Cuando Ortega y Gasset escribió "La Rebelión de las Masas", centró su concepto en el "hombre-masa", las consecuencias del desarrollo que habrían llevado a que la mayoría suplantara a la minoría.
El individuo piensa, siente y actúa en forma diferente cuando se encuentra en un grupo, una masa. O, por lo menos, deja de pensar. La masa no razona, reacciona; no analiza, expresa. Galtieri salió al balcón al grito "si quieren venir que vengan" mientras la masa ovacionaba; Alfonsín gritó desde el micrófono "con la democracia se cura, se come, se educa" y la masa cantaba a coro los nuevos tiempos con la Constitución a cuestas. La misma masa de los dos extremos, tocándose los codos ante un balcón rosado y mudo.
Sigmund Freud se pregunta ¿qué hace que la masa pueda influir en la vida de un individuo? ¿En qué consiste la alteración anímica que la masa impone al individuo? Por su parte, el psicólogo social Gustave Le Bon afirma que, cuando los individuos se encuentran en una masa, por diferentes que sean entre sí, aparece una especie de alma colectiva que los hace reaccionar en forma diferente a como hubieran respondido individualmente. En la masa se borran las diferencias individuales, se pierde la peculiaridad, en manos de los microlíderes que, infiltrados, dictan los verbos que convienen.
Las masas
¿Todos adherían a la junta militar de ese momento y al radicalismo de Alfonsín unas semanas después? Sólo había un motivo en común para todos: un acto bélico irracional en nombre de la patria y una esperanza democrática que el tiempo se encargó de relativizar. El propio Alfonsín diría, en 1992, "con la Democracia se cura, se come, se educa, pero no se hacen milagros". La masa seguiría profesando su fe, vivando a su equipo, enriqueciendo su capitalismo o pintando sus izquierdas.
En este año, desquiciado oficialmente por la superabundancia electoral -alguna vez habrá que rever este calendario-, se han desnudado debilidades y miserias de no pocos representantes del pueblo. Los hechos han demostrado que, más que una dialéctica clara y pragmática, hemos asistido a una enciclopedia de lugares comunes, enunciados vacíos y un derroche de dinero promocional digno de países prósperos. Hemos visto, sí, lo que rinde el manejo de las masas; hemos comprobado que una dialéctica encendida, probada, puede más que un análisis técnico de la realidad.
¿Qué es la realidad? Uno empieza a dudar hasta del color de sus bigotes. No es un invento argentino, claro está, cada país tiene su repertorio; lo cierto es que nuestros líderes lo han asimilado muy bien. Despertar el favor de las opiniones con frases estudiadas para encender el punch directo, con o sin contenido, no importa, es algo que lo hemos visto en los tiempos recientes: un candidato que aparecía en tercer lugar, pocas semanas después pasó al primero. ¿Cambió el plan? ¿Mostró un proyecto analítico favorable para el futuro? Nada de eso; fue directo a la sensibilidad llena de eslóganes altisonantes y fue armando una masa compacta a la hora de elegir la boleta de colores patrióticos. Sin embargo, a la hora de abandonar la masa para exteriorizar una opinión propia, las cosas se dieron vuelta en manos de electores de todas extracciones. Javier Milei se convirtió en un advenedizo presidente electo, sin masa propia, con un escaso y desconocido equipo, con dos años de historia política visible y, sin embargo, la rebelión de los individuos no masificados dijeron basta, adiós a estafas impunes, adiós a 75 años de recurrencia política.
Condenas
Se trata de otra masa, pero convocada por el fracaso de la anterior. Sin dudas, Javier Milei ha capitalizado un sentimiento de raza rebelada, sin haber hecho demasiado, con sólo marcar un camino alternativo, opuesto, que en otros tiempos hubiera sonado a fascismo improcedente, hoy se ha transformado en una salida. Los hombres y las mujeres de la política, refugiados en una inmunidad que los protege, no han tenido en cuenta el poder de las redes sociales, que condenan sin posibilidad de apelación y echan por tierra los tiempos judiciales, ya lentos y tardíos. Es peligroso, pero es real.
El calendario electoral nos ha colocado ante una alternativa insospechada. La acérrima enemistad de los candidatos, de pronto se ha transformado en abrazos de paz y coincidencias. No revisemos los archivos recientes, sólo contribuirán a un descrédito que ya tenemos. Nuestra ciudad de Rafaela, tan poco permeable a ciertas cuestiones institucionales, ha sacudido su indiferencia y puebla de opiniones las mañanas de supermercado, el mediodía familiar, las tardes del café de los amigos, la espera en la tribuna.
Los extremos esta vez no se tocan, están demasiado distantes en las teorías. Como sabemos, del dicho al hecho hay mucho trecho y, tratándose de política, los giros y contragiros no siempre terminan con las manos enlazadas; no, al menos esta vez.