Opinión

¿Qué pasará mañana?

Sonó un pitido desde el minúsculo aparato con apariencia electrónica; no alcanzó a verse el texto elemental que mostró la pantalla porque todo estalló, multiplicado en miles de dispositivos similares guardados en bolsillos, mochilas, cajones, guanteras. Y murieron personas en el estallido y se hirieron centenares en otros estallidos y nadie sabía qué estaba pasando. Una nueva cara de la guerra asomaba en escena con un olor indefinido, con humo, sonido y carne desgarrada. Un minúsculo cazabobo, nieto cibernético de aquéllos, había hecho su aparición en el mundo que volvió a encontrar en la guerra un motivo de producción e ingenio.
El beeper con el que empresas, hospitales y tantos más se comunicaban, hace tiempo que cayó en desuso, reemplazado por el celular; una simple intervención en su mecanismo lo convirtió en novedad de guerra. Y se sumó el vetusto handy, todo en inglés, para que sea más universal. Y también explotaron en nuestra propia cara. Los ejércitos necesitan ahorrar muertes propias y multiplicar muertes enemigas. Los tanques son ruidosos, los aviones previsibles. Ya no hay japoneses mirando el cielo por si aparece otro “Enola Gay” dejando caer su carga atómica sobre Hiroshima. Ya no hay un comienzo de los años 50 con la presentación de los primeros aviones a reacción sobre Corea. Nadie hubiera pensado entonces en un dron silencioso cayendo sobre el objetivo. ¿Será el final de la era atómica para dejar paso a otra más sutil?
La humanidad perfecciona el arte de la destrucción al mismo tiempo que los prodigios de la urbanización. Se vanagloría de haber disparado la Voyager 1 en 1977, hoy a unos 12.000 millones de kilómetros, lo mismo que de hacer explotar un pequeño aparato con una simple señal a distancia. Lo de la nave espacial Voyager fue increíble entonces; lo del beeper es creíble hoy. Es la misma raza humana con la curiosidad, inventiva y el odio intactos.
Nuestros mayores recordarán hoy su asombro de los años 50, cuando la pequeña radio “Spica” acompañaba con transmisiones a distancia, reemplazando a las radios de válvulas ligadas a un enchufe. Asistimos a una carrera espacial que depositó a nuestros semejantes en la luna, lo que nos sorprendió tanto como el hecho de que hayan hablado por teléfono con su presidente. Tecnología, audacia y comunicación, todo avanzando en bloque, hasta el milagro de internet; esta herramienta que nos conectó de tal forma a todos entre todos que nos convirtió en solitarios públicos.
Antes de remediar la gripe, el cáncer y el alzheimer, avanzamos con la inteligencia artificial, eso que mueve nuestra fantasía entre la diversión y el miedo. Tal vez no sabremos si estamos hablando con una persona o con su ausencia dibujada, pero sí conoceremos su aplicación en la medicina, la industria y el campo de batalla, ya no campo, ya no batalla, ya simple proyectil de silencio.
¿Quién se atreve a vaticinar qué pasará mañana? ¿Habrá días y soles y diarios y árboles y pájaros? ¿Las personas se abrazarán sintiendo la calidez de un cuerpo verdadero? Por ahora, tenemos la autoridad inapelable de un teléfono celular que nos dispone, nos ubica en el mundo y, como vemos, puede matarnos desde el anonimato.
No se asuste; simplemente asuma que el mañana está llegando cada día más rápidamente.

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