Así testimonió el administrador apostólico Luis Fernández en la misa de acción de gracias en la Catedral San Rafael. “Me voy sintiendo en lo profundo del corazón que esta es mi casa de la que no puedo desentenderme y menos aún olvidar”, destacó.
En la Catedral San Rafael, este viernes a la noche fue oficiada la misa de acción de gracias por su ministerio pastoral del administrador apostólico Luis Fernández, quien fuera obispo diocesano durante 9 años (el martes 20 de diciembre será reemplazado por Pedro Torres), siendo concelebrada por los sacerdotes de la diócesis de Rafaela. Entre el numeroso pueblo de Dios, estuvieron presentes el intendente Luis Castellano, el diputado provincial Juan Argañaraz, entre otros.
Al término de la emotiva ceremonia en la que recibió el cariño de los presentes, se le brindó una cena a la canasta en el salón de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús. A continuación compartimos la homilía.
Queridos hermanos, en este día celebramos a san Juan Diego, el “indiecito” que en el monte Tepeyac, en México, se encontró y diálogo con la Virgen de Guadalupe, iniciando una de las aventuras más grandes de la evangelización misionera de la Iglesia, que ha dejado huella profunda comparable solo a la era apostólica, por su ímpetu, totalidad y arraigo profundo en todo un continente, realizando un verdadero pueblo de Dios.
San Juan Diego, nacido en la cultura originaria americana, quiso eludir el encuentro con la Guadalupana preocupado por la grave enfermedad de su tío, pero fue ahí cuando se convirtió en el primero de estas tierras en escuchar las palabras de amor y confianza de la Virgencita: “Juan Dieguito, ¿no estoy yo aquí junto a vos, que soy tu Madre, para ayudarte?”. Es el encargo que Jesús le había hecho a María, su madre, junto a la cruz, antes de entregar su vida por nosotros: “Madre aquí tienes a tu hijo”.
Hermanos: lo primero que quiero decirles en esta despedida es que lo que sentí antes que nada como pastor a lo largo de estos 9 años es la cercanía y el acompañamiento de la patrona de nuestra Diócesis, la querida Virgen de Guadalupe y del glorioso patrono san José Obrero. Por eso junto a todos ustedes y desde el corazón: ¡Viva la Virgen y san José Obrero!
Ante la despedida no se puede pasar de largo la palabra proclamada hoy en este Adviento, cuando decía Dios por el profeta Isaías: “Yo soy el Señor tu Dios el que te instruye para tu provecho, el que te guía por el camino que debes seguir”.
Quiero preguntarme hermanos, si en el tiempo recorrido de estos 9 años, hemos experimentado la “instrucción” de Dios, si le hemos podido sacar provecho, dejándonos guiar, siguiendo el camino que el Señor y la Iglesia nos fueron marcando. Quiero que nos preguntemos si hemos gustado la “cercanía de Dios”, sentido su consuelo y crecido todos como pueblo suyo en medio de tiempos difíciles como difícil es la vida, pero sintiéndonos valorados y amados por la misericordiosa ternura de un Dios, que no puede vivir sin nosotros, porque el amor cuando es en serio llega como hizo Jesús, a dar la vida para salvarnos.
Quisiera preguntarme también, con ustedes, si experimentamos su llamado a realizar unidos “la cultura del encuentro”, entre luces y sombras, con esfuerzo y disponibilidad, caminando fraternalmente, sin perder la conciencia de que somos “herederos” de una historia diocesana de más de sesenta años, escuchándonos, buscando consensos y sin desanimarnos ante una “época nueva” de toda la humanidad. Nos queda siempre el desafío primordial de superar con serenidad y paciencia los personalismos e individualismos, animándonos a dialogar y comprendernos en medio de las limitaciones y vulnerabilidades de la vida.
Sabemos que caminando juntos podemos vencer la tentación de quedarnos añorando el pasado o de no dar pasos agigantados, dejando a muchos por el camino, ante las nuevas posibilidades de avance de la ciencia, de la técnica, de un consumismo individualista que deja un sabor triunfalista, pero al mismo tiempo “abandónico que desecha” y vuelve al tiempo de “castas y divisiones”, que a veces parece que no pueden superarse.
Me pregunto, si en medio de crisis, como la del Covid-19, donde experimentamos una atroz vulnerabilidad, pareciendo que hasta el mismo Dios abandonaba la cercanía, ternura y amor por su creatura, hemos sabidos buscar respuestas a lo esencial de la existencia humana, valorando la vida y el trabajo de la mujer y el hombre, la educación y la salud, dejándonos conmover el corazón por tantos que tienen que huir de sus tierras ante la imposibilidad de seguir viviendo donde nacieron por cuestiones sociales, religiosas, de guerras y discriminación que expresan la pérdida de la ética, solidaridad y fraternidad humanas.
Parece como el evangelio hoy proclamado, decía recién Jesús: “Con quien puedo comparar a esta generación, se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: ¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron! Porque llegó Juan que no come ni bebe, y ustedes dicen: ¡Ha perdido la cabeza! Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Pero la sabiduría ha quedado justificada por sus obras.”
Hermanos: pidiendo perdón a Dios y a todos ustedes por muchas cosas en las que no he podido estar a la altura de la misión encomendada por el Señor, no sé cómo darle gracias a Dios y a ustedes por lo vivido en estos 9 años como pastor de la Diócesis. Me voy sintiendo en lo profundo del corazón que esta es mi casa de la que no puedo desentenderme y menos aún olvidar.
Lo vivido con la celebración de los sesenta años de la diócesis de Rafaela deja una huella marcada a fuego, donde entre luces y sombras hemos vivido la experiencia de una Iglesia peregrina, que escucha y está abierta a recibir con docilidad, y que el camino hoy es la “sinodalidad”, es decir la comunión y participación de todo el pueblo de Dios, caminando unidos, escuchándonos, como “Iglesia en salida” porque nuestra vocación es la misión.
Amigos, hermanos, en este Adviento abramos las puertas al Señor que viene en cada Navidad y vendrá para siempre y definitivamente al fin de los tiempos para gozar todos de la eternidad, y también abramos las puertas de la Diócesis al nuevo pastor, Pedro Torres, que llegará para estar con su Pueblo el martes 20 de diciembre por la tarde en esta Catedral San Rafael.
Que los patronos de la Diócesis, la santísima Virgen de Guadalupe y san José Obrero nos sigan acompañando, ayudando y protegiendo.
Y no se olviden nunca: ¡Viva la Virgen!