Opinión

Los Volpatto-Ducatto en Sunchales

Gerardo Virginio Volpatto tenia 29 años cuando se casó con Ángela Gisela Lucatto, cinco años menor. Fue el 27 de octubre de 1923 por iglesia y tres meses después lo hicieron por civil. Ambos se conocieron y noviaron en Piombino Dese, provincia de Pádova, región del Véneto. En otros tiempos, hubieran tenido su vida encaminada y su futuro a la vista, pero no era así en la Italia de post guerra. Conocían historias de paisanos que habían emigrado a Sudamérica con fortuna dispar pero siempre con horizontes abiertos. Decidieron partir. El desprendimiento físico y afectivo fue doloroso, pero optaron por la aventura que les permita progresar y acaso volver algún día.
En 1924 se embarcaron desde el puerto de Génova. Llegaron en mayo, tras 22 días de hacinamiento. Después de 12 horas de espera en el barco para recibir su equipaje, más el cansancio y la ansiedad de los trámites inmigratorios, partieron en tren hacia Sunchales, en la provincia de Santa Fe. La adaptación en el idioma, la geografía pampeana y las costumbres no fue fácil ni corta, pero la voluntad superó todo escollo, hasta que se consideraron una familia establecida y activa. Ángela trabajaba como modista en su pueblo de Italia, por lo que trajo consigo dos baúles con telas, pero no pudo ponerse a coser para otros, ya que ambos necesitaron sumar sus brazos y sus tiempos para pensar en un futuro terreno y una casa propia.
Los Volpatto-Lucatto tuvieron diez hijos. Uno de ellos murió apenas nacido: los otros nueve fueron cuatro mujeres y cinco varones. A medida que crecían, después de la escuela y cada uno a su tiempo, aportaron su ayuda para los padres, ya sea colaborando en el trabajo de papá, en las tareas domésticas de mamá o cargando canastos llenos de verdura para venderlas por el pueblo. Inicialmente, la pareja trabajó en el desmonte; luego en hornos de ladrillos. Con mucho esfuerzo lograron comprar un terreno y levantar su pequeña casa, simple, siempre limpia y ordenada. El terreno restante, al que llamaban “la cuña”, se convirtió en huerta; una vaca a la que ordeñaban les proporcionó la leche y en un horno simple produjeron su propio pan.
Virginio y Ángela no lograron cumplir el sueño de regresar un día a su tierra natal. La subsistencia propia y el sostenimiento de una familia tan numerosa fueron cambiando el horizonte, para centrarlo en el territorio de su adopción. Cada uno de los hijos crecieron con el ejemplo de sus padres, heredaron el espíritu de progreso, firmes valores personales y formaron sus propias familias, que se radicaron en Sunchales, Córdoba, Buenos Aires, Carcarañá o Rafaela.

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