¿Por qué el germen del peronismo hay que buscarlo en la «interna» de la burguesía terrateniente de la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX?
1802. Pasaron 220 años desde que Manuel Belgrano, en la Memoria presentada al Consulado, argumentó como pocos a lo largo de la historia argentina porqué había que industrializarse. Dijo: "Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus Estados a manufacturarse, y todo su empeño es conseguir no sólo darles nueva forma, sino también extraer del extranjero productos para ejecutar los mismos y después venderlos" (Manuel Belgrano. Vida y pensamiento de un revolucionario - Felipe Pigna - Ed. Planeta, 2020).
En aquel entonces, quien a la postre sería uno de los tres principales líderes de la revolución independentista junto junto con José de San Martín y Martín Miguel de Güemes, sentenció: "La importación de mercancías que impiden el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas, lleva tras sí necesariamente la ruina de una Nación".
"(Para Belgrano era la única forma de evitar) los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital (Buenos Aires) por aquellos hombres que, desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa que la clase más útil al Estado, la clase productiva de la sociedad, viva en la miseria y desnudez que es consiguiente a estos procedimientos tan repugnantes a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes detestan" (El Historiador).
A veces cuesta comprender cómo un país que tuvo auténticos intelectuales y visionarios desde antes de su independencia, 220 años después siga dependiendo de la exportación de las materias primas del campo, el cual, como ayer, hoy y mañana, está en manos de unas 1.200 familias, empresas o sociedades offshore radicadas en paraísos fiscales.
Los de la propia clase
Pero pasemos de Belgrano a hombres que hacia mediados y finales de aquel siglo XIX, aún perteneciendo a la clase dominante argentina, advirtieron una y otra vez y con una claridad meridiana a la burguesía terrateniente que el único camino para un desarrollo federal, integral y sostenible era utilizar las pornográficas ganancias que daba el "granero del mundo" para industrializar la Nación. Aquí sólo haremos mención a tres: Vicente Fidel López, Carlos Pellegrini y Ezequiel Ramos Mexía.
En la década de 1870 surgió la Escuela Argentina del Industrialismo Nacional de Vicente Fidel López. Era el hijo de Vicente López y Planes, el autor del himno. Historiador, abogado y docente de la UBA, fue diputado nacional entre 1876 y 1879 y ministro de Hacienda desde 1890 hasta 1892, durante la corta presidencia de su principal discípulo, Carlos Pellegrini, quien tuvo la tarea de remontar una de las mayores crisis de la historia argentina, la de 1890, provocada por las políticas ultraliberales y de especulación bursátil y comercial de la administración de Miguel Juárez Celman (1886-1890 y renuncia).
Fue tan grande la crisis que el megapréstamo que la banca británica Baring Brothers le dio al país en 1880, muy por encima de sus posibilidades, casi quiebra. Dos cuestiones: 1) El empréstito original con la Baring Brothers lo tomó Bernardino Rivadavia en 1824, fue "el más largo del mundo", y lo terminó de cancelar el primer gobierno peronista en 1947; 2) Cualquier semejanza de aquella situación con el megapréstamo del FMI de 2018 muy por encima de las posibilidades del país y la consecuente situación actual, puede que no sea mera casualidad.
"Los puntos fundamentales de la doctrina industrialista de Vicente Fidel López los encontramos expuestos por primera vez en 1873, cuando intervino como diputado nacional alertando de que 'a raíz del principio de la libertad de comercio exterior se ha producido una degeneración completa de nuestras fuerzas productivas y del adelanto social'" (La doctrina industrialista de Carlos Pellegrini - Oreste Popescu, 2014).
Aquel 27 de junio de 1873, en la Cámara de Diputados de la Nación, Vicente Fidel López no dejó dudas sobre su postura: "Si tomamos en consideración la historia de nuestra producción interior y nacional, veremos que desde la Revolución de 1810 se empezaron a abrir nuestros mercados al libre cambio extranjero y comenzamos a perder todas aquellas materias que nosotros mismos producíamos elaboradas… y que podían llamarse emporios de industria incipiente… Hoy, están completamente aniquiladas y van progresivamente camino a la ruina".
Carlos Pellegrini, miembro indiscutido de la clase dominante argentina, fue una y otra vez tan o más claro que su mentor. "Una nación, en el concepto moderno, no puede apoyarse exclusivamente en la ganadería y en la agricultura, cuyos productos no dependen sólo de la actividad o de la habilidad del hombre sino, y en gran parte, de la acción caprichosa de la naturaleza. No existe hoy, ni puede existir una gran nación, si no es una nación industrial, que sepa transformar la inteligencia y actividad de su población en valores y en riqueza por medio de las artes mecánicas. La República Argentina debe aspirar a ser algo más que la inmensa granja de Europa. Y su verdadero poder no consiste ni consistirá en el número de sus cañones ni de sus corazas, sino en su poder económico" (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación - 14 de septiembre de 1875)
Asimismo, expresó que "si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata la industria naciente… La protección del desarrollo industrial no es otra cosa que una extensión de los principios que rigen el desarrollo de la vida".
Ninguno fue escuchado por los grandes latifundistas que integraban la Sociedad Rural Argentina, aquellos que vendiendo granos y carnes vivían, literalmente, como los nobles europeos. Así, de un lado de la burguesía terrateniente hubo un proyecto que buscaba emular el camino que siguieron en el norte Estados Unidos o Australia, "países jóvenes y eminentemente proteccionistas para sus propios productos, con el objetivo de evitar que sus sociedades caigan en la dependencia de las naciones ya desarrolladas" (Oreste Popescu, obra citada).