Opinión

Massa puede ganar, pero va a perder

Bastó que se diera de baja la candidatura improvisada de Wado de Pedro y que Cristina Kirchner diera -menos por convicción que por necesidad- el visto bueno a Sergio Massa -a La Cámpora y al actual ministro de Economía no los une el amor sino el espanto- paraque muchos analistas se preguntaran si el oficialismo, con un postulante más potable que el representante de la "generación diezmada", no está ahora en condiciones de ganar las elecciones presidenciales que se substanciarán, por etapas, en agosto, octubre y en noviembre, si acaso hubiese una segunda vuelta. Lo curioso es que ni las encuestas registran un cambio significativo en términos de la intención de voto respecto de Unión porla Patria, ni los indicadores que determinarán la deriva económica hasta finales del presente año -el índice de precios al consumidor y el nivel de reservas de libre disponibilidad- dan señales de moverse el primero hacia la baja y el segundo hacia la suba.
Por lo tanto, si la fórmula Massa-Rossi no suscita entre los peronistas de distintas observancias una euforia contagiosa, las expectativas de la gente -transparentadas en los relevamientos cualitativos de la opinión pública- ponen al descubierto un pesimismo generalizado sobre el futuro y un rechazo mayoritario del Gobierno. Y, al mismo tiempo, si la inflación no tiende a desinflarse, como pronosticó en su momento el titular de la cartera de Hacienda, y los dólares son cada vez más escasos, ¿por qué imaginar un escenario en donde el kirchnerismo se alzase con el triunfo en los próximos comicios?
Una primera respuesta a la pregunta antes formulada se vincula con un error muy común: confundir lo posible con lo probable. No tiene nada de particular decir que la fórmula oficialista acredita posibilidades de salir airosa frente a sus rivales de Juntos por el Cambio y de La Libertad Avanza. Otro tanto podrían sostener, sin ruborizarse ni incurrir en un disparate, otros candidatos, como Juan Schiaretti o Myriam Bregman. En realidad, cualquiera de los múltiples competidores que se han anotado para disputar la Presidencia se hallan en las mismas condiciones. Lo que define a lo posible es que no contradiga la naturaleza humana. Podríamos zambullirnos en el Canal de la Mancha con el propósito de emular a ese gigante de la natación, Antonio Albertondo, y bracear sin detenernos desde la costa inglesa hasta la francesa y vuelta. Nada lo impediría y resultaría posible acometer el desafío. Pero lo más seguro es que fracasaríamos sin remedio en el intento y terminaríamos ahogados. Posible, sí. Pero no probable.
Una segunda respuesta se relaciona con una noción que, aún cuando haya sido refutada tres veces en los últimos cuarenta años -en l983 con base en el triunfo de Raúl Alfonsín, en 1999 por obra y gracia de Fernando de la Rúa y en 2015 a raíz de la victoria de Mauricio Macri- sigue instalada en la mente de no pocos columnistas, escritores y opinadores, acerca de lo difícil que es doblegar al peronismo en las urnas. Existe la convicción o la sospecha de que aquel movimiento político puede sacar un as de la manga y salirse con la suya contra todos los pronósticos. Es como si tuviese un plus que le permitiese resucitar de las cenizas en el momento menos pensado.
Por fin existe una tercera respuesta. Se sostiene a partir de unas suposiciones que no pecan de descabelladas pero si de antojadizas. Pensar que, como consecuencia de la disputa a brazo partido entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, después de las PASO se va a producir una quiebra en el electorado de Juntos por el Cambio, no hace sentido. Una cosa es apuntar a que en el Pro nunca hubo disidencias de este tipo, lo cual es cierto. Bien diferente resulta, en cambio, concluir que las peleas internas conducirán a un quiebre de la principal fuerza opositora. Otro tanto supone fantasear con que el grueso de los votantes de Javier Milei podría inclinarse en favor de Massa en una hipotética segunda vuelta.
La probabilidad de que Unión por la Patria se suba al podio es remota porque deberían darse, al mismo tiempo, una serie inimaginable de condiciones necesarias de naturaleza económica, social, electoral y partidaria. A saber:
1) que la inflación -el promedio anualizado de los últimos tres meses roza 150 %- deje de ser un factor de preocupación para la ciudadanía y, por lo tanto, no incida a la hora de entrar al cuarto oscuro;
2) que Massa revierta la desazón generalizada respecto del futuro inmediato y logre convencer al electorado de que el desbarajuste que se produjo -en los últimos doce meses hubo 2,7 millones de nuevos pobres, en un país en el que están en esa situación 18,5 millones de personas- no se repetirá si es elegido Presidente;
3) que los seguidores de La Libertad Avanza en una segunda vuelta lo voten mayoritariamente;
4) que el Gobierno y el candidato oficialista, en particular, puedan mostrar en los ciento veinte días por venir una mejora sustancial en punto a los salarios (en el primer trimestre del año bajaron 2,4% y 6,3% los ingresos de los hogares pobres y los de clase media, respectivamente), el valor de nuestra moneda, la desocupación y la pobreza;
5) que, en el lapso comprendido entre principios de julio y mediados de noviembre, no haya reyertas, desconfianzas y traiciones de bulto en el seno del frente gubernamental;
6) que en ese mismo espacio de tiempo, los mercados financieros no se asusten; y, por último,
7) que Juntos por el Cambio se suicide electoralmente, dividiéndose. Al mismo San Pedro le costaría obrar un milagro semejante.
Esta fuera de duda el tesón y la audacia -a toda prueba- que ha puesto de manifiesto Sergio Massa desde que se hizo cargo del Ministerio que le dejó su antecesora en el cargo. Sin pergaminos que lo habilitaran para ser Ministro de Hacienda y sin el apoyo incondicional del kirchnerismo de paladar negro, se fue abriendo paso -a veces a los codazos y a veces con modales florentinos- hasta volverse imprescindible. Nadie le quitará el mérito de haber puesto a cubierto de la catástrofe a una administración que hacía agua por los cuatro costados y llevaba rumbo de colisión. En este orden de cosas no exageraron quienes hicieron referencia al helicóptero que esperaba a Alberto Fernández si no podía sobreponerse al clima que se había creado a raíz de la fuga de Martín Guzmán y la intrascendente gestión de la Batakis. El vacío que entonces se produjo lo llenó Massa. Al extremo de que, cuando el Presidente de la Nación y Cristina Kirchner quisieron acordarse, se había transformado en imprescindible, con un poder superior inclusive al de ellos.
Pero es necesario entender que la pericia para salvar a un barco del naufragio no habilita al capitán exitoso a convertirse en jefe electo del Estado argentino. Massa evitó la caída anticipada de un Gobierno, lo que es algo completamente distinto de haber rescatado a la sociedad del desastre que ha generado la administración de la cual forma parte. Por lo tanto, preguntarse acerca de cuáles serían las trabas que podría ponerle la bancada dura kirchnerista a Massa, en el supuesto de que a partir de mediados de diciembre ocupase el sillón de Rivadavia, o de qué manera se compaginaría la partitura del actual Ministro de Economía con los postulados de La Cámpora -bien diferentes, dicho sea de paso- si el tigrense por adopción llegase a Balcarce 50, son interrogantes abstractos. Puede ganar en teoría. En la práctica pierde seguro. Entre lo que es posible y lo que es probable, media un abismo.

Autor: 288042|
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