Opinión

Magisterio de a caballo

Los primeros en llegar a estas tierras, por elección propia o ajena, tenían muchas y variadas tareas como para que el día se les hiciera corto y la noche temprana. Al caer el sol, con las gallinas en su palo y las comadrejas al acecho, al colono se le iba la fuente de luz; mantenían el “petromax” a mano por si hacía falta, cargado de combustible, la mecha limpia y los fósforos al lado. Algunos tenían su instrucción aprendida en el país de sus orígenes y se comunicaban rebuscándose entre dialectos e idiomas extraños, pero los más chicos necesitaban aprender la lengua y las cuentas, o sea que, con Aritmética y Castellano les bastaba; después vendrían Geografía, Historia, Botánica y otras materias que consideraban prescindibles al principio. Los primeros palotes Dos voluntarios, respondiendo a la necesidad del puñado de familias, radicadas en el pueblo y en el campo, reunían a los niños en días determinados para enseñarles las primeras letras. Ellos eran José Bastianini y Juan Gioda. Poco tiempo después, en noviembre de 1883, el gobierno de la provincia nombró a Juan Acha como maestro oficial de primeras letras, quien sumó a Mercedes Acha, aunque fuera de presupuesto. La sede de los Acha estaba en calle Colón, frente a la plaza, junto a la Comisaría, el mismo lugar donde más tarde funcionó la Farmacia Ribotta. El 2 de octubre de 1884 fue creada la primera escuela mixta, que abarcaba las jurisdicciones de Rafaela y Presidente Roca. Su maestro-director fue un francés: Juan Bautista Langier. Se le asignó un sueldo de 30 pesos mensuales. Juan Sabbadini, en 1883, se ofreció para la enseñanza de las primeras letras, como se designaba a la primaria, pero pronto se dedicó a la música, abriendo el primer conservatorio. A la timidez propia de los niños, su falta de roce urbano y el paisaje en que vivían, se agregaba una educación familiar severa, que enseñaba el respeto absoluto con el maestro, el policía y el cura, tres mensajeros de lo indiscutible. A propósito de clérigos, el padre Francisco Palmieri formó su propia escuela, donde, además de la enseñanza básica, impartía nociones de doctrina cristiana y ampliaba con otros conocimientos. Es así como de su escuela surgieron dirigentes tales como Juan Francisco Fiorillo (médico y legislador), Pedro Remonda (gerente de la Cooperativa), Juan y Francisco Soldano, Miguel Lorenzatti, Claudio Fontanetto, entre otros. Colegio San Martín Con el nuevo siglo, Rafaela vio crecer exponencialmente su población y, con ello, la necesidad de educación básica. Por eso, en 1904 comenzó a tener preponderancia el Colegio San Martín, dirigido por Enrique Carbajo, que contaba con unos 100 alumnos. De allí egresaron personajes trascendentes para el pueblo, como José Sáenz, Valentín Paviolo, Emilio Riondet, Francisco Rostagno, Alfredo Bruno, Urbano Poggi, Martín Oliber, Erasmo Poggi, José Santisteban, Enrique E. Carbajo, Ignacio Stoffel, Bernardo Sacripanti, Enrique Vaschetto, Pedro Storero, Juan Rostagno, entre muchos otros. No solamente los alumnos dejaron su nombre en la enseñanza escolar de las primeras letras; docentes mujeres formaron un colegio particular ubicado en calle Alem: María Fanti de Magaldi y Dina Fanti de Gómez. Por su parte, Casilda de Castro dedicó la enseñanza exclusivamente para niñas; en cambio, la señorita Borzone tenía un alumnado mixto. Cossettini, Anduiza, Buttazoni Uno de los pilares de la educación en Rafaela fue Antonio Cossettini, tanto por su propio desempeño cuanto por la herencia transmitida a sus hijas Olga y Leticia, verdaderos puntales de la educación en la provincia, creadoras de la llamada Escuela Serena. Don Antonio inició su tarea en un local de calle Sarmiento –actualmente dedicado a pompas fúnebres- denominado Instituto Colonial Ítalo Argentino, que se trasladó luego a la esquina de Alem y Pueyrredón. Cossettini honró su vocación de maestro, agregando un prestigio de ciudadano ejemplar y comprometido con su tiempo. Esto le permitió ser elegido para integrar el primer Concejo Deliberante, cuando Rafaela adoptó el rango de ciudad. Benito Anduiza fue uno de los que contribuyeron a que Rafaela tenga un nivel educativo de excelencia, ya que, más que un maestro, fue un investigador e innovador de los métodos de enseñanza, que algunas veces sirvieron para su actualización oficial. Tuvo su propio colegio en calle Colón, donde después funcionó la Escuela Mitre, casi frente al Colegio Misericordia. Por su parte, en 1915 existió el llamado Colegio Buttazoni, del cual no contamos con mayores datos, pero sí consta una conspicua lista de egresados, entre los que podemos contar a Alberto Borella, Feliciano Brunelli, Alberto Armando, Isidoro Dellasanta, Ángela y Margarita Prioni, Martín Dellasanta, Carlos Palmieri, entre tantos. Modesto Verdú Otro de los pioneros que tuvo la educación rafaelina fue Modesto Verdú. Nació en Ibi, Alicante, España, el 15 de junio de 1887. En Argentina, trabajó en la zafra en Tucumán; en Rosario, adonde llegó como polizón en un tren carguero, trabajó en una agencia de colocaciones, para luego vivir un tiempo en Colonia Fidela, donde fundó una escuela; luego se radicó en Rafaela en 1915, integrándose como docente en el Colegio San José, junto a Benito Anduiza y el padre Evilasio Zapico. Cuando, por desavenencias entre Anduiza y Zapico, el colegio San José fue vendido a la congregación de los Hermanos Maristas, Verdú optó por tener su propia escuela con una orientación comercial. Creó el Nuevo Colegio, en la esquina de Colón e Ituzaingó; poco tiempo después se trasladó a calle Ituzaingó 278, con el nombre de Colegio 25 de Mayo, donde permaneció hasta su fallecimiento a los 77 años. Se casó en 1926 con Francisca Peretti y tuvieron dos hijos: Raúl, médico que ejerció en Buenos Aires, y Mario, abogado y político. La lista sería tan extensa que la síntesis parece injusta; nos limitamos a algunos de los primeros tiempos. Honor a ellos, gratitud a todos. (Datos extraídos de publicaciones de Primitivo Gallo Montrull y Adelina Bianchi de Terragni)

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