles en contra fueron mucho más difíciles de equiparar para un River que está lejos de lo que quizás pueda dar a mediano plazo, ya con algunos retoques que urgen.
La magnitud de un recibimiento que se oyó a kilómetros de distancia energizó ahí cerquita. Puso la piel de gallina. Enchufó a un equipo que debía hacer tres goles y jugó como para meterlos, pero que no pudo festejar ni uno. De nuevo. Como MG lo había adelantado con altísimo grado de raciocinio días antes de jugarse todo por un ticket en la final.
Un déficit corporizado en el Monumental en el cabezazo de Borja a las manos de Everson, en el tiro que Solari elevó al cielo, en la arremetida de Colidio que no llegó a terminar en puntazo por un cierre oportuno, en el mano a mano que el arquero de Mineiro le birló a Echeverri, el otro remate del Diablito que el arquero/figura mandó al córner, y en los tantos otros intentos que quedaron amortiguados por una defensa diseñada para neutralizar lo estratégicamente esperable: centros repetidos o remates frontales.
Habla mucho de River el cómo terminó su partido más importante. Con dos joyas a las que el Muñeco se resistió a colgarles de los hombros la responsabilidad de la remontada entrando como superhéroes de cómic: un Mastantuono que no hizo pie, un Diablito enérgico y con valentía de gambeta. Con Bareiro relevando al otrora killer Borja, en la vuelta desconectado y lejos de su tan reciente mejor versión. Con el Pity Martínez siendo batuta del resurgimiento después de diez meses sin fútbol para relevar a un Meza que no le pudo dar su cuota revulsiva más allá de la entrega. Con Villagra, (ex) relegado, mordiendo como no lo había hecho Kranevitter. Un #5 que casi genera el autonocaut con un error que Franco Armani, en modo 2018, desactivó ante Deyverson.
La última configuración es una conclusión en sí misma. Habla de un equipo que hizo lo que pudo con lo que tiene para al menos lastimar. Que remató 35 veces pero sólo seis de esos tiros fueron al arco. Que pateó 20 inofensivos tiros de esquina. Y que ni así logró iniciar el camino hacia esa épica que imaginaron millones y que quedó en eso. En una ilusión trunca. Que dolerá todavía más dentro de un mes cuando el 30 de noviembre, en Núñez, se juegue la final entre Mineiro y -posiblemente- Botafogo. La ilusión quedó frenada en el penúltimo casillero. Fuente: Olé