Opinión

Merkel: un legado perdurable y ejemplar


18.42 Su rigor fiscal sacó a Alemania de déficit crónicos y del peligro de acumular una deuda pública agobiante.





Todo el planeta habló de la despedida de Angela Merkel, que en las pasadas elecciones generales del 26 de septiembre no se presentó por primera vez a disputar un escaño. Pasada la marea de opiniones en caliente y sin pretensiones de originalidad se pueden apuntar algunos puntos que ponen a Merkel en la historia grande de Alemania y de Europa.
Primer punto de interés: el caso Annegret Kramp Karrembauer (AKK). Nombrada jefa del partido democristiano por Merkel, la torpedean en 2019 los "barones" de su partido en el estado de Turingia, al armar un pacto electoral con la ultraderecha las elecciones locales. AKK renuncia y ahí se termina el proyecto de descendencia de Merkel. Estas decisiones éticas no se discuten en Alemania, no hay autoridad que las pueda revertir. Merkel lamentó públicamente la decisión de su heredera, pero ni se le ocurrió "apretarla", dirían en Argentina, para que la revirtiera.
Como la ventaja socialdemócrata en las elecciones del domingo 26 de septiembre fue muy exigua, 25,7 a 24%, puede pensarse que si los democristianos llevaban a AKK en lugar del insípido Armin Laschet tal vez hubiesen ganado. Y el proyecto político de Merkel seguiría en pie.





Más allá de estos accidentes de la historia, tan comunes en política, conviene detenerse en los legados principales de Merkel. El primero, sin dudas, es la cultura fiscal, de salud de las cuentas públicas, que por cierto es una marca registrada alemana que excede a la canciller saliente, pero que esta llevó a otra categoría e hizo aplicar a numerosos países europeos, que exhibieron fragilidades e incluso fraudes en sus cuentas durante la crisis de las hipotecas "subprime" en 2007/8/9. Fue el caso de Grecia, con cuentas falsificadas que presentaba rutinariamente en Bruselas, y salvada del extremismo del ministro de Finanzas Yannis Varoufakis por la firmeza de la UE, liderada por Alemania y acompañada por otras naciones de la Unión. Y sin dudas desde Portugal a Irlanda han sintonizado con la "austeridad" fiscal de Merkel para lograr sus monumentales "rescates". España también lo hizo, aunque evitó "llenar el formulario", pero eran tiempos de Mariano Rajoy. Su sucesor socialista, Pedro Sánchez, representa el repudio a la prudencia fiscal de estilo germano-merkelista. Su mantra es forzar el gasto público a como dé lugar y llevarlo al nivel de Francia, que al parecer tiene de modelo. La economía francesa está casi paralizada hace décadas y nada casualmente su último superávit fiscal se remonta a 1973.





El rigor en el gasto está tan radicado en el ADN alemán que el sucesor casi seguro de Merkel, el socialdemócrata Olaf Scholz, es su ministro de Finanzas y por tanto el brazo ejecutor de esa austeridad. Scholz seguramente delegará esta tarea en sus inminentes socios de coalición liberales.





Contra la vulgata que señala a la austeridad como culpable de la supuesta baja performance de la economía alemana, el "think tank" IFO ( Institute for Economic Research), el más prestigioso de Alemania, señaló en un informe de 2019, cuando el retiro de Merkel ya se había anunciado con anticipo, el enorme contraste entre la Alemania que recibió Merkel en 2005 y la que ahora deja ella. "Las últimas cifras revelan una mejora espectacular", dice IFO. "El déficit del sector público equivalía al 3,3% de la producción económica del país. La deuda se situaba en el 67%, el desempleo había subido al 11%; la desigualdad de ingresos crecía", recuerda. Pese a a la crisis mundial de 2008, el crecimiento económico ha sido del 1,6% de media desde 2005, es decir el triple que en los cinco años anteriores. La caída de las tasas de interés y la disminución de las prestaciones de desempleo han sido suficientes para hacer desaparecer el déficit presupuestario". Nadie debe quitar mérito al predecesor, el socialdemócrata Gerhard Schroeder, un progresista de la escuela de la Tercera Vía, que hizo reformas de fondo con su "Agenda 2010", fundamentalmente en el mercado de trabajo.





En 2009, en plena marea de la crisis internacional, Merkel impuso una reforma constitucional para lograr la "consolidación del presupuesto", o sea, para reducir y finalmente anular de manera permanente el déficit fiscal. "Era importante enviar una señal creíble de que Alemania de que Alemania estaba comprometida con la solidez de las finanzas públicas. Esto dio lugar a una mejora de las condiciones de financiación del Gobierno alemán", apunta IFO. Estas condiciones son tan buenas que los ahorristas que compran bonos del Tesoro alemán deben PAGAR intereses, en lugar de cobrarlos.





Esta cultura fiscal debería ser de mucho interés en Argentina, cuya crisis sin fondo mucho debe a una tendencia invencible del Estado a gastar más de lo que ingresa. Según calculaba el instituto IDESA en 2019, entre 1961 y 2002 siempre hubo déficit fiscal, los que acumularon el 180% del PBI. Hubo luego 5 años de superávit, hasta 2008, pero desde 2009 se volvió al déficit hasta el día de hoy, y sin ninguna perspectiva de revertir este cuadro.





Bien sentado este mojón de cuentas sanas para Europa y no solo para Alemania, Merkel deja otras enseñanzas perdurables: una, que la severidad y el rigor en el análisis de los problemas no es una tara "tecnocrática" como tantas veces dicen los políticos demagógicos, sino una virtud del buen gobernante. Merkel aplicó a la gestión de la cosa pública el rigor de la científica, de la doctora en física que es. Años luz de distancia del pragmatismo de tantos que Merkel vio pasar y morir políticamente (Sarkozy, Berlusconi, Zapatero, entre muchos otros). Merkel sabía jugar tan bien como ellos al póker de la política, pero además agregaba honestidad y un conocimiento detallado de los problemas que afrontaba. La costumbre del estudio deviene así una ética de la gestión pública.





A este sentido del rigor y la honestidad se suma otra lección moral: la sencillez de vida y de hábitos de Merkel, famosa por presentarse "mal vestida", con sus eternos conjuntos de chaqueta y pantalones, todos iguales. Un enorme contraste con otras damas de la política, que lucen prendas de carísimas firmas francesas o italianas. Merkel también es famosa porque luego de 16 años de poder sigue viviendo en el mismo departamento de toda la vida (modesto para los estándares alemanes). Y siempre se la puede ver en el supermercado del barrio, con el changuito. Hace años que esta imagen ya no "es noticia", porque lo hace desde siempre, desde cuando era diputada y luego, "adoptada" por el canciller Helmut Kohl, ministra. Merkel enfrentó a Kohl cuando estalló un escándalo de financiamiento ilícito en su partido. Ganó, jubiló a su antiguo jefe y lideró a la Unión democristiana en su renovación. Pero siguió viviendo en el mismo departamento modesto y yendo a hacer las compras cuando ya era la jefa de gobierno de la 4a. economía del mundo y la estadista más poderosa de Europa, y la revista Forbes la elegía año tras año la "mujer más poderosa del mundo". Deja mucho que aprender también en este aspecto, para nada menor de la vida de los gobernantes. (La Capital)


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