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Los líderes y la actualidad: claves para entender el nuevo formato

El escenario de la política argentina parece estar siempre en una constante mutación. Uno puede acostarse una noche creyendo comprender determinados fenómenos y despertarse al día siguiente con una realidad diferente y ante el desafío de volver a esforzarse para interpretarla. Sin embargo, de tanto que todo cambia, podría llegar a pensarse que siempre está igual, y que los ciclos están destinados a repetirse hasta el hartazgo.
Lo que nadie puede negar es el quiebre histórico que se generó tras las últimas Elecciones del año pasado, donde la sociedad dejó muy en claro su mensaje en las urnas, no solamente para definir los rumbos políticos, económicos y hasta sociales que pretendía para las diferentes esferas ejecutivas del país sino también para dejar establecido el nuevo perfil de liderazgo que pretende en sus dirigentes: juventud, determinación, idoneidad y hasta cierta cuota de inconsciencia propia de la falta de experiencia.
¿Podemos incluir a Rafaela en este análisis? Por supuesto. De hecho, es quizá una de las ciudades testigo: Leonardo Viotti destronó al Justicialismo que dejó de gobernar la ciudad luego de 32 años, y también aquí ganaron con holgura Maximiliano Pullaro y Javier Milei, en coincidencia con los resultados que los catapultaron a la gobernación y la presidencia. ¿Hay entonces un hilo conductor? Veamos.
El caso Viotti
En otro momento de la historia, la edad con la que Viotti asumió la Intendencia (36 años) probablemente hubiera sido el mismo tiempo que cualquier otro candidato potable lo habría tenido de trayectoria política o, mínimamente, de militancia. Su juventud le hubiera representado más un obstáculo que una virtud de campaña, convirtiéndose en el flanco débil donde sus potenciales rivales harían mella para desacreditarlo.
Sin embargo, Luis Castellano intentó apelar a esa estrategia, la realidad puso en evidencia que son otros los aires que corren: la sociedad rafaelina halló en el novel rostro de Viotti una imagen a la que apostar para cambiar. Inclusive asumiendo el riesgo de quitarle las riendas de la ciudad a un veterano con una docena de años en el cargo y ponerlas en manos de alguien que recién haría sus primeras armas en un puesto de ese calibre.
Así transcurrieron los primeros meses de su Gestión: con los rafaelinos conociendo al Viotti intendente y él conociéndose a sí mismo en el rol de líder. Una exposición medida (con la lógica merma en apariciones públicas respecto de la campaña electoral pero sin encerrarse en su despacho), un discurso que nunca se aleja demasiado de lo conciliador aunque sin perder la firmeza para tomar decisiones políticas que -sabido era- le traerían coletazos, y un arriesgado asomo al desafío de delegar caracterizan su modelo de liderazgo elegido en este casi primer año en el quinto piso de Moreno 8.
Para Pullaro en la Casa Gris o Milei en "la Rosada" la situación tuvo algunas similitudes. No sólo que también eran dos debutantes en sus labores, sino principalmente la falta de contrapesos opositores de fuerza. Con los derrotados Castellano y Perotti desapegados casi de forma total de la escena, en Rafaela y el resto de la provincia al PJ le costó sobreponerse del cachetazo electoral y recién en las últimas semanas pareció empezar su lenta reconfiguración, todavía sin figuras ni emblemas muy claros. Un síndrome también en sintonía con el orden nacional, donde el peronismo aún no sabe detrás de quién encolumnarse (o esconderse, cuando recibe golpes a su quijada que amenazan con un knock out final, como la situación de Alberto Fernández).
Primero apareció Axel Kiciloff como una posibilidad, pero mirado siempre de reojo por las flaquezas de su gestión en la gobernación de Buenos Aires; luego un Máximo Kirchner que nunca termina de convencer a propios y extraños; y ahora hasta la propia Cristina Fernández, quien fogoneada por algunos sectores populares que no sólo quiere volver al ruedo sino que podría desafiarle la presidencia del Partido Justicialista al gobernador de la Rioja, Ricardo Quintela, único en postularse oportunamente. En definitiva, un liderazgo dividido entre tantos nombres no es más que un liderazgo debilitado.
Pero al margen de estas coincidencias, también podemos hallar muchas diferencias. La principal era el tiempo de gracia que la sociedad estaba dispuesta a darles para que se aclimataran a sus nuevas funciones.
El caso Pullaro
En Rafaela, aun con desaciertos o falencias propias del desgaste en la gestión peronista, la mecánica estaba aceitada y funcionando de forma más que aceptable (de hecho, Castellano debe ser de los pocos dirigentes que abandonan su puesto con una imagen muy positiva en el común denominador de los votantes). En la provincia y el resto del país la cosa no fluía tan sobre rieles y las urnas manifestaron la necesidad de fuertes cambios de timón que redundaran en resultados positivos cuanto antes. Casi con urgencia.
Al nuevo Gobernador se lo recordaba de su paso por el Ministerio de Seguridad como ítem destacado en el Currículum y como principal experiencia de gestión en un cargo ejecutivo. Esto, junto a su promesa de poner especial énfasis en la lucha contra el delito y el narcotráfico (el flagelo más dramático para los santafesinos y que ha estigmatizado a toda una provincia ante los ojos del resto del país), lo catapultaron al Sillón del Brigadier, desde donde optó por un modelo de conducción alejado de la tibieza.
Desde diciembre pasado hasta hoy, la gobernación de Pullaro ha sido casi un unipersonal del dirigente radical: Encabezó un sinfín de actos y reuniones a lo largo de todo el territorio, fue la cara visible de determinadas políticas y decisiones estratégicas que lo tienen como principal ideólogo, volvió a sus fuentes al reivindicar a las fuerzas de seguridad en medio de un contexto donde son vistas de reojo y muy cuestionadas, se alineó al Gobierno Nacional cuando fue conveniente pero tampoco se negó al diálogo ni a mostrarse con otros referentes opositores (como Martín Lousteau o hasta el gobernador bonaerense antes citado). Todo con un tono de voz que oscila entre la firmeza de quien tiene claras sus convicciones y lo desafiante de quien busca erigirse como un exponente nacional de la nueva Política 4.0, algo que parece ya haber conseguido.

El caso Milei
Lo de Javier Milei, claro, merece algunos párrafos aparte. Su exposición mediática desde antes de ser candidato, su vehemencia discursiva y hasta su habilidad para demostrar competencia en potenciales resoluciones a los embrollos económicos en los que paulatinamente sumía al país la gestión de Alberto Fernández le valieron alzarse como un líder opositor. Además de empezar a captar las miradas de quienes buscaban un nuevo referente fuera de las figuras tradicionales y desgastadas de siempre también sedujo a quienes cuyo desencanto por la política parecía no tener fin: Los jóvenes.
En tiempos de redes sociales, de colectivos cada vez más afianzados y hasta de submundos con reglas y lenguajes propios, era casi impensado que miles de las nuevas generaciones depositaran su fe, su esperanza, o al menos parte de su expectativa en un referente político. Puesto que este lugar viene siendo reservado para otro tipo de líderes, sin traje ni corbata, sin un vocabulario complejo ni presencia en los medios tradicionales de comunicación y hasta más alineados con la filosofía efímera reinante entre sus contemporáneos.
Milei y toda la innovadora corriente de La Libertad Avanza hayan primero comprendido este fenómeno y luego roto esas barreras no sólo explica en parte su triunfo sino también es un reflejo inequívoco del rotundo fracaso de las viejas y tradicionales estructuras partidarias.
Ahora, ya en la Presidencia, Milei parece estar siempre dirimiéndose entre las obligaciones protocolares que le imprime su cargo y el perfil disruptivo, efusivo y hasta casi caótico que lo llevó a convertirse en el líder de un movimiento creado a su imagen y semejanza.
Los tiempos cambiaron, la historia se quebró y el correr del tiempo (que en la política argentina pueden ser unas pocas horas o varias décadas) dirá si este nuevo perfil de liderazgo que irrumpió en nuestro país llegó para quedarse o sólo es una moda pasajera. Si estas caras nuevas, jóvenes e inexpertas seguirán apareciendo en el futuro, destinadas a conducirlo, o si el ensayo no cumple con las expectativas planteadas y el pilotaje vuelve a los mismos semblantes de siempre. Por lo pronto, muy alejado de la política e impoluto de sus mañas y hábitos, otro novato quizás sin quererlo puso la piedra fundacional para ese recambio. ¿Les suena un tal Lionel Scaloni?

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